Andrea llevaba dos años trabajando en una fábrica de automoción, ubicada en una pequeña ciudad donde había vivido toda su vida. Era un trabajo muy duro, pero necesitaba ahorrar algo de dinero para lograr cumplir su sueño, tener su propio negocio.
Era de noche y hacia frío. Andrea corrió a su coche que había aparcado cerca de la entrada. Se montó y condujo hacia su casa. Llegó pronto a su barrio pero no encontraba sitio para aparcar su coche, después de conducir por las calles durante cinco minutos, decidió aparcar en el aparcamiento que había al final de la calle. Se encontraba bastante retirado de su casa, pero no le quedaba otra opción, tendría que aparcar allí e ir andando hasta su casa. No le gustaba aparcar allí y menos por la noche, pues era un lugar con muy poca luz y solitario a esas horas de la madrugada.
Andrea era bastante miedosa, casi todo le daba miedo, así que se dispuso a bajar del coche e ir corriendo por la calle hasta llegar a su casa. Cerró el coche y echó a correr, aunque al momento tuvo que parar en seco. Vio a lo lejos, en el aparcamiento, la figura de un hombre. No lo distinguía demasiado bien porque estaba bastante oscuro y eso le asustaba. Tenia que pasar por donde se encontraba aquel extraño para poder salir del aparcamiento. Después de pensarlo un momento, decidió que seria mejor volver al coche y esperar hasta que aquel extraño se marchara de allí.
Se giró para volver a su coche, pero cuando había dado unos pocos pasos notó que tenía a alguien justo detrás. Se dio la vuelta y se encontró al extraño de frente muy cerca de ella. No pudo evitar dejar escapar un grito por el susto. Había un chico joven mirándola fijamente de pelo negro y alborotado y ojos oscuros. Era alto y delgado y vestía un pantalón vaquero y una camiseta de manga corta negra.
Andrea en ese momento no sabía qué hacer ni que decir. Quería correr pero le fallaban las piernas, estaba demasiado asustada.
- ¿Quién eres? -se atrevió a preguntarle -¿Qué es lo que quieres?
Él no le respondía pero no dejaba de mirarla fijamente y eso a Andrea le ponía muy nerviosa. Dio dos pasos hacia atrás y aquel chico dio otros dos pasos hacia adelante, no la iba a dejar ir en paz.
- Me estas asustando, si no te vas gritaré...
- ¿Tanto miedo me tienes? -le preguntó aquel chico dejando asomar una media sonrisa.
- No es eso, es sólo que... me están esperando, si no voy pronto se preocuparan...
- Nadie te está esperando, sé que vives sola, Andrea.
- ¿Cómo lo sabes? –le pregunto ella muy desconcertada -¿De... De que me conoces?
- Sé algunas cosas sobre ti...
Ella se quedó muy sorprendida. No entendía como aquel chico tan raro podía conocerla, ni saber su nombre si quiera. Él empezó a acercarse cada vez más a ella y Andrea cada vez se encontraba más y más asustada.
- ¡No te acerques! ¡Déjame ir a casa, por favor! -le suplicó.
- Lo siento, pero no puedo hacer eso...
Aquel desconocido se acercó a Andrea y la cogió por los brazos. Ella intentó soltarse pero él acercó su rostro al suyo, parecía que la iba a besar. En ese momento, ella sintió que tenía demasiado sueño, casi no podía mantenerse en pie ni mantener los ojos abiertos. Entonces se cayó al suelo, no podía aguantar despierta más tiempo, así que cerró los ojos y cayó en un profundo sueño.
Andrea se despertó sobresaltada. Pensó que lo ocurrido en el aparcamiento había sido tan sólo un horrible sueño, aunque pronto se dio cuenta de que estaba equivocada. Se intentó levantar pero no podía, estaba metida en una jaula demasiado pequeña para poder ponerse en pie y tenía un tobillo atado a la jaula con una cadena. No podía creer lo que estaba pasando, alguien la había secuestrado y la había encerrado en aquella jaula.
Pudo ver a través de las rejas de la jaula que se encontraba en una especie de almacén oscuro, había muchas jaulas esparcidas por el almacén pero no veía a nadie. Intentó gritar pidiendo auxilio, pero no obtenía respuesta alguna. No sabía dónde se encontraba, ni por qué estaba encerrada, tampoco sabía lo que iba a ocurrirle. Estaba muy nerviosa y asustada, muchas cosas horribles pasaban por su mente en aquel momento.
