El eco de los tacones de Clara resonaba en el mármol pulido mientras atravesaba el amplio vestíbulo de la sede central de Montenegro Corp. Con cada paso, proyectaba la imagen de una mujer inquebrantable: impecable, estratégica y siempre bajo control. Era una figura que muchos admiraban y temían a partes iguales.
Pero esa noche, algo era diferente.
El reloj marcaba las 11:47 p. m., y las luces de la ciudad dibujaban sombras alargadas en los ventanales del piso 48. Clara permanecía en su oficina, con un vaso de vino apenas tocado en una mano y un sobre sin abrir en la otra. Su escritorio estaba ordenado, excepto por esa carta que había llegado ese mismo día. Llevaba horas mirándola, incapaz de decidir si debía romper el sello.
Afuera, el murmullo de alguien trabajando rompió el silencio. Andrés Salgado, su asistente, parecía estar revisando papeles en su propio espacio, a pocos metros de ella. Clara sabía que él había permanecido allí a pesar de que no era necesario. Andrés siempre encontraba una excusa para quedarse más tiempo, para asegurarse de que ella tuviera todo bajo control, incluso cuando ella insistía en que podía manejarlo sola.
No podía evitar preguntarse por qué se preocupaba tanto. No era solo por profesionalismo. Lo veía en los pequeños detalles: la manera en que le dejaba café justo como a ella le gustaba sin que tuviera que pedirlo, o cómo parecía leer su estado de ánimo con una facilidad inquietante.
Clara dejó el vaso sobre el escritorio y se giró hacia la ventana. La vista de la ciudad le recordaba todo lo que había sacrificado para llegar hasta ahí. Pero por primera vez, sintió que algo faltaba, una pequeña grieta en la fachada que había construido con tanto esfuerzo.
Una voz suave interrumpió sus pensamientos.
-¿Todo bien, Clara?
Ella se giró lentamente. Andrés estaba de pie en la puerta, con su corbata ligeramente desajustada y una expresión que mezclaba respeto y una genuina preocupación. Algo en sus ojos la desarmó, como si pudiera ver más allá de su máscara habitual.
-Sí -mintió ella, guardando el sobre en el cajón y forzando una sonrisa-. Solo estaba despejando mi mente.
Pero incluso mientras pronunciaba esas palabras, supo que no eran del todo ciertas. Algo estaba cambiando, y no sabía si estaba lista para enfrentarlo.
Y menos aún, para enfrentarlo a él.