Capítulo 1
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Capítulo 1
Cuando Blanca comprendió que su vida había sido un vaivén de amor y dolor, allí, recostada en su lecho, tratando de superar la osteoporosis que la agobiaba, sonrió tranquila pero sin poder entender sus propias emociones. Solo tenía una vacío en la garganta y no comprendía por qué el destino le había jugado así, con felicidad y sufrimiento, felicidad y sufrimiento, tal igual son las olas del mar de La Punta donde vivió un tiempo y quizás, ese clima húmedo del litoral, demasiado frío, terminó por afectarle los huesos. Miró a Humberto que le tomaba las manos con mucho amor y le preguntó por qué seguía con ella, siendo él tan joven, guapo, exitoso en su profesión mientras ella se arrugaba como una hoja seca y padecía de horribles dolores. Blanca le insistió que habían muchas chicas hermosas en la ciudad y que al final, los casi 20 años que le llevaba a él, abismaba demasiado la relación entre los dos. Humberto sufría por dentro por el dolor de ella y contenía las lágrimas. Ese día la vio tan hermosa, tan sublime, tan encantada pese a las impertinentes arrugas de la edad y no supo qué decirle. Caviló largo rato y al final musitó convencido, -Me enamora que seas tan formal y seria. Yo he sido por siempre un informal sin saber lo que realmente quería. Tú me forjaste un destino, yo te debo a ti mi vida, por eso jamás te dejaré, porque tú eres mi existencia entera-. Blanca se quedó pensativa en la almohada y en su mente revolotearon muchas imágenes desde esa noche que se casó con Alexander, quizás su verdadero amor, más que Humberto, pero que al final significó su más doloroso recuerdo, la celda perpetua que la atormentó día y noche por todos esos años, sin ser culpable, por un estúpido desliz que marchitó su corazón noble, eternamente. Humberto se recostó a su brazo y le preguntó lo mismo a ella, -¿por qué tú sigues conmigo?-. Ella sonrió apenitas, pero su risa fue tan dulce y firme a la vez que volvió hacer llorar a Humberto. Lo miró tan romántica y poética, como un sereno lago de la mañana y suspirando le dijo, -porque a tu lado pude volver a vivir-
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Blanca siempre pensaba que el amor no había sido hecho para ella. Su mayor problema sentimental era que resultaba muy enamoradiza y confiada. Su madre le decía muchas veces que lo peor que puede ocurrir en una chica es ser confiada. -No debes entusiasmarte por cualquier chico indo que veas, debes evaluar primero sus sentimientos, los muchachos a veces buscan más la diversión que la pasión-, le decía. A su madre no le gustaba que ella fuera tan confiada tampoco. -Los hombres ofrecen siempre la Luna y las estrellas para llevarte a la cama-, le recomendaba cuando hacían las compras en el mercado. -¿Tan difícil es enamorarse?-, le preguntaba Blanca a su madre, desconcertada. -No debería serlo siempre y cuando no seas tan confiada-, le reiteraba su mamá. Blanca era muy sencilla, noble, sensible y ya está dicho, enamoradiza. Tenía predilección por los chicos dulces, cariñosos y divertidos, por supuesto también los hombres muy guapos. Del internet imprimía las fotografías de actores lindos y los pegaba con mucho cuidado en un cuaderno cuadriculado y allí ponía su nombre, le hacía algunos versos y le estampaba un besote dejándole una impronta y para siempre, del carmín de sus labios. Luego lo guardaba en un cofrecito que le compró su padre y lo escondía en su cómoda. Cuando ella ya tenía dieciocho años sumaba seis cuadernos repletos de fotografías impresas de hombres lindos por los que ella suspiraba.
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Los chicos guapos de la escuela preferían a otras muchachas, pese a que ella, Blanca, era muy hermosa, con un cuerpo bien pincelado y atractivo, de líneas perfectas, la carita divina y bella, los cabellos largos y sedosos, y sus curvas pronunciadas y perfectamente delineadas. Blanca sacaba buenas notas, era estupenda en los deportes, pero resultaba demasiado introvertida, tímida y con poca estima en sí misma. No iba a fiestas, no hablaba mucho, prefería esconderse, estar sola y se metía en forma sempiterna en su caparazón. Las pocas veces que intentó acercarse a los jóvenes que le gustaban ellos no la trataban bien, la veían como un "poco rara" y no había podido congeniar con los chicos. Eso la sumía en una desesperante y constante decepción.
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A Blanca le gustaba mucho escribir poesías. Siempre se interesó en los cursos de literatura y se deleitaba leyendo a poetas de todos los tiempos, haciéndola suspirar y soñar en príncipes encantados, mágicos, gallardos y altivos, montados en corceles brillantes, llegando hasta el balcón de su casa para cantarle deliciosas coplas y melodías que solo hablaban de amor y de romance. -Los novios de ahora ya no le escriben poemas a sus enamoradas-, decían sus amigas cuando se juntaban en los recreos. -Regalan chocolates y te llevan al cine y te hablan por video conferencia-, alzó su naricita una de ellas muy divertida. -Se ha perdido el romance, antes me parece que era más bonito enamorarse, cuando un chico lindo le decía a su novia que era hermosa, que sus ojos parecían luceros, sus manitas muy delicadas y la risita como la chupina que dejan las olas después de acariciar la arena-, recitaba Blanca, haciendo de una chica sufrida, apretando los puños, cerrando los ojos, inclinándose, haciendo gestos de padecimiento. Sus amigas reían. -Ahora eso solo se ve en las telenovelas-, aceptó otra de sus amiguitas asintiendo con la cabeza. -Yo no entiendo por qué los hombres han cambiado tanto si las mujeres seguimos siendo igual de sensibles y nos sigue gustando ser seducidas con galanteos, piropos y cosas bonitas-, subrayó otra de ellas. -El amor va perdiendo encanto-, chupó su boquita Blanca. -Las responsabilidades, la cibernética, los tiempos modernos, el apuro y el estrés le están ganando la batalla al amor, ahora el día de los enamorados es ir a comer, al cine y al hotel ja ja ja-, dijo una más y todas estallaron en risas, incluso a carcajadas. Al final, y como siempre lo hacían, todas gritaron al unísono, ¡¡¡los hombres solo piensan en eso!!! riéndose a gritos, alarmando a sus tutoras y profesoras del colegio.
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Blanca no se resignaba a eso, de que el romance había desaparecido, y entonces se entusiasmaba en los poemas. Tenía sus autores preferidos, copiaba los versos más bonitos y los convertía en suyos, cantándole a los chicos que le gustaba del colegio o del barrio, pensando en ellos, venerándolos y rescatando los dulces sentimientos del amor, aunque, obviamente, todo era platónico y a ella le gustaba simplemente soñar con caballeros de capa y espada, de armadura brillante, de espada al cincho y corceles gallardos, recitando poesías bajo el brillo de la Luna y el fulgor de las estrellas.
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