De repente, pudo escuchar un gruñido que provenía de una de las jaulas. Se dio cuenta de que había más gente encerrada en algunas jaulas, pero no se movían. No sabía si esas personas estaban dormidas o muertas. Eso le aterraba.
- ¿Dónde estoy? ¿Hay alguien? -preguntó una temblorosa voz de mujer.
- Hola, estamos encerradas, no sé dónde estamos –le dijo Andrea - ¿Estas bien?
- Creo que sí, sólo estoy un poco aturdida ¿Quién eres?
- Me llamo Andrea ¿Y tú?
- Me llamo Sofía ¿Cómo has acabado aquí?
- No estoy segura... me encontré a un chico muy extraño cuando iba hacia casa y de me entró mucho sueño y me dormí, creo que me drogó o me hizo algo para dormirme. Cuando desperté ya estaba aquí encerrada.
- ¡A mí me pasó lo mismo! –le dijo Sofía – un chico me seguía y al acercarse a mí me entró mucho sueño y me dormí de repente y acabo de despertarme ya estando aquí.
- ¿Qué crees que quiere de nosotras? ¿No será un violador o un traficante de personas o algo así?
- No lo sé, pero tengo mucho miedo...
- Yo también tengo miedo ¡Tenemos que salir de aquí como sea! –le dijo Andrea.
En ese momento, alguien entró y encendió las luces del almacén. La luz cegaba a Andrea porque llevaba mucho rato estando a oscuras. Cuando por fin se le acostumbró la vista a la luz, vio que se acercaban dos mujeres de aspecto muy siniestro. Una era visiblemente más joven que la otra, eran bastante pequeñas de estatura y de cuerpo grueso, ambas vestían de negro. Le llamó la atención la piel tan pálida que tenían aquellas dos mujeres y las ojeras tan pronunciadas, les hacían tener un aspecto muy demacrado.
Se acercaron con paso muy animado a donde se encontraban Andrea y Sofía. Las sacaron de las jaulas junto a dos chicas más que había en otras jaulas. Esas dos chicas estaban dormidas, las dos mujeres de aspecto siniestro se acercaron a ellas y las despertaron moviéndolas muy bruscamente.
- ¡Arriba bellas durmientes! –les dijo una de las mujeres entre risas dándoles una patada en las piernas.
- ¡Saki, no seas tan bruta, las vas a lastimar! ¡Ya sabes que las quieren en perfecto estado!
- ¡Oh Anaria, déjame divertirme un poco! –le suplicó Saki.
Las chicas recién despiertas se levantaron temblorosas y visiblemente muy asustadas. Una de ellas se puso a gritar y a llorar.
- ¡Cállate ya, estúpida! -le gritó Anaria a la vez que le estiraba del pelo -¡Tenemos que prepararos para nuestros señores!
Andrea se quedó estupefacta al escuchar esas palabras. Las iban a preparar para después ser entregadas o vendidas a saber a quién. En ese momento tuvo una idea, ellas eran cuatro y esas siniestras mujeres sólo dos. Si unían sus fuerzas podrían aplacarlas, además iban desarmadas.
En ese momento, la chica que no había parado de llorar desde que se había despertado, echó a correr. Entonces, Anaria, dio un gran salto con el que casi llego a rozar el techo del almacén, hasta llegar a donde se encontraba la chica y cayó justo encima de ella. Después de un rato de forcejeo, Anaria accidentalmente arañó la cara de la chica, dejando una gran marca de sangre en su cara.
- Ya no me sirves -le dijo Anaria a la vez que le cogía de la cabeza y se la giraba bruscamente, partiéndole el cuello.
La chica se quedó muerta en el suelo y Andrea y las otras dos chicas empezaron a llorar muy asustadas. Era increíble como una simple mujer podía haber dado semejante salto y tener tanta fuerza como para poder partirle el cuello a una chica en un segundo y sin nada de esfuerzo, como cuando partes un palo muy fino.
- ¿Alguien más quiere irse? -preguntó Anaria con tono desafiante a las chicas- ¿No? Entonces venga, las tres en fila, calladitas y seguidme.