Cuando me desperté, a la mañana siguiente, me pesaban los párpados. En el momento en que me los frotaba para desentumecerlos, me alegré de haberle contado todo aquello a Maxon. Se me hacía raro que el palacio -aquella jaula de oro- fuera precisamente el lugar donde pudiera abrirme y comunicar todo lo que sentía.
La promesa de Maxon se había ido af