Me enteré que Karina estaba de amoríos con un hampón de poca monta, llamado David. La verdad no sé qué le veía esa mujer a ese sujeto porque era enjuto, desgarbado, tenía la nariz grande y era delgado en extremo, sin ningún músculo apetitoso. A mí me gustan los hombres fornidos, musculosos, grandes, de enormes pechos y brazos fuertes y poderosos y David era todo lo contrario aunque decían que era miserable y ruin, despiadado con sus víctimas. Imagino que a Karina le gustaba eso de David, que fuera bastante cruel y tiránico.
A ella le encantaban los chicos malos, desde la universidad que se rodeaba siempre de malandrines, de tipos que no valían la pena. En cambio a mí siempre me deleitaron y me prendaban los tipos ganadores, distendidos, emprendedores y nobles.
Con Karina estudiamos juntas medicina pero ninguna culminó la carrera porque, ambas, tuvimos que asumir los imperios económicos de nuestros padres. Yo, en realidad, admiraba a Karina, porque ella era hermosa, alta, sobria, divina y mágica, bien cincelada en sus curvas y redondeces, con sus cabellos tan largos y el brillo de sus ojos que encandilaba a los hombres. No era buena estudiante, sacaba malas notas, tenía problemas y encontrones con los profesores y por eso finalmente ella decidió dedicarse a los negocios de su familia.
Como les digo, ella prefería a los chicos malos que a los muchachos estudiosos y eso también confabuló en su rendimiento en las aulas de la facultad de medicina.
Algo parecido me ocurrió. Yo me dejé envolver por el glamour y el jet set y descuidé mis estudios. Era modelo de pasarela, hacía videos clips con cantantes de moda y aparecía en revistas impresas y también en el internet, por lo que no era buena alumna y finalmente tuve que asumir las empresas de mi padre y tomar el mando de sus negocios.
Nelson me contó de los amoríos de Karina con David. -¿Qué le ha visto ella a ese pobre tipo?-, me quedé mirando un selfie de ellos juntos, abrazados, muy acaramelados, en el zoológico de la ciudad, que me había conseguido mi agente de seguridad, gracias a sus contactos en la trinchera enemiga.
-David debe ser un tigre en la cama-, especuló Nelson. Podría ser. Karina siempre fue insaciable, le gustaba delirar en los brazos de los hombres, le encantaba viajar a las estrellas eclipsada por los besos y las caricias de ellos y aullaba como una loba cuando algún tipo bien dotado la hacía suya. En la universidad todo se sabía y ella estaba siempre en la cresta de las olas, en medio de los comentarios y chismes, más cuando se trataban de correrías románticas.
Yo aún estaba furiosa después que los hombres de Karina intentaron hundir mi yate, una de mis más preciadas y consentidas joyas pues a mí me encanta el mar, la brisa marina y disfrutar del canto de gaviotas, tostándome al Sol en una diminuta tanga extraviada en mi exuberante anatomía. Y mirando el selfie de ella con su novio, tuve una idea que me hizo reír mucho. Nelson se sorprendió de mis carcajadas. -¿Qué ocurre, señorita Garret?-, abanicó sus ojos.
-Ya sé cómo vengarme de Belmond-, no dejaba yo de reírme.