-Vamos cariño, puja –Wendell alentaba a la hermosa mujer en la camilla sumergida en el agua. Wendy, como se hacía llamar, lo observaba con sus ojos rojo escarlata sumamente abiertos. Estaba asustada. El parto se había adelantado y ella no estaba preparada, no se sentía preparada. Y si a eso le sumaba que su pequeño tesoro, William, estaba en casa con la esposa de Marco Aurelio Whedermell, el miedo aumentaba por mil.
-Tengo miedo, Wendell –Sus ojos color violeta se suavizaron y la miraron con amor.
-Todo estará bien, ya verás que ella y tú estarán bien –Ignoro el dolor que atravesó su mano cuando ella apretó con fuerza y besó su frente.
-Un poco más, señora Altermayer, un poco más –Wendy quiso gritarle al doctor. Lo creía un inepto en ese momento. Como a él no se le estaban desgarrando las entrañas por eso la presionaba. Lo maldijo decenas de veces e incluso deseo que algún día le tocara dar a luz.
Una hora más paso. Ella se sentía exhausta, quería dormir.
-Vamos, amor. Un poco más, una última –No sabía cómo darle ánimos, ella lucia terriblemente cansada. Era la segunda vez que pasaba por esto. Ella era tan menuda que le daba miedo que no aguantara. Ella apretó su mano pujando con todas sus fuerzas.
Todo se hizo silencio. La tensión en el cuerpo de su esposa desapareció y pronto un llanto inundo la sala acuática de parto.
-Felicidades, señora, es una hermosa bebé –Sus manos temblorosas tomaron a la pequeña. Tenso. Así quedo después de ver sus ojos blancos.
No.
No podía ser ella. No su hija.
Un dolor en el pecho se extendió como si de fuego se tratase. La respiración le fallo y el aire se cortó de golpe.
Casi grita de júbilo cuando sus ojos pasaron a violeta. Nunca había amado tanto ese color como ahora. Dejo un beso y la acerco a la madre que lloraba de emoción.
Ella estaba a salvo. Ella no era el sacrificio.