Costo y beneficio
img img Costo y beneficio img Capítulo 4 Tashibana Mitzuru, C.E.O
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Capítulo 6 Lo fácil se le ve img
Capítulo 7 Lujuria img
Capítulo 8 Solo un juego img
Capítulo 9 Hambre img
Capítulo 10 Puro veneno img
Capítulo 11 La mesa Tashibana img
Capítulo 12 Putas drogadictas img
Capítulo 13 Su culpa img
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Capítulo 4 Tashibana Mitzuru, C.E.O

Elizabeth había recibido un mensaje de texto de su padre para que se viesen en su oficina.

No le había tomado mucho encontrarla, estaba ubicada en el piso 21 de aquel enorme edificio al este de Manhattan, con gruesas capas de concreto entre

cada piso y paredes exteriores de cristal que proveían una impecable vista de la ciudad.

Su padre era un hombre bajo, de cabello castaño, que se enrulaba por el frente y ojos color miel que, con frecuencia, representaban la mirada más dulce y comprensiva del mundo, oculta entre algunas patas de gallo que demostraban su edad.

Su piel era ligeramente tostada, era notablemente gordo, pero no demasiado y sus mejillas estaban llenas de pecas que se habían convertido en paño.

Eli sabía que su madre, a pesar de su descuido y su pesada actitud, era una mujer demasiado bella para él. Pero su padre tenía la sonrisa más honesta que hubiera conocido jamás y la voz gruesa y determinada que casi lo había destinado a convertirse en el abogado que era.

Al verla atravesar la puerta, Edvin Marcovich exhalo en un suspiro el nombre de su hija, después le puso las manos sobre los hombros para contemplarla con esa mirada enternecida y pacifica que siempre surgía en él a su encuentro.

Luego la rodeo con sus brazos y entre estos y su pecho, le creo un espacio seguro donde Elizabeth al fin pudo soltar toda la tensión que cargaba su cuerpo.

Así se deshizo en su pecho, oyendo el latir en el aquel único corazón que estaba convencida de que la amaba.

No importaba que hiciera, que tanto lo decepcionara o que tan terribles fueran sus decisiones, incluso si todos los que conocía le dieran la espalda,

Elizabeth estaba segura de que siempre, al final del día, su padre tendría un abrazo esperando por ella.

-¿Dónde dormiste anoche? -pregunto Edvin separándose al fin de ella.

-Rente un cuarto-explico Eli con los labios torcidos.

-¿Te cobraron mucho?

-17 dólares la noche.

-Elizabeth-le dijo en ese tono absolutamente nada intimidante que tenía para regañarla-, eso es más bien un motel.

-Bueno-levanto los hombros-, fui echada a la calle, ¿dónde esperabas que durmiera?

Previniendo una pelea que no quería dar, Edvin tomo la mano de Elizabeth entre las suyas con la intención de seguir dándole consuelo.

-¿Sigues con esa idea? -hizo aquella pregunta que cargaba consigo una súplica-¿Esa idea de tenerlo?

-No es una idea-se defendió Elizabeth-, es una decisión.

-Entonces, ¿lo tendrás? -ella apartó su vista, pues ya no soportaba los cristalizados ojos de su padre, Edvin se reincorporó -Piénsalo bien, Elizabeth.

-No voy a abortarlo, papá-exclamo en una firme voz, le aparto la mano y regreso su vista hacia él-. Pensé que tú me entenderías. Tenías la misma edad que yo cuando mamá se embarazó de mí y ella era incluso más joven.

-Sí-asintió tras tragar saliva-. Pero siempre tratamos de que entendieras que nosotros nos equivocamos. Adelantamos las cosas y por eso fue que tuvimos tantos problemas en el pasado.

-No es que yo eligiera embarazarme. Usaba pastillas, pero fallaron.

-Pero aún tienes una opción.

-¿Cómo puedes insistir en ello?, ¿Qué paso con eso de estar bien con dios?

-Oh, créeme -exclamo con desdén-, si dios te castiga por algo no será por esto. No cuando es una decisión para mejor.

-¿Matar a mi hijo es una decisión para mejor?

-En este caso, sí -la seguridad en sus palabras puso en Elizabeth una expresión de horror, Edvin forzó nuevamente un suspiro con la intención de asentar sus emociones -. Por qué tú, hija mía-le puso la mano en la mejilla-, aún tienes muchas cosas que vivir. Eres joven, llena de posibilidades y

aceptémoslo, no estás lista para ser madre.

-¿Y tú lo estabas? -dio un paso atrás para apartarse de él- ¿para ser padre?

-No lo hice solo.

-Ah, entonces ese es el problema.

-Pues sí. Porque un bebé necesita eso, necesita una familia completa que quiera tenerlo, una que le provea todo lo que necesita para crecer adecuadamente, no solo una irresponsable chica de 20 años que apenas está aprendiendo como vivir.

