Lucía Torres estaba de pie frente al majestuoso edificio de la Torre Ferrer, observando cómo los reflejos del sol se proyectaban sobre el vidrio de la estructura. Era un lugar que emanaba poder, riqueza y control, y en su interior, el hombre que se encontraba en el centro de todo, Alejandro Ferrer, tejía su red de influencia. Lucía apretó los labios, sintiendo que el peso de su misión recaía sobre sus hombros. Era la infiltrada, la espía, y su tarea era clara: obtener información confidencial sobre los oscuros negocios que giraban en torno a la multinacional Ferrer.
Sin embargo, al mirar la torre, no pudo evitar sentir una punzada de duda. Nada en este mundo empresarial tan implacable era tan sencillo como parecía.
La ciudad bullía a su alrededor, pero Lucía se mantenía enfocada en lo que debía hacer. Su misión había sido encomendada por un pequeño pero poderoso grupo dentro del gobierno, una organización que, en teoría, velaba por la justicia, pero que también tenía sus propios intereses. Si quería cumplir con su cometido, tendría que ser meticulosa, paciente y, sobre todo, mantenerse distante de cualquier traba emocional que pudiera desviar su atención. Pero, al igual que otros antes que ella, Lucía sabía que cuando se jugaba con fuego, las llamas podían acabar consumiéndote.
Tomó una respiración profunda antes de atravesar la puerta de seguridad que conducía al interior del edificio. La recepción era impoluta, con pisos de mármol blanco y modernas lámparas de cristal. La persona encargada de la seguridad le dio una mirada casual, pero Lucía sabía que nada en este lugar era casual. Cada gesto, cada palabra, estaba cuidadosamente calculado. Después de entregar su identificación, una tarjeta que le había sido proporcionada para su rol como una nueva consultora externa, fue conducida hasta el elevador.
El trayecto hasta el piso de los ejecutivos fue silencioso. Lucía observaba el reflejo de su rostro en las paredes metálicas del ascensor. Llevaba el cabello recogido en una coleta baja y un maquillaje sobrio que escondía cualquier rastro de nerviosismo. Nadie debía sospechar de ella. Nada podía salir mal. En cuanto las puertas del ascensor se abrieron, Lucía encontró el vestíbulo principal de la planta ejecutiva. Un espacio que respiraba lujo y poder. La opulencia era evidente en cada rincón: el cuero de los sillones, las pinturas contemporáneas que adornaban las paredes, el ambiente cálido pero distante que generaba una atmósfera de exclusividad.
La secretaria de Alejandro Ferrer, una mujer alta y elegante llamada Marta, la recibió con una sonrisa fría y educada. Tras verificar su identidad y propósito, le indicó que aguardara en la sala de espera. Lucía se sentó, observando las fotos en las paredes, los títulos de los libros en las estanterías de la sala. Nada parecía fuera de lugar. Pero Lucía sabía que no debía dejarse distraer por las apariencias. Cada uno de esos detalles estaba diseñado para crear una atmósfera de perfección, de control, y esa era precisamente la imagen que Alejandro Ferrer quería proyectar.
Unos minutos después, Marta regresó y le indicó que la reunión comenzaba. Lucía se levantó con rapidez y siguió a la secretaria a través de un pasillo largo y alfombrado, hasta la oficina de Alejandro. Las puertas se abrieron ante ella, revelando un espacio amplio, con vistas panorámicas de la ciudad. Alejandro estaba de espaldas, mirando por la ventana. Su figura era imponente, con un porte que emanaba autoridad. Lucía sintió cómo su respiración se aceleraba un poco, pero rápidamente se recompuso. No podía permitirse ceder a sus emociones.
-Lucía Torres -dijo Alejandro, sin volverse a mirarla, su voz profunda y controlada-. He oído hablar de ti. Toma asiento.
Lucía no se sorprendió por la información que él parecía tener sobre ella. Era claro que Alejandro Ferrer no confiaba en nadie sin antes investigar a fondo. La joven tomó asiento frente a él, observando cómo su figura se recortaba en el contraste de la luz que entraba desde la ventana. Alejandro giró lentamente en su silla y la miró con una intensidad que le hizo sentir como si estuviera siendo estudiada.
-¿De qué se trata esta reunión, señor Ferrer? -preguntó Lucía, manteniendo la calma en su tono.
-Me interesa saber por qué decidiste unirte a nuestra empresa, Lucía. No eres una persona común, eso es evidente. ¿Qué te trae a Ferrer Corp? -su mirada era fija, inquisitiva.
Lucía mantuvo su expresión neutral, controlando cada palabra que salía de sus labios.
-He trabajado en proyectos similares, en otros sectores. Mi experiencia en la gestión de crisis podría ser útil para un grupo tan grande y diversificado como Ferrer Corp.
Alejandro asintió lentamente, pero Lucía pudo ver en sus ojos que no creía completamente en su respuesta. Él había escuchado algo más, algo que no estaba dispuesto a revelar todavía.
-Interesante -dijo finalmente-. Verás, Lucía, este es un lugar donde no hay espacio para los errores. Todos los movimientos, cada paso, está monitoreado. Y más aún cuando trabajas directamente conmigo.
Lucía sintió que una punzada de tensión recorría su columna vertebral. Sabía que este tipo de declaraciones no eran casuales. Alejandro Ferrer la estaba evaluando, buscando cualquier signo de vulnerabilidad, cualquier grieta en su fachada. Y si algo había aprendido, era que no podía permitir que él la viera como algo más que una consultora externa. No podía dejar que él notara nada que pudiera poner en peligro su misión.
El resto de la reunión transcurrió con una serie de preguntas y respuestas meticulosamente preparadas. Lucía se mostró tranquila, asertiva, respondiendo a todo con la misma seguridad que la había llevado a ser seleccionada para esta misión. Sin embargo, a medida que avanzaba la conversación, algo comenzó a cambiar en ella. Cada vez que sus ojos se cruzaban con los de Alejandro, algo en su interior se agitaba. ¿Era su profesionalismo? ¿O había algo más en él que la hacía sentirse atraída, de manera inesperada, por su presencia, por la intensidad de su mirada?
Cuando la reunión llegó a su fin, Lucía se levantó y, con una sonrisa cortés, extendió la mano.
-Gracias por su tiempo, señor Ferrer. Estoy ansiosa por comenzar a trabajar con usted.
Alejandro la miró, pero no tomó su mano de inmediato. En su lugar, sus ojos la estudiaron con una intensidad que hizo que Lucía sintiera una extraña inquietud en su pecho.
-Nos veremos pronto, Lucía. Pero recuerda: en Ferrer Corp, nadie es quien dice ser. Todos jugamos un juego, y yo soy el que controla las reglas. -Sus palabras sonaron más como una advertencia que como una promesa.
Lucía asintió, tomando su mano en un apretón firme, pero breve. Al salir de la oficina, el eco de sus palabras resonaba en su mente. Sabía que su misión había comenzado, pero algo dentro de ella temía que, pronto, ella misma se vería atrapada en ese juego que Alejandro Ferrer controlaba tan bien.
Y lo que más la desconcertaba era que, tal vez, no deseaba tanto escapar de él.