Capítulo 3 Un Atacante No Esperado.

Pueblo Plasmar ardía bajo un sol implacable cada día, pero aún era demasiado pronto para que sus habitantes notaran este fenómeno. Mientras tanto, Gwen corría con el polvo levantándose tras sus pasos, su mente intentaba mantener el control entre la adrenalina y el terror. Tras lanzar las piedras que tenía en las manos, logró dispersar momentáneamente a sus perseguidores y encontró refugio en un baldío atestado de chatarra oxidada.

Se escondió entre los escombros, metales oxidados y restos de maquinarias olvidadas, su respiración entrecortada mientras intentaba decidir su próximo movimiento. La desesperación le pesaba en el pecho, más densa que el aire caliente a su alrededor. Los gritos de la multitud todavía resonaban en su mente, como ecos incesantes que no podía acallar. Huir había sido su única opción, pero ahora la supervivencia parecía un espejismo cada vez más distante.

De repente, un silbido cortó el aire. Una flecha rozó su cabello, pasando tan cerca que pudo sentir la vibración en el aire. Gwen se lanzó al suelo por inercia, el corazón martilleando en su pecho. Estaba cubierta de polvo, su mente nublada por el miedo y la duda sobre qué pasaría si no actuaba. Y entonces, una voz rompió el silencio:

-¿Gwen? ¿Sos vos? -preguntó un joven, su tono una mezcla de sorpresa y calidez.

* * *

Gwen levantó la vista, parpadeando mientras reconocía la silueta. Allí estaba Diego, el amigo que había ganado en el último año, alguien en quien había aprendido a confiar. Pero algo estaba mal. En lugar de alivio o solidaridad, los ojos de Diego reflejaban una indiferencia que la desconcertó. Y peor aún, estaba apuntándola con un arco.

La confusión, el dolor y una expresión gélida se mezclaban en su rostro. Gwen sintió que el mundo se detenía.

-¿Diego? -susurró, incrédula, su mirada fija en el arco tensado en las manos de él-. ¿Por qué?

Diego no respondió de inmediato. Su mirada parecía distante, casi irreconocible, como si la persona que ella conocía hubiese desaparecido. Gwen sintió cómo algo se rompía dentro de ella, dejando un vacío abrumador.

-¡Pensé que éramos amigos! -susurró Gwen, su voz impregnada de incredulidad y dolor.

Diego desvió la vista por un momento, como si estuviera luchando consigo mismo. Pero cuando volvió a mirarla, sus ojos eran dos pozos de frialdad.

-Perdoname, Gwen. Son órdenes -respondió, su tono vacío de emoción, como si quisiera convencerse tanto a sí mismo como a ella.

Las palabras la atravesaron como una daga. El chico que había sido su aliado, alguien con quien había compartido risas y secretos, parecía ahora un extraño. Todo a su alrededor comenzó a derrumbarse, dejándola sentir que la soledad caía sobre ella como una losa. Gwen apretó los puños, recordando todas las veces que ella misma le había enseñado a tensar y disparar ese arco. Y aun así, allí estaba, apuntándola. Su voz tembló al intentar apelar a cualquier rastro de la amistad que aún quedara entre ellos.

-¡Baja eso! -imploró Gwen, con la voz rota-. ¡Tres personas me están persiguiendo, Diego!

Diego no bajó el arco. Su expresión no flaqueó.

-Preocupate más por mí que por ellos -dijo fríamente, sin apartar su mirada, con una calma que le resultó aterradora-. Soy tu cuarta amenaza ahora.

El aire se volvió denso, y Gwen sintió una presión en el pecho, como si todo estuviera en su contra. Lo miró, buscando algún indicio de duda, algo que le confirmara que Diego todavía era el muchacho que ella había conocido. Pero sus ojos reflejaban una dureza y frialdad que parecían inmunes a sus súplicas. Su voz se quebró cuando habló de nuevo:

-¿Por qué haces esto? -preguntó, el miedo y la confusión trenzándose en sus palabras.

Diego vaciló por un instante. El arco seguía tensado, la flecha lista para disparar, pero algo en su postura cambió, apenas un reflejo de duda. Entonces, su voz bajó, como si estuviera cansado de mantener la farsa.

-Te dije que tengo que cumplir las órdenes -murmuró-. Pareciera que no entendés, Gwen. Así deberían ser las cosas ahora.

El nudo en la garganta de Gwen se hizo más grande. Diego dio un paso atrás, aún apuntándola, pero su mirada parecía menos firme, menos segura. Finalmente, y sin razón aparente, dijo algo que a esta altura ella ya no esperaba:

-Quizá... podría romper una regla por vos.

Bajó el arco lentamente y dio un paso hacia ella. Por un instante, Gwen creyó ver al viejo Diego, al chico que había sido su amigo. Pero justo cuando parecía que algo iba a cambiar, un grito resonó en la distancia, desgarrando el momento en pedazos.

-¡Sanguínea, te hemos localizado! -la voz de Krakatoa retumbó, cada palabra cargada de intención-. Estás muy cerca y podemos notarlo.

Diego se giró bruscamente hacia la dirección del grito, frunciendo el ceño.

-¿Sanguínea? -murmuró, la confusión en su voz era genuina-. ¿Qué están diciendo? ¿Se refieren a que hay un Sanguíneo acá?

Gwen no respondió. No podía. La culpa y el miedo la golpearon al mismo tiempo. Ahora no solo estaba en peligro; Diego también lo estaba. Pero incluso en ese caos, una pregunta flotaba en su mente: ¿En quién podía confiar ahora?

            
            

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