"Suéltame. Joanna está herida y sola en el hospital. Seguramente está aterrorizada y yo debo estar ahí para ella", respondió Felix, en un tono tenso y urgente, con el ceño fruncido.
Linsey se puso pálida en el acto.
Joanna Saunders era amiga de la infancia de su novio. Ella llevaba cinco años saliendo con Felix y, durante todo ese tiempo, si Joanna necesitaba algo, él dejaba todo atrás y corría a su lado.
El hombre se justificaba diciendo que Joanna era como una hermana para él y le pedía a Linsey que comprendiera. Y ella lo había hecho una y otra vez.
No obstante, ese era el día de su boda.
¿Qué importaba si Joanna lo necesitaba? ¿Eso significaba que tenía que soportar que el hombre que se convertiría en su esposo la abandonara en el altar?
"No, no puedes irte. La boda no puede realizarse sin ti. ¡Sin importar lo que haya pasado, hoy tienes que quedarte! ¡Por favor... te lo ruego!", susurró Linsey, con la voz temblorosa.
"¡Suficiente! ¡Deja de ser egoísta e irracional! Siempre podemos reprogramar la boda. En este momento, Joanna está herida; si algo le pasa y yo no voy, ¿asumirás las consecuencias? ¡Quítate!", escupió Felix, pues su paciencia se había acabado.
Y, antes de que la otra pudiera decir otra palabra, la empujó.
Ella se tambaleó, sus tacones derraparon sobre el piso pulido y, finalmente, terminó en el suelo. Desde allí, aturdida y sin aliento, observó cómo su novio desaparecía por las puertas, sin mirar atrás ni una sola vez.
Instantes después, su celular comenzó a sonar.
Sin pensarlo, contestó, solo para escuchar la engreída y triunfante voz de una mujer del otro lado de la línea.
"Linsey, hoy es tu gran día con Felix, ¿no? ¿Te gustó el regalito que te mandé?".
Todo su cuerpo se puso rígido al reconocer esa voz. "Joanna... lo hiciste a propósito. Solo querías probar que Felix saldría corriendo a tu lado, ¿verdad?", pronunció con los dientes apretados.
"Así es. ¿Y? ¿Qué harás al respecto? ¡Solo quería recordarte que, en el corazón de Felix, yo siempre estaré en primer lugar!", respondió Joanna con arrogancia; cada una de sus palabras estaba cargada de burla. "Apuesto a que te pasaste meses planeando tu boda, ¿eh? Qué pena... Todo ese trabajo, todos tus sueños... destrozados. ¡Honestamente, casi siento pena por ti!".
Linsey miró fijamente la prístina tela blanca de su vestido y, por primera vez, vio los últimos cinco años como lo que realmente eran: una broma.
Como era huérfana, estaba desesperada por formar parte de una familia, por tener un amor que pudiera llamar propio.
Pero Felix... nunca le iba a dar eso.
Se dio cuenta de que había llegado la hora de dejar de rogar por algo que no sería suyo.
"¡No te adelantes! ¡Mi boda seguirá como está programada!", declaró, tras soltar una risa dura y fría.
"¿Estás loca? Felix es el novio, pero ni siquiera está allí. Dime algo, ¿cómo planeas celebrar la boda sin él?", la cuestionó Joanna, en un tono agrio.
En el rostro de Linsey apareció una sonrisa burlona: ¿quién dijo que su novio tenía que ser Felix?
Si él podía abandonarla tan fácilmente, entonces buscaría a alguien más, ¡y esta vez sería un hombre digno de estar a su lado!
"Hazme un favor: pásale un mensaje a Felix. ¡Dile que ya no lo quiero; no merece ni un segundo más de mi tiempo! Y ya que estás tan desesperada por tenerlo, te lo regalo. A fin de cuentas, ¡no hay mejor pareja que un hombre sin carácter y una mujer sin vergüenza! ¡Les deseo toda la suerte del mundo!", dijo Linsey, en un tono duro e inquebrantable.
"Te lo advierto. No tientes a la suerte, que...", replicó Joanna, en un tono más duro, por la ira.
Sin embargo, no terminó su amenaza, pues su interlocutora cortó la llamada.
Linsey sabía que su boda comenzaría en media hora, ¡así que tenía que encontrar rápidamente un novio sustituto!
Con eso en mente, se levantó el dobladillo del vestido y salió corriendo al exterior.
Para su sorpresa, la entrada estaba repleta de guardaespaldas con trajes negros, cuyas imponentes presencias enviaban un mensaje claro mientras recorrían cada rincón del lugar: estaban buscando algo... o a alguien.
Entre ellos había un hombre con traje de novio en una silla de ruedas; su postura era rígida y autoritaria. De hecho, aunque inmóvil, irradiaba un aire gélido.
"La ceremonia está a punto de comenzar. ¿Ya encontraron a Haven?", le preguntó en un tono autoritario al subordinado que estaba frente a él.
"Señor Riley, hemos recorrido todo el perímetro, pero no hay rastro de la señorita Walton. Parece que huyó...", respondió con vacilación el empleado, con expresión tensa.
"¿Huyó?", repitió el jefe, con voz profunda y uniforme, pero su mirada se volvió dura, fría e implacable, como la de un depredador evaluando a su presa. "¡Si esta boda no se celebra a tiempo, ya sabes lo que pasará!".
Linsey captó cada palabra y en un instante comprendió lo que pasaba: a ese hombre lo habían abandonado en el altar, igual que a ella.
Sin dudarlo, alzando el dobladillo del vestido, caminó hacia él.
Los guardaespaldas reaccionaron al instante, colocándose frente a ella con expresiones rígidas y cautelosas.
"Señorita, ¿qué cree que está haciendo?", la cuestionaron.
El hombre en silla de ruedas se concentró en ella; su sola presencia era como una tormenta en el horizonte.
A pesar de ello, Linsey no se inmutó. Mirándolo fijamente a la cara, le dijo con firmeza: "Señor, tengo entendido que su novia se escapó. Si ese es el caso, déjeme tomar su lugar. Yo seré su novia".