Guerra de mafiosas
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Capítulo 6 VI

David frecuentaba una discreta cantina en los suburbios donde libaba licor con sus amigos. Pese a que Karina, perdidamente enamorada, le ofrecía toda suerte de lujos y comodidades, incluso una suite exclusiva en su hotel, auto del año y dinero a raudales, él no olvidaba ni descuidaba sus raíces, tampoco a sus compinches, a sus amigotes borrachos, las orgías y por supuesto el sexo fácil. Por eso iba siempre por esos lares de perdición a departir, beber y a pasarla bien.

Me vestí de mujerzuela para tenderle una trampa al tal David. Nelson no sabía de mis intenciones porque todo lo hice en secreto. Me puse una faldita súper corta y estrecha que apenas contenía mis nalgas, unas botas largas hasta las rodillas, taco catorce para verme enorme, un top muy ceñido que evidenciaba mis senos enormes y el delicioso canalillo emergiendo delictual en el escote, me solté los pelos y me pinté la boca con un rojo intenso y me hice sombras en los ojos. Me colgué unos pendientes enormes y joyas de fantasía para darme un aire muy sensual, sexy y arrebatadora. Yo ya me había enterado en qué cantina estaba David. El mundo del hampa, en realidad, es muy pequeño y todo se sabe. Basta pagar un poco de dinero para obtener cualquier información desde robos hasta grandes crímenes y homicidios. Y David era ampliamente conocido en ese ambiente de sangre, muerte y corrupción.

En efecto, David estaba en una mesa libando licor, brindando con sus amigos, celebrando trabajos bien hechos, compartiendo anécdotas y experiencias, cuando entré a la cantina. Aquel era un bar miserable, gastado, de paredes amarillentas, de pésimo y fétido olor, con varios borrachines de caras pintadas de morado por tanto trago y ladrones pendientes de sus víctimas para desvalijarlas apenas queden dormidos por el licor. David no pudo evitar verme cuando entré meneando las caderas igual si fuera un barco a la deriva, mascando chicle, haciendo eles con mis manos, lanzando mis pelos al aire, extremadamente sexy y sensual. Me senté en la barra, crucé las piernas, prendí un cigarrillo, eché mucho humo y lo miré a David desafiante cual hembra en celo, alzando mi naricita e inflando mis pechos más de la cuenta.

David cayó muy fácil en mis redes. Quedó impactado de mi belleza y encanto, de mi sensualidad y lo hermosa y divina que estaba esa noche, hambrienta de sexo, queriendo que él me devore a besos y caricias y que me haga suya. A él le gustaban las chicas fáciles y yo le era un manjar muy erótico que estaba al alcance de sus manos. Hicimos click al momento porque yo estaba dispuesta a irme a la cama con él y ni siquiera necesitamos hablar mucho porque diez minutos después ya hacíamos el amor en un hotelucho de mala muerte en los mismos suburbios, igual a fieras enjauladas hambrientas de pasión.

David, en realidad, estaba entusiasmado de tenerme a su merced aún no supiera quien era yo. Él, incluso, se convirtió en un ciclón que arrasó conmigo sin darme ocasión ni siquiera a respirar. Empezó a besarme con pasión y embeleso, haciéndome suspirar eclipsada por su vehemencia. Mis pechos se irguieron como montañas y sentí que se desataban los fuegos en mis entrañas. Alcé la rodilla excitada mientras él llevaba sus manos hacia mis posaderas que tanto le habían gustado y fascinado desde que nos conocimos. Él volvió a comprobar no solo sus redondeces tan exquisitas sino también su lozanía y firmeza que lo maravillaban e hipnotizaban.

David me arranchó el vestido, haciéndolo volar por los aires, dejándome en sostén, calzón, pantimedias y mis zapatos puestos. Quedé, entonces, completamente inerme, entregada a ese sujeto, sin defensa alguna.

David me cargó y sin dejar de besarme me llevó hasta la cama donde dimos rienda suelta a toda nuestra emoción. Yo empecé a acariciar su pecho, repleto de vellos y eso prendió más fuegos en mis intimidades hasta convertirme en una gran antorcha, incendiándome por completo.

