-Hicieron el amor en el hotel de Melquiades-, le informó "Sapo" incluso había fotos y videos de nosotros, entrando al hotelucho en cuestión , muy engolosinados, besándonos con encono y avaricia. David pensaba que yo era una mujerzuela y que si se enteraba Karina no iba a pasar nada porque él siempre lo hacía, acostarse con chicas de la mala vida y ella le perdonaba todo porque sabía que no le eran competencia. En realidad a Karina no le interesaba compartir a su hombre con esas tipas, pero lo que no podía tolerar es que se acostara con su peor enemiga.
Karina imaginaba, además, que David sabía quien quién era yo y que simplemente la había traicionado porque yo lo seduje descaradamente.
-Lo quiero muerto a ese hombre malnacido-, restregó ella los dientes presa de la ira y la furia de saberse traicionada.
David fue encontrado muerto un día después, acribillado a balazos en una esquina oscura de los suburbios al este de la ciudad. Mis contactos me dijeron que David estaba fumando un cigarrillo, charlando amenamente con unas mujerzuelas, cuando de pronto se apareció una motocicleta con un tipo con una pistola ametralladora en la mano. -Karina dice que ya no le sirves-, le dijo el sicario. David sabía lo que significaba eso. Empalideció, desorbitó los ojos, su boca rodó por los suelos y las mujeres huyeron gritando aterradas. De pronto el silencio se quebró en un millón de pedazos cuando el tipo rastrilló la automática y ¡pum! ¡pum! ¡pum! lo acribilló al pobre tipo, despellejándolo por completo, haciéndolo añicos y derrumbándolo en un gran charco de sangre. El motociclista aún le disparó dos balas más en la cabeza a David y recién se marchó. Cuando llegó la policía nadie había visto nada, nadie sabía nada y ni siquiera conocían al tipo que estaba hecho una masa sanguinolenta e informe en medio del callejón, tendido en un rincón.
Eso era lo que yo quería, sin embargo me sentí mal. Había hecho el amor con ese tipo, reímos, nos excitamos, él me llevó a las estrellas con sus besos y caricias, me estremeció cuando me hizo suya y luego quedé sumida en la inconsciencia de tanta pasión. Yo le tendí una trampa y Karina enfurecida lo mató. -Pobre hombre-, acepté resignada.
*****
Mi primer enamorado se llamaba César Shannon. Era muy lindo y amoroso conmigo, pero explosivo, cruel, déspota y despiadado con sus enemigos y con quienes se rehusaban a obedecerle. Se había aficionado al cobro de cupos lo que le dejaba un buen dinero y por eso actuaba con mucha ferocidad con "sus clientes". Chantajeaba a los comerciantes de su vecindario y de otros barrios de la ciudad, exigiéndoles el pago de un dinero a cambio de no atacarlos, agredirlos, incendiar sus comercios y hacerles la vida imposible. Era muy malvado, en realidad. Golpeaba cruelmente a los que se negaban a cumplir con sus requerimientos, provocándoles fracturas y dejándolos inconscientes. Ponía dinamita a las tiendas, haciéndolas estallar, y también secuestraba a familiares de quienes no acataban sus exigencias de pago y los mataba si no les daban dinero.
Shannon era buscado en todo el país, incluso el gobierno ofrecía una jugosa recompensa para quienes dieran alguna información de su paradero, sin embargo César contaba con cómplices bien pagados que lo protegían, lo ayudaban y escondían y le era imposible a la policía dar con su paradero. Amparado, entonces, en la impunidad, Shannon podía obrar a su libre albedrío atacando a mansalva a los comerciantes y obligándolos a pagarle fortísimas sumas de dinero
A mí me gustaba mucho Shannon porque era hermoso, alto, musculoso, bien pincelado y bastante gallardo y altivo como una divinidad helénica. Lo conocí porque necesitaba de sicarios para un importante traslado de oro ilegal a mercados europeos. César manejaba un escuadrón de sicarios para sus negocios turbios, sujetos bien entrenados y experimentados y que yo requería con urgencia para las entregas del mineral. Lo cité a uno de mis hoteles y cerramos el trato, recibiendo él una suculenta ganancia por brindarme la protección que urgía mi convoy para el traslado del oro.
Pero no fue solo eso: yo me enamoré de él. Me sedujeron sus ojos, su sonrisa, su rostro bien dibujado, armonioso, seductor y varonil, su pecho grandote, repleto de vellos, sus manos igualmente enormes y sus músculos y bíceps. Quedé rendida a César, hincada a sus pies como una gatita indefensa.
César no era ningún tonto y adivinó, de inmediato, que yo estaba prendada de él. Empezó a llamarme, a frecuentarme en mis casinos, hoteles y el edificio principal de mi consorcio empresarial y una cosa llevó a la otra, nos hicimos enamorados y sostuvimos una relación muy tórrida e intensa, con muchos besos y caricias, entregados, además, a los placeres de las carnes desnudas. Hicimos el amor muchísimas veces y yo siempre terminaba extenuada, duchada en sudor, hecha una piltrafa, delirando después de haber disfrutado de la virilidad de mi amante, eclipsándome y obnubilándome por completo.
Yo contrataba siempre los servicios de sus sicarios no solo para el contrabando del oro ilegal, sino también para otros traslados de autopartes, telas y a veces fármacos, pagándole mucho dinero. Todo lo compraba Down Shäffer, alguien con quien mantenía una estrecha colaboración desde hacía muchos años. Shäffer era un tipo muy curioso, desconfiaba hasta de su sombra y nunca se le conoció amigo alguno, ni siquiera yo pese a los contratos que teníamos. -Yo no tengo amigos, jamás los tuve ni los tendré porque en toda amistad siempre está la ambición y las ansias de poder, la verdadera amistad no existe, Kate, nadie es amigo de nadie, ni tu propia familia-, me decía cuando lo invitaba a tomar tragos o comer en uno de mis restaurantes "simplemente como conocidos". Shäffer era un tipo solitario, ermitaño, déspota y jamás le supe de una novia. Siempre andaba solo rodeado de sicarios de los que, obviamente, también desconfiaba.
Ya les digo, todo iba de maravillas con César, hacíamos el amor, yo estaba muy enamorada, me entregaba a él muy apasionada y encandilada, sin embargo una tarde César me traicionó y se llevó una entrega de oro, casi una tonelada del mineral precioso.
-La policía sorprendió a mis hombros y perdimos la entrega-, fue lo que me dijo y yo le creí, cuando la verdad era que él se había llevado el oro para venderlo a Shäffer, consiguiendo muchísimo dinero por la transacción.
Yo estaba enamorada de ese hombre y acepté su explicación, porque ya les digo, estaba enceguecida e hincada a sus pies.
Sin embargo uno de sus compinches lo delató sin querer. Él era amante de de mi secretaria, Nancy Evans y le dijo a ella lo que había hecho César con mi oro. Nancy, entonces, me puso al tanto de lo que había pasado.
Me sentí muy dolida, sin embargo no tome represalias. Yo lo quería mucho a César, había delirado entre sus brazos y el dinero perdido en ese oro no me afectaba mi economía. Lo único que hice fue dejarlo a verlo. César me llamó mil veces, pretendió verme, me buscó en mis oficinas y mi rancho privado, pero no quise verlo.
César, finalmente aceptó que me había fallado y engañado.
También rompí palitos con Shäffer. Comprendí, recién, en mala hora, lo que él había querido decirme: en la vida no hay amistad, solo traiciones.