Elena se sentó en la cama de su pequeño apartamento, con los planos del puente de *Eterna* desparramados frente a ella. Su apartamento era un espacio modesto, pero funcional, con estanterías repletas de libros de arquitectura y maquetas de antiguos proyectos apiladas en una esquina. Sin embargo, esa noche, ni el trabajo ni la familiaridad de su hogar lograban apaciguar el torbellino en su mente.
La oferta de Arcadia, la amenaza velada, y la intensa conversación con Sebastián no dejaban de perseguirla. Una parte de ella quería tomar el teléfono, llamarlo y decirle que tenía razón, que estaba dispuesta a intentarlo, a enfrentarse juntos a lo que fuera. Pero la otra parte -la lógica, la que había trabajado incansablemente para llegar hasta aquí- sabía que ceder a sus sentimientos solo complicaría aún más las cosas.
Un sonido la sacó de sus pensamientos. Era su teléfono, vibrando sobre la mesa. Al tomarlo, vio un mensaje de un número desconocido:
**"Debemos hablar. Café Verona, 8 p.m. No faltes."**
Elena frunció el ceño, sintiendo una mezcla de curiosidad y alarma. No había firma, pero algo en el tono directo le hizo sospechar que esto estaba relacionado con lo ocurrido esa mañana. Miró el reloj: faltaban veinte minutos para las ocho. Después de un momento de vacilación, decidió ir. Si Arcadia estaba detrás de esto, necesitaba respuestas.
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El Café Verona era un pequeño local en el centro de la ciudad, conocido por su atmósfera acogedora y sus ventanales que daban a la calle iluminada por farolas. Elena entró y miró a su alrededor. El lugar estaba casi vacío, excepto por una figura sentada en una mesa en el rincón más apartado. Era Mateo Vargas.
Elena avanzó con pasos firmes y se detuvo frente a él.
-Espero que esta reunión sea más productiva que la de esta mañana -dijo sin preámbulos.
Mateo levantó la vista, esbozando una sonrisa tranquila.
-Por favor, siéntese. Esta vez, estoy aquí para ayudarla.
Elena dudó por un momento, pero finalmente se sentó, cruzando los brazos.
-¿Ayudarme? ¿Cómo, exactamente? ¿Con más amenazas?
Mateo negó con la cabeza, apoyando las manos sobre la mesa.
-No es una amenaza, señorita Soler. Es un aviso. Está en peligro, y no se da cuenta.
Elena arqueó una ceja.
-¿Peligro? ¿De quién? ¿De usted? Porque hasta ahora, es usted quien ha intentado manipularme.
-No de mí, sino de Sebastián Leduc -respondió Mateo con seriedad.
Elena sintió que su cuerpo se tensaba, pero mantuvo su expresión impasible.
-Eso es absurdo. ¿De qué está hablando?
Mateo se inclinó hacia adelante, bajando la voz.
-Leduc Enterprises no es lo que parece. Sebastián Leduc no es lo que parece. ¿De verdad cree que alguien puede construir un imperio como el suyo sin ensuciarse las manos? Hay cosas que no sabe, cosas que podrían arruinar su carrera, su vida.
Elena lo miró con desconfianza.
-Esto parece más un intento de desacreditarlo que un aviso desinteresado.
Mateo soltó una breve risa.
-¿Cree que estoy mintiendo? Investigue por su cuenta. Haga preguntas. Pero tenga cuidado. Sebastián es muy bueno ocultando lo que no quiere que se sepa. Y si descubre que usted está husmeando donde no debe, las consecuencias podrían ser graves.
Elena apretó los labios, sin saber qué responder. Había algo en la forma en que Mateo hablaba, en la convicción de su voz, que la inquietaba.
-¿Por qué me dice esto? -preguntó finalmente.
-Porque creo que usted merece saber con quién está tratando. Y porