El capitán Hugh Bryan se mecía en su silla, distendido e incrédulo, mirando la televisión donde se reportaban los ataques sufridos la noche anterior en el casino "Kate" y en el Belmond Hotel. -Estallaron bombas haciendo volar vidrios y puertas, dejando muchísimos heridos y contusos y personas graves-, decían los periodistas alarmados por la furia de los ataques. -La ciudad está en medio de un infierno-, afirmaban los cronistas, espantados por tanta ira y saña de los embistes armados.
-Esas dos mujeres se están sacando los ojos-, sonrió el teniente Ryan Brandon escuchando también las noticias. Tenía un cigarrillo sin encender metido entre los labios. Eso le era una rara costumbre, no prendía el tabaco y lo dejaba en la boca yendo y viniendo de un lado a otro por gusto, sin fumar.
Bryan y Brandon sabían que esas explosiones no eran casualidad o blancos de extorsiones u obra de algún desquiciado dinamitero amante de hacer ruido en la ciudad, sino eran parte de la guerra a muerte que sostenían Kate Garret y Karina Belmond y que tenía a la ciudad sumida en el pánico. Ellas pugnaban por apoderarse de las calles y desarrollar sus negocios turbios sin competencia en toda suerte de tráfico y contrabando. La disputa entre ellas ya llevaba varios años, incluso en esa lucha fratricida por el poder, había dejado numerosos muertos en el camino, sin embargo, pese a ello, la policía no tenía las pruebas suficientes para involucrar a ninguna de esas dos mujeres en esas continuas explosiones, muertes, ilícitos, corrupción y crímenes.
-Ellas tienen comprada a la justicia-, reconoció Brandon.
-Lo peor es que la opinión pública nos considera cómplices de esas arpías-, estaba fastidiado Bryan. El comisionado Lewis lo había llamado temprano y le dijo que que la ciudad no podía seguir siendo escenario de una lucha infernal y tiránica. -Quiero a esas dos mujeres tras las rejas-, le ordenó iracundo e indignado, alzando la voz, antes de colgarlo abruptamente, dejándolo a Bryan con la palabra en la boca.
Hugh perseguía a Garret y a Belmond desde hacía mucho tiempo pero, en efecto, no había podido reunir las pruebas suficientes para detenerlas. Las explosiones, por ejemplo. Tenía las imágenes de las cámaras de vigilancia borroneadas, alteradas, fuera de foco y jamás encontraba testigos ni huellas ni evidencias y menos habían implicadas de ellas en tal o cual crimen. -Las dos saben lo que hacen-, golpeó la mesa Bryan furioso.
La rivalidad entre Garret y Belmond ya llevaba varios años. Ellas heredaron los imperios súper millonarios de sus padres, casi en forma coincidente. Ni se conocían entre ellas, cuando de pronto se declararon una guerra abierta. Primero encontraron ahorcado al principal contrabandista de la escudería de Garret y al momento fue hallado sin vida, muerto a disparos, el principal traficante de minerales ilegales que abastecía de dinero las arcas de Belmond. Así empezó todo. Garret y Belmond se juraron venganza.
La ciudad se hizo, entonces pasto de las llamas, así, de repente.