Con mucho apuro y desenfreno, él se quitó la ropa después que me arrancó mis prendas íntimas y desgarró con mucha furia y descontrol mis pantimedias. David estaba demasiado impetuoso e iracundo y lo único que quería era besarme, acariciarme y disfrutar de mis encantos que aparecían frente a sus ojos, como un manjar exquisito, sensual y erótico. Toda mi lencería estaba desperdigada en el suelo, hecha trizas, producto de la irrefrenable vehemencia de mi ocasional amante.

Cuando David invadió mis profundidades, hecho una locomotora marchando a todo vapor hacia lo más profundo de mi ser, grité estremecida y hundí mis uñas en su espalda, aferrándome a él enloquecida de tanta emoción y pasión que le desbordaba. No podía contenerme, incluso le abrí surcos en su espalda y garabateé su cuerpo con mis uñas, dejándome llevar por el descontrol del momento, sintiendo la virilidad de David avanzando sin frenos hacia lo más lejano de mis vacíos, deslizándose a parajes que yo ni siquiera conocía y que me producían más y más placer.

David estaba iracundo, ya les digo, porque yo derrochaba sensualidad por doquier, dejando florecer mi feminidad y eso lo había vuelto un león degustando a su presa con deleite y placer. David me dominó por completo, me eclipsó tanto que lo único que yo hacía era gemir y sollozar, mientras el fuego chisporroteaba por todos mis poros y no dejaba de exhalar muchísimo humo de mis narices, víctima del desenfreno que él me provocaba, estremecida, sufriendo continuas descargas de electricidad en tanto él conquistaba mis entrañas, arribando hasta los límites más distantes de mi ser.

Cuando David llegó a la frontera final de mi feminidad, aullé extasiada y excitada, parpadeando muchas veces y con mi corazón hecho una fiesta rebotando impetuoso en mi busto, disfrutando también del inmenso placer de ser enteramente suya de ese ignoto hombre.

Rendida, entregada, hecha suya, quedé sin fuerzas, extenuada, exánime y sudorosa, con mi cabeza colgando en mis hombros, parpadeando sin cesar, con mis pelos arranchados por la emoción del momento, mordiendo impetuosa mis labios, vencida por la excitación de esa inolvidable faena erótica. Quedé en el limbo, extraviada en el delirio total.

Caí y quedé regada en la cama como una piltrafa, completamente entregada, dibujando una equis sobre los edredones, exhalando fuego, convertida en un montón de carbón humeante, después de haber quedado chamuscada por mis propias llamas.

David siguió taladrando mis entrañas, pero ya todo era inútil, porque yo no tenía fuerzas para nada, siquiera para gemir o sollozar, simplemente estaba a su merced hecha una títere, desparramada en la cama, con mis pelos desechos y mi corazón alborotado, duchada en sudor.

-Qué deliciosa eres mujer, te amo-, intentó David desacelerar su corazón que también rebotaba sin cesar en su pecho.

Me dio risa lo que él me decía porque yo estaba con él en la cama por venganza y no porque él me gustaba. -¿Eso también piensas de Karina?-, le dije desafiante, riéndome con ironía.

-¿Karina?-, la cara ahora de David se le pintó de miedo, terror y pánico.

-Tu amante, pues-, seguí riéndome, disfrutando de verlo así, tan angustiado y pasmado.

-¿Quién eres?-, me preguntó entonces abanicando sus ojos angustiado.

Me puse mi falda y mi blusa y recogí el resto de mi ropa y mis zapatos y volví a reírme ésta vez aún más satisfecha. -Kate Garret-, le dije y me fui riéndome del hotelucho ese, escondido en las sombras, metido entre esquinas gastadas y tétricas, mientras que David siguió allí bajo las sábanas desconcertado, boquiabierto, atónito y aterrado. Él sabía que Karina se iba a enterar de su traición de haberse acostado nada menos que con su peor enemiga.

            
            

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