Ella sabía que tenía razón, eso no evitaba que sus palabras le estrujaran el corazón. Cuando el ardor de sus ojos la sobrepaso en llanto, Elizabeth aclaro su garganta y le pregunto:

-¿Te arrepientes? -Edvin no entendía su pregunta-¿de tenerme?

-Elizabeth. Tú eres una niña imprudente, irresponsable y problemática -volvió a acariciar su mejilla-, pero eres la niña que amo y yo no he tenido, en tus 20 años de vida, ni un solo segundo en el que me arrepienta de haberme quedado a tu lado, solo para verte crecer. Es solo que-y entonces él también se quebró-, no quiero que tu vida sea así, tan complicada como la mía. Como la de tu madre, hija, yo solo quiero verte feliz.

-Te lo explicaré así, papá-se forzó a decir a través del dolor de su garganta-. Si yo mato a este bebé ahora, cargaré con eso toda mi vida. Y jamás voy a ser feliz. ¿Entiendes?

Edvin cerro los ojos, le quito la mano de la cara a Elizabeth y asintió en resignación.

-Tenías que ser igual a mí, ¿cierto?

-¿A qué te refieres?

-Tu madre es...-busco en su cabeza la palabra correcta- increíblemente fuerte, pero nosotros no ¿verdad? Nosotros somos débiles; no hacemos lo que sabemos que debemos hacer, hacemos lo que nos dice el corazón y por eso, siempre acabamos metiéndonos en problemas-sonrió con melancolía -.

Sabía que tomarías esa decisión, pero tenía que intentarlo una última vez.

-Perdóname-casi suplicó. A pesar de que su decisión era absoluta, no tenía ninguna intención de seguir decepcionando a sus padres.

-¿Por qué?, ¿Por ser valiente?

-¿Valiente?

-Sí. Eli, estás siendo muy valiente. Eres tan valiente que estás lista para enfrentar este mundo sola, solo para proteger a tu bebé-reflexiono un segundo en sus pensamientos-. Pero, no vas a hacerlo sola.

-Papá-exclamo conmovida.

-Para empezar-rebusco una tarjeta en su escritorio que después le entrego a Elizabeth-, este es un edificio de interés social que alberga a mujeres que no pueden pagar una renta completa. El gobierno pone la mitad.

-¿No volveré a casa?

-Por ahora, no. Dame un par de semanas para convencer a tu mamá, estoy seguro de que el coraje se le habrá pasado para entonces-ella asintió no muy convencida-. Además, necesitarás un empleo por lo que hable con mi jefe esta mañana.

-¿Trabajaré aquí?

-Sí-respondió sin alegría alguna-, pero no conmigo. Resulta que no podemos trabajar juntos porque somos familia.

-¿No son familia todos los dueños?

-Son algo hipócritas al respecto.

-¿Entonces?, ¿Dónde trabajaré?

-En finanzas, con los becarios-ella permaneció con una cara neutral, estudiaba finanzas, pero las odiaba-. Elizabeth-la llamo en completa seriedad-, pero si vas a trabajar aquí, hay algo muy importante que debes saber.

-Dime.

-Debes respetar 3 reglas básicas: La primera es que nadie debe saber que estás embarazada, aquí no soy muy solidarios respecto a las mujeres y su maternidad.

-¿Machismo en una empresa japonesa?, ¿Debería sorprenderme?

-La segunda regla es que tampoco deberías hablar sobre dejar la universidad. Es un requisito para todos los becarios estar en una.

-Tiene lógica.

-Y la tercera y más crucial de todas es-su cara entonces se oscureció, causando que todo el aire de la habitación se volviera pesado-; que no debes llamar mucho la atención. Trabajarás para la asistente del CEO, no para él. Ni para su primo, o su hermano, ni nadie de esa familia, ¿entiendes?

-Pero son los jefes de todos.

-Sí, sé que no los puedes evitar. Pero trata de mantenerte lo más alejada posible de ellos.

-Pero-la seriedad de sus palabras despertaba la intriga de Elizabeth-, ¿Por qué?

-Son malas personas-fue toda la información que obtuvo en respuesta-. Solo aléjate, ¿de acuerdo?

-Está bien-asintió sin vacilación.

-Repítelo, por favor.

Ella levantó su mano en posición de juramento.

-Me mantendré alejada del ojo de los Tashibana.

Por supuesto, no sé imaginaria que al subir por los 29 pisos restantes del edificio y ser escoltada por su padre hasta la oficina presidencial de la empresa, lo reconocería al verlo sentado en aquella silla capitoneada, frente aquel escritorio de madera sólida, como el hombre de ojos negros al que había arrojado un burrito unas cuantas horas atrás.

Mientras su padre pretendía presentárselo por su nombre, ella leería la placa negra sobre la cual las letras doradas escribían primero en japonés y después en inglés abajo:

Tashibana Mitzuru. C.E.O.

            
            

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