Por el sonido de su voz, era difícil saber si sentía dolor o estaba excitada, y pronto, su arrollador deseo la obligó a tomar al chico por los hombros con desenfreno.
Las embestidas rápidas y duras del hombre la hicieron alcanzar el orgasmo en cuestión de nada y, tirada en la cama, su cuerpo temblaba como una hoja seca.
Estaba muy agotada, quería descansar y, antes de cerrar los ojos, vislumbró una llamativa cicatriz en el pecho sudoroso de aquel sujeto.
A la mañana siguiente, Eliana se despertó con resaca.
Nada más abrir los ojos, sintió el dolor recorrerle el cuerpo, en especial en la parte inferior, y se frotó las sienes, en un intento de recuperar la sobriedad.
'¿Qué demonios pasó? ¿No estaba bebiendo en la habitación de Erica? ¿Quién era ese tipo con el que me acosté?', se preguntó.
La noche anterior, Erica Duffy la había invitado a una fiesta en un crucero, y luego...
¡Bang! La puerta se abrió de repente.
"¡Dios mío, Eliana! Anoche, tú...".
El asombro estaba escrito por toda la cara de Erica, pero el hombre a su lado, Asher Harrison, se veía todavía más sorprendido.
Presa del pánico, Eliana se cubrió con la sábana, pero no fue suficiente para cubrir los chupetones que tenía por todo el cuerpo, especialmente en el cuello y los brazos.
Además, el aroma que desprendía el cuarto indicaba que, en efecto, había tenido sexo con un hombre la noche anterior.
"Asher, yo no...". Eliana quería explicarle a su novio lo sucedido.
"Eliana, ¡de verdad le pediste a un gigoló que se acostara contigo! ¿Cómo pudiste hacerlo? ¡Engañaste a Asher!", clamó Erica, indignada. Parecía que era ella a la que acababan de serle infiel.
En ese momento, Eliana la miró con incredulidad, y exclamó:
"¡Yo no hice nada! Erica, ¿por qué mientes?".
En apenas unos segundos, Eliana pensó en todo lo ocurrido anoche y ató cabos.
"¿Qué demonios...? Ya entiendo... ¡Asher! Erica preparó todo esto, yo...".
"¡Cállate! ¡No eres más que una puta!", rugió Asher, interrumpiéndola. Sus ojos brillaban con rabia, y su voz estaba cargada de asco.
"Eliana, no eres más que una zorra. ¡Eres igual a tu madre! Las dos disfrutan seduciendo a los hombres. Si ella no hubiera hecho algo tan estúpido, el Grupo Pierce jamás habría quebrado. ¡Es su culpa que el Grupo Pierce terminara así!", clamó el varón.
"¿De qué hablas, Asher? ¿Qué le pasó a mi madre?", preguntó Eliana.
Se sentó en la cama, y su mente quedó en blanco.
"¡No vuelvas a mostrarme tu cara!", espetó el chico y se marchó enojado. Una vez estuvo lejos, Erica pintó una sonrisa pícara en sus labios.
"¡Asher, espérame!", chilló.
Eliana recuperó la compostura al darse cuenta de algo, se levantó, se puso una bata de baño y lo siguió hasta la cubierta. Necesitaba hablar con él.
"Asher, ¿qué quisiste decir con eso de recién? ¿Cómo se fue a la quiebra el Grupo Pierce? Y... ¿Cómo murieron mis padres?".
Lo agarró del hombro, visiblemente nerviosa y, al verla en ese estado, la culpa brilló en los ojos del chico, pero pronto fue reemplazada por la ira.
"¡Vete a la mierda! ¿No te acabo de decir que no quiero verte más?", gritó, y trató de librarse de su agarre.
"Solo dime la verdad y prometo que te dejaré en paz. Por favor... Necesito saberlo".
Ella siguió aferrándose al muchacho, y ardientes lágrimas de dolor y desesperación comenzaron a rodar por sus mejillas.
Ni siquiera se dio cuenta de que estaba de pie junto a la barandilla.
Más allá de esa última protección, justo debajo de sus pies, no había más que un mar fiero e ilimitado.
"No sé de qué hablas, ¡déjame ir!".
Asher perdió la paciencia y la empujó, presa de un ataque de rabia.
Eliana, sin tener tiempo para estabilizarse, se tambaleó y terminó cayendo por la borda.
"¡Eliana!", gritó él y estiró la mano, pero no pudo agarrarla.
"¡Ahh!".
Pronto, el mar turbulento se la tragó, y ni siquiera tuvo la oportunidad de pedir ayuda.
La gente, que dormía tranquila en el crucero, comenzó a despertar, pero ninguno sabía que una mujer que cayó por la borda moría lentamente en pleno mar.
Cinco años más tarde, en el aeropuerto, Eliana Pierce empujaba un carrito con equipaje.
Adrian Pierce, a su lado, puso una expresión seria y dijo: "Mami, deja que te ayude".
Ella bajó la cabeza y le acaricio el cabello. "¡Qué hijo tan considerado tengo!", exclamó gustosa.
"¿Y yo, mami?". Asomó la cabeza Aileen Pierce, su hija, que se encontraba sentada sobre el carrito. Sus ojos brillantes, que la miraban con devoción, la hacían lucir más que adorable.
"Bueno, eres lo suficientemente considerada como para aumentar el peso de nuestro equipaje", comentó Adrian con sarcasmo desde abajo.
Al escuchar a su hermano, Aileen se puso de pie y lo miró con enojo.
Eliana se rio mientras veía a sus hijos interactuar, con los ojos llenos de amor.
En ese momento, su teléfono comenzó a vibrar y, tras ver el recién llegado mensaje, su sonrisa desapareció.
Era de Jonathan Bowman. "Llámame cuando llegues. Conseguí una niñera y un auto para ti", decía.
En tanto sus ojos seguían pegados al teléfono, no pudo evitar pensar en lo caballeroso que aparentaba ser ese hombre, y dudó de si llamarlo o no.
Como estaba demasiado absorta en sus pensamientos, no se dio cuenta de lo que les pasaba a sus hijos.
Aileen sostenía su juguete favorito, un oso de cristal redondo, y jugaba felizmente; pero, de repente, un transeúnte chocó con la niña, lo que provocó que el oso cayera al suelo. El aeropuerto estaba abarrotado, así que, cuando el pobre oso cayó, fue pateado por la gente.
"¡Mi oso!", exclamó Aileen a todo pulmón.
"¡Aileen, espera!", gritó su hermano.
Aileen fue tras su oso, y Adrian corrió tras ella.
El oso rodó hasta los pies de un hombre.
"¡Por fin te tengo!".
Aileen levantó al oso con una sonrisa de oreja a oreja y miró hacia arriba.
El hombre que estaba frente a ella era alto y de buena complexión. Llevaba un traje negro puro, y sus rasgos faciales eran agradables a la vista, además de tener ojos profundos. Su intimidante presencia hacía que los transeúntes se mantuvieran alejados de él, pero a Aileen, en cambio, la cautivó.
El sujeto bajó la cabeza y la miró a los ojos, que se parecían mucho a los suyos.
Los ojos de Aileen brillaron, y rodeó con sus brazos el muslo de aquel hombre desconocido.
"¡Papá!", exclamó.