El cielo de la hermosa Perla del Ruiz amaneció nublado, y los estruendos avizoraban lluvia; pero eso no era un impedimento para que los dos pequeños aventureros: Carlos y Joaquín Duque emprendieran una travesía aquel día, ambos niños despertaron temprano, con el canto de los pájaros y el delicioso olor del café colombiano recién preparado.
Carlos Mario estiró sus brazos, y antes de salir de la cama recordó que las pocas veces que su madre le permitía quedarse a dormir en la Momposina: Luisa Fernanda la mamá de su hermano menor siempre los despertaba con un cálido beso en la frente, pero aquel niño jamás recibía una muestra de afecto de su progenitora, apenas tenía diez años, demostraba gran inteligencia y actitudes de liderazgo; era él quien guiaba las expediciones que realizaban a través de los cafetales con su hermano y su amigo Jairo, hijo de los capataces de la hacienda.
A pesar de siempre sentir el rechazo de Luz Aída, su madre, aquel niño gozaba de la compañía de su hermano, el corazón de Carlos estaba lleno de amor para Joaquin, lo cuidaba y protegía, el cariño entre ambos era innegable, al pensar en la misión que tenían ese día, sonrió con emoción, saltó de la cama para dirigirse a la ducha y luego cambiarse de ropa.
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En la hacienda la Momposina el ronroneo de un pequeño minino empezó a sacar de los brazos de Morfeo a Joaquin, el niño aún adormecido pasaba su manito por el brillante pelaje de su mascota, enseguida escuchó la puerta de su habitación abrirse, entonces abrió sus parpados y su mirada se clavó en el dulce rostro de su madre, quién lo observaba con ternura.
-Otra vez escondiste a Bruno -recriminó Luisa Fernanda retirando al gatito de la cama de su hijo, enseguida se acercó al pequeño y besó su frente, lo miró a los ojos esperando una explicación.
-Es que hacía mucho frío mami, me dio pena -respondió con sinceridad Joaquín-. Además, yo no lo escondí, él ya estaba aquí en el cesto de la ropa sucia. -Señaló con su mano.
Luisa Fernanda sonrió y abrazó a su hijo.
-Ve a bañarte y bajas a desayunar mi príncipe -ordenó.
-Sí mami -respondió el jovencito.
El pequeño niño Duque, saltó de la cama con gran entusiasmo aquel día, él y su hermano tenían una misión importante, se bañó, se colocó ropa deportiva y bajó a desayunar.
-Buenos días, papá -saludó a su padre con un abrazo. Miguel Ángel correspondió el gesto de su hijo con cariño.
Joaquín tomó asiento en su lugar a cada instante veía a la puerta, esperando ver aparecer a Carlos. «¿Será que la bruja no le dio permiso?» se preguntaba el pequeño, era tanta la ansiedad que sentía ante la demora de su hermano, que casi no probaba su desayuno.
- ¿Qué pasa mi niño? ¿Por qué no te alimentas? -preguntó su madre preocupada, pensando que a su hijo le dolía algo. Joaquín, nunca rechazaba su desayuno favorito: arepas, huevos revueltos, jugo de naranja, pero ni siquiera el exquisito aroma de la comida que humeaba a su alrededor le llamaba la atención, hasta que escuchó la voz de Carlos hablando con Jairo. El niño se levantó corriendo para ir a ver si en realidad era él, abrió la puerta y su hermano apareció.
-Pensé que no ibas a venir -reclamó Joaquín.
-Ya vez que no es así -contestó Carlos, jugando con el cabello del pequeño.
-No me despeluques -regañó el menor riendo contento.
-Los dos este rato se sienta a desayunar -ordenó Luisa Fernanda. Carlos se acercó y saludó a su papá, con un fuerte abrazo, lo mismo hizo con su madrastra quien siempre lo acogía con los brazos abiertos y muchas veces le brindaba el cariño materno que a él, le hacía falta. Luisa jamás hizo diferencias entre los dos hermanos, intentaba que ambos llevaran una relación armónica.
Una vez que terminaron de desayunar, pidieron permiso para salir a caminar por los cafetales. Luisa Fernanda solicitó que no se alejaran de la hacienda, fue así que Carlos, con su hermano menor llevaban con mucho cuidado una plantita de orquídea conocida como estrella, las cuales florecían cada tres meses en diversas tonalidades: blanco, rosa, morado, amarillo.
Ellos desconocían las técnicas para sembrar una planta de esas; sin embargo, Carlos, había leído en libros sobre la manera correcta de diseminar orquídeas, fue así que caminaron en medio de los árboles de pino y eucaliptos.
- ¿Por qué no sembramos en uno de estos troncos, Carlos? -preguntó Joaquín, cansado de dar tantas vueltas.
-Porque en el libro que yo leí decía: «No hacerlo en pino y eucaliptos»
- ¿Entonces dónde vamos a sembrar? -preguntó Joaquín impaciente.
-Debemos seguir buscando el tronco adecuado hermanito. Vos escogerás el lugar donde sembraremos nuestra orquídea y cuando florezca vos y yo haremos un juramento.
Joaquín se emocionó mucho al ver que su hermano le asignaba la tarea de encontrar el mejor tronco, fue así que luego de caminar varias horas halló un pequeño madero con una hendidura adecuada para poder realizar la siembra.
-¡Mira hermano! -exclamó Joaquín, saltando de alegría. Carlos se acercó y se puso a comparar los troncos, en efecto podían sembrar ahí la plantita. Ambos se tomaron de las manos y empezaron a dar vueltas emocionados, entonces Carlos, con ayuda de su hermano sacaron del plástico la orquídea, con el agua de la lluvia que habían recogido con anterioridad, limpiaron las raíces sin dejar rastro de tierra, colocaron la planta en el tronco y la amarraron con algodón.
-Cuando yo no pueda venir, vos te vas a encargar de regar la orquídea. ¿Si recuerdas el camino? -indagó Carlos a su hermano.
-Sí sé cómo llegar -afirmó Joaquín.
- ¿Seguro? Mira pues, que mientras se agarra las raíces al árbol, debemos regarla todos los días.
- ¿Confías en mí? -indagó Joaquín.
- ¡Claro que sí! - afirmó Carlos, muy orgulloso de su hermano menor.
-Yo te prometo a vos, que vendré a diario a regar la orquídea y a cuidarla, pero vos prométeme que vas a tratar de venir casi siempre conmigo.
-Haré todo lo posible, vos sabés que a veces mi mamá no me da permiso, pero confió en vos y sé qué harás un buen trabajo -animó Carlos a su hermano, era él quien siempre le daba confianza al pequeño que en ocasiones era temeroso y asustadizo.
-Te quiero mucho -expresó Joaquín, desde lo más profundo de su corazón-, algún día seré igual de valiente que vos.
-Yo también te quiero mucho -afirmó Carlos, muy seguro de lo que sentía por su hermano. Los dos se abrazaron muy fuerte.
En el transcurso de las semanas Joaquín, iba y regaba casi a diario la planta de orquídea, cuando a Carlos, su mamá le daba permiso acudía con su hermano, al cabo de algún tiempo se dieron cuenta de que las raíces se habían agarrado al árbol, estaban felices esperaban ver florecer la planta.