Cuando su mirada se posó en la fecha en que esas fotografías fueron tomadas, sintió un nudo en el estómago, pues eran del mismo día que su aniversario de bodas.
Marc le había prometido que pasarían la noche juntos, pero llevaba tres días sin volver a casa. Su asistente la llamó para informarle de que su cónyuge tenía un asunto urgente que atender.
"¿Urgente?", había repetido Stella, con una risa fría. Y ahora podía ver la naturaleza de su urgencia... meterse en la cama de otra. De repente, cerró el mensaje y marcó un número de su lista de contactos.
"Stella", dijo la persona al otro lado de la línea, que contestó casi inmediatamente.
"Ya he tomado mi decisión sobre el proyecto de investigación confidencial", dijo con calma.
"¿Quién es el candidato?".
"Yo".
Se hizo un pesado silencio antes de que su interlocutor respondiera con una voz aguda y afilada: "Stella, no bromees. ¡Sabes muy bien lo que implica eso! Apenas estés en el proyecto, no hay vuelta atrás. No tendrás contacto con el mundo exterior, ni podrás mantener relaciones personales. Se te enlistará oficialmente como desaparecida, se borrará todo sobre tu pasado, y se te dará una nueva identidad. Así que pregúntate: ¿estás realmente lista para alejarte de tu familia, de Marc?".
La aludida miró la foto enmarcada que colgaba cerca de ella.
Hubo una época en la que sonreír le provocaba calidez, pero ahora le rompía el corazón.
Además, las promesas de su marido, que antes le parecían dulces, ahora sonaban vacías.
"Ya tomé mi decisión", afirmó en voz baja. "Mañana iré a llenar los formularios".
Acto seguido, colgó sin darle a la otra persona la oportunidad de responder. No quería escuchar más. Ya lo había decidido.
En ese momento, un auto se detuvo afuera. Momentos después, Marc Walsh entró a la casa, tan alto como siempre. Se aflojaba su corbata negra mientras se dirigía directamente al baño.
Lanzó perezosamente su saco sobre el perchero. La prenda todavía llevaba el sugerente aroma de FIRE2, el último perfume femenino de la marca Vlexoot. Capturaba la esencia audaz y apasionada, aparentemente todo lo que ella ya no representaba.
Minutos después, salió del baño tras darse una ducha. Las gotas de agua todavía se deslizaban por su cuerpo, cubierto únicamente con una bata gris. Esta estaba amarrada laxamente, dejando al descubierto sus marcados pectorales y abdominales. El cabello húmedo caía alrededor de su rostro, y el vapor a su alrededor solo lo hacía parecer más frío, brusco.
Como el heredero de la familia Walsh, Marc lo tenía todo: buen aspecto, prestigio y dinero. Y hubo una época en la que ella se había sentido atraída a él por todo eso, pero ahora solo le desagradaba.
"¿Por qué me miras así?", inquirió el hombre entre risas con una voz suave y traviesa mientras la rodeaba por la cintura. "Cariño, ¿me has echado de menos?", preguntó, deslizando su mano por el costado de su mujer.
Ella se erizó ante el contacto y se apartó rápidamente.
"¿Qué pasa? ¿Estás enojada conmigo?", preguntó él, con el ceño fruncido, deteniéndose a medio movimiento.
Stella inhaló profundamente, para estabilizarse. No iba a desperdiciar energía en otra discusión. Reprimiendo el dolor en su corazón, se inclinó y sacó una caja de la cómoda, que le entregó a su esposo.
"Ten. Un regalo". Adentro se encontraba los papeles del divorcio, que ella ya había firmado. Ese era su regalo final. "Tendrás que adivinar la contraseña para abrirlo", prosiguió sin emoción.
Marc miró la caja con desinterés y creyendo que se trataba de otro de sus extraños juegos, la dejó sobre la mesa. Luego atrajo a la mujer hacia sí, recargando la cabeza en su hombro. "Tú eres el único regalo que deseo", declaró.
Stella se tensó involuntariamente. Al notar su reacción, su cónyuge soltó una risa baja.
"¿Todavía enojada porque me perdí nuestro aniversario? El trabajo ha sido una locura", mintió, mientras le daba un beso en la mejilla. Luego la soltó, sacó una pequeña caja de su abrigo y se la entregó.
"¿Te gusta?".
En su interior había un pasador delicado y chapado en oro; claramente se trataba de una pieza personalizada y elaborada con esmero.
"La mandé hacer especialmente para ti. Siempre te han gustado cosas así, ¿verdad? Póntelo", dijo con esa voz familiar, que era una mezcla de afecto y control.
En el pasado, ese tono había sido suficiente para derretir la determinación de la chica.
Todos en Choria creían que Marc amaba a su esposa... Hasta la misma Stella lo había creído. Si no hubiera sido por las fotos guardadas en su celular, podría haberse sentido conmovida por su regalo.
La amante de su esposo, que salía en las imágenes, tenía unos veinte años. Lucía bonita y segura de sí misma, con sus ojos coquetos y cabello largo y ondulado recogido con el mismo pasador que ahora estaba frente a ella. Ese peinado dejaba al descubierto su elegante cuello, lleno de chupetones.
"Solo hay uno como este en el mundo. Te gusta, ¿verdad?", insistió Marc, alzándole suavemente el pelo, y rozándole la piel con sus dedos ásperos, de una forma demasiado familiar e íntima.
Stella perdía la paciencia rápidamente y poco le faltó para clavarle el pinche pasador en el pecho. Mirándolo a los ojos con una expresión más fría de lo habitual, le preguntó: "¿Así que el único en el mundo?".
Él notó que algo iba mal, pero apenas ella sonrió, con su suavidad habitual, sus dudas desaparecieron.
"Si realmente es único, entonces sí, me encanta", declaró la mujer, cerrando la caja con calma. "Tengo trabajo que hacer esta noche. Vete a dormir", agregó, escapando de su abrazo y apretando la caja firmemente, sin dedicarle otra mirada.
Marc sintió que una corriente fría traspasaba su bata abierta y, por alguna razón, lo dejó sintiéndose extrañamente vacío. Esa noche, ella parecía más fría de lo habitual.
Sin embargo, al ver sobre la mesa el extraño regalo que le había dado, recuperó la calma. Al fin y al cabo, entendía los sentimientos de Stella mejor que nadie. Ella lo amaba tanto, tanto que nunca lo dejaría realmente, sin importar lo que él hiciera. Ni ahora, ni nunca.
De repente, su celular comenzó a vibrar una y otra vez dentro del bolsillo de su bata. Cuando finalmente lo revisó, se encontró con mensajes atrevidos y coquetos en la pantalla, que le cerraron la garganta en el acto. Tras responder escuetamente, borró todo y lanzó el dispositivo a un lado, antes de caer en la cama.
El suave y familiar aroma que persistía en las sábanas calmó sus nervios. Pronto, se quedó profundamente dormido.
Mientras tanto, en el estudio, Stella le sacó una foto al pasador y la envió a una boutique dedicada a la reventa de artículos de lujo.
"Vende esto. Lo antes posible", indicó. Luego mandó un número de cuenta y agregó: "Deposita el dinero aquí".
Esa era la cuenta oficial de instituto. Incluso algo manchado todavía podía ser utilizado para un buen propósito.
...
A la mañana siguiente, cuando Marc abrió los ojos, descubrió que Stella ya estaba completamente vestida. Se apoyó sobre los codos y le hizo señas para que se acercara.
"Ven aquí. Dame un abrazo", le dijo, con la voz ronca y suave por el sueño.
Ella dejó de abotonarse la blusa. Inhaló profundamente, y mantuvo una expresión compuesta. "Surgió algo urgente en el instituto. Tengo que irme ahora. No tuve tiempo de preparar el desayuno, así que tendrás que arreglártelas hoy tú mismo".
Acto seguido, agarró su bolso y salió como anoche, sin mirar atrás.
Marc se quedó congelado a medio movimiento, sintiendo que volvía la sensación de vacío en su pecho. Se frotó levemente las cejas, tratando de deshacerse de ella.
Antes, por muy ocupada que estuviera, Stella nunca se perdía una mañana a su lado. Siempre se aseguraba de que el desayuno estuviera listo justo a tiempo. Luego lo despertaba suavemente, le pedía un abrazo y le daba un beso de buenos días con la sonrisa más dulce. Pero todo había cambiado ese día.
"Stella", la llamó su esposo cuando ella abrió la puerta. En ese momento, Stella sintió como si algo agudo le desgarrara profundamente el pecho.
"¿Sí?", preguntó con una mirada firme, girándose para verlo.
Marc la contempló por un largo rato. Al verla igual de normal que siempre, se dijo que todo estaba en su cabeza.
"Asegúrate de comer, incluso si las cosas se ponen difíciles. Y no te quedes despierta hasta tarde. El trato de Marina Horizon tuvo un contratiempo, así que toda esta semana trabajaré hasta tarde. No me esperes".
"De acuerdo", contestó ella, con una sonrisa.
En ese momento, la luz del sol caía sobre el rostro de Stella, haciendo que le brillaran los ojos; además, sonreía cálidamente. Al verla, Marc sintió que el corazón le daba un vuelco, pues le recordó a la chica que alguna vez le había quitado el aliento.
"Cuando el trabajo se calme, vayamos a la Isla Midstream. Para compensar la luna de miel que nunca tuvimos", dijo él, en un tono más suave.
La mujer sintió que su corazón, ya dolido, volvía a romperse.
Cuando estaban organizando su boda, Stella había elaborado una lista de los lugares a los que viajarían juntos, uno para cada aniversario, como si fueran lunas de miel.
Había creído que se mantendrían enamorados para siempre, pero ese año, Marc había llegado a ese lugar a otra mujer. Y ella tenía las fotos que probaban su infidelidad en su celular.
"Claro... cuando las cosas se calmen", respondió finalmente, bajando la mirada.
Con eso, se dio la vuelta y salió. No quedaba ni un ápice de calidez en sus ojos.
Él no lo sabía, pero nunca tendrían la oportunidad de realizar ese viaje.