"¿Cómo puedo dejarte en este estado, Héctor?", gritó ella en un tono angustiado.
De repente, todos escuchamos unos crujidos.
Estábamos en medio de una guerra, y cada lobo luchaba contra otro.
"¡Váyanse! Estoy demasiado herido, así que no puedo transformarme para protegerlas. Al menos puedes salvar a nuestra hija", repitió mi padre.
Cuando mi madre vio que una manada de lobos se acercaba, se puso de pie, me cargó en sus brazos y echó a correr en dirección opuesta.
Mientras corría, susurró en mi oído con voz entrecortada: "No mires atrás".
Abracé su cuello con fuerza.
Dejándome llevar por la curiosidad, me atreví a echar un vistazo hacia la dirección donde se quedó mi padre.
Fue entonces cuando vi cómo dos se abalanzaban sobre él para matarlo.
Mis ojos se abrieron de par en par, pero la conmoción fue tan intensa que los cerré de inmediato y grité: "¡Papá!".
Cuando abrí los ojos de nuevo, me di cuenta de que estaba en mi dormitorio.
"Otra pesadilla...", murmuré mientras tocaba mi frente con una mano.
Me senté y respiré hondo; todo mi cuerpo estaba empapado en sudor.
En realidad, no fue una pesadilla; reviví unos de los recuerdos de mi pasado que jamás podría olvidar.
Mi padre murió en una guerra cuando yo tenía solo cinco años; era un guerrero de la manada, pero le atacaron las piernas antes de que pudiera transformarse, dejándolo indefenso.
Mi madre tuvo que huir conmigo y buscar refugio en otra manada.
El Alfa y Luna de la nueva manada tuvieron la amabilidad de dejarnos vivir con ellos; desde entonces, nos integramos a la Manada Sombra Mística.
"¡Ava, vas a llegar tarde!".
Escuché la voz de mi madre gritando desde abajo.
"Sí, ya voy", respondí en voz alta para que pudiera oírme.
Fui rápidamente al baño, me duché y luego me preparé para ir a mi universidad.
Estaba cursando mi primer año, así que no quería causar una mala impresión en el profesor por llegar tarde.
Me miré rápidamente en el espejo; en ese momento llevaba un vestido largo y holgado de color blanco.
Recogí mi cabello en una coleta baja; mis grandes gafas se deslizaron por mi nariz, así que las levanté hasta los ojos.
Yo no tenía problemas de vista, pero prefería usar gafas grandes para ocultar mis emociones y mi rostro detrás de ellas; aunque sus cristales eran transparentes, sentía que me ayudaban a disfrazar mis sentimientos.
Como no quería llamar la atención, tampoco me maquillaba; por la misma razón, optaba por vestir ropa sencilla, larga y holgada.
La gente me catalogaba como una "nerd" por mi apariencia y por mis notas altas.
Con el tiempo comencé a pensar que tenían razón al llamarme así, por lo que decidí tomarlo como un cumplido; desafortunadamente, esa etiqueta también me obligó a lidiar con algo de acoso escolar cuando estaba en la escuela secundaria.
Bajé las escaleras y saludé a mi madre con un abrazo; luego desayunamos juntas.
Ella era lo único que tenía en mi vida; quería estudiar duro y desarrollar una carrera exitosa para poder darle una vida feliz.
"Ava".
Me volví hacia mi madre cuando la escuché llamándome.
"Dime".
"Cumplirás dieciocho años la semana que viene, lo que significa que pronto encontrarás a tu pareja. Antes de que eso suceda, no quiero que te involucres con nadie más. Ya sabes cómo ingresamos a esta manada. Eres una Omega y en nuestra familia no tenemos un miembro masculino que pueda protegerte".
Miré fijamente el rostro preocupado de mi madre; ella estaba preocupada por mi seguridad porque esta manada estaba repleta de Alfas.
"No te preocupes. Tienes mi palabra de que no me involucraré con nadie ni causaré problemas. Te lo prometo. Siempre evito llamar la atención".
"Hija mía, anhelo el día en que finalmente encuentres a tu pareja. Cuando él te acepte, podré morir en paz".
Me levanté rápidamente y la abracé. "Mamá, por favor, no digas eso".
Ella nunca se volvió a casar y dedicó toda su vida a mí.
Realmente no soportaba verla sufrir.
Después de tranquilizarla, salí de casa; fui a la parada del autobús y subí al primero que pasó.
Veinte minutos después, llegué a la universidad.
Había un letrero en la entrada, el cual tenía el nombre de la institución escrito en letras cursivas y en negrita: "Universidad Sombra Mística".
Comencé a caminar en dirección al edificio de mi facultad; mis ojos vagaban a mi alrededor mientras pasaba junto a los estudiantes.
Esta era la mejor universidad de nuestra manada; aquí solo podían estudiar jóvenes adinerados, pero yo tuve la suerte de ser admitida gracias a una beca.
Pude notar cómo algunas chicas me miraban con disgusto; una de ellas pasó caminando a mi lado, empujándome deliberadamente con el hombro.
"Maldita nerd".
Aunque pude escucharla, solo bajé la cabeza y caminé directamente hacia mi salón de clases.
Mi amiga Abigail me saludó en cuanto me vio llegar; sin dudarlo, me senté a su lado.
Solo tenía tres amigos, siendo Abigail la más cercana; teníamos el mismo horario, así que podíamos pasar más tiempo juntas.
El profesor entró al aula y comenzó con la lección del día.
Intenté concentrarme, pero los murmullos de las chicas detrás de mí me distraían.
"¿Has visto a Ian?", le preguntó una de ellas a otra.
"No, ¿qué pasó? No me digas que se quitó la camisa para mostrar sus abdominales sensuales y no lo vi".
"Me muero de solo pensarlo, pero no. Escuché a sus amigos mencionar la fiesta de Luke".
"¡Oh, Dios mío! ¡Tengo que ir a esa fiesta!".
Me quedé mirando la imagen del proyector, pero mis pensamientos estaban centrados en sus chismes.
Estaban hablando del chico más guapo de nuestra universidad, quien era nada más y nada menos que Ian Dawson.
Se trataba del único hijo del Alfa de la manada, pero no era como su padre, quien era muy estricto con las reglas y disposiciones de nuestro grupo.
Su hijo era todo lo contrario, un rebelde y alborotador; era un chico malo al que todos los varones le temían, pero también un mujeriego con el que todas las chicas deseaban estar.
"Ian Dawson nunca ha tenido una novia. Solo le gustan las aventuras de una noche", murmuró mi mejor amiga, Abigail, desde mi lado izquierdo.
Al escucharla, giré mi cabeza hacia ella.
Ella me sonrió y dijo: "No escuches estos chismes, inocente".
"Yo solo estaba...", intenté argumentar de inmediato.
"Cariño, te conozco muy bien. Pero déjame decirte algo: él está esperando a su pareja. Por eso no sale con nadie. Él mismo lo ha dicho", me susurró.
Aparté mi atención de ella y traté de concentrarme en la clase en lugar de responderle.
Sin embargo, no podía mentirle a mi corazón; no sabía por qué, pero cada vez que veía a ese chico, mi corazón latía más rápido.
Después de clase, Abigail y yo caminamos hacia los casilleros.
En ese momento, recibí un mensaje de texto de mi amigo Luke; él nunca me intimidó en la escuela, por lo que era el único chico que consideraba mi amigo.
"¿Quién te envió ese mensaje?", me preguntó Abigail.
"Luke. Dice que vayamos a la cancha de baloncesto".
"Ve tú primero. Llego en diez minutos. Tengo que encargarme de algo".
"Está bien".
Salí del edificio y me dirigí a la cancha, la cual se encontraba bastante lejos.
Cuando llegué, habían muchos chicos saliendo de la cancha; parecía que acababan de terminar su práctica.
"Hola, nerd". Un chico se burló de mí y se echó a reír.
Bajé la cabeza e intenté ignorarlo.
De inmediato escuché algunos silbidos; en ese instante supe que fue una mala decisión venir aquí sola.
Aunque también habían muchas chicas, solo se burlaban de mí.
Empecé a caminar rápido, con la mirada fija en el suelo, pero de repente, mi cabeza chocó contra un pecho duro.
Mi mirada se dirigió a los pantalones cortos de color negro que llevaba la persona, dejando al descubierto sus fuertes muslos; cuando alcé la cabeza, mis ojos se posaron sobre su camiseta sin mangas, revelando sus manos tatuadas.
Este chico poseía un físico más que perfecto.
Levanté lentamente la cabeza y mis ojos se fijaron en su rostro.
Él tenía un par de cejas gruesas, cabello oscuro y húmedo, ojos oscuros y misteriosos, una perforación en la ceja y una mandíbula perfectamente definida.
Su presencia era demasiado amenazante y mis instintos me gritaban que debía huir de él.
Todos afirmaban que él era capaz de arrebatarle la vida a la gente con sus propias manos.
Sin embargo, mi corazón quería algo más; empezó a latir salvajemente, como si acabara de correr un maratón.
Me quedé mirando fijamente su rostro; era sin duda el chico más guapo que jamás había visto.
En cuanto noté que se formaba un ceño fruncido entre sus cejas, volví a la realidad de golpe.
Su aspecto feroz me hizo retroceder con miedo.
No pude evitar tartamudear cuando dije: "Ian... lo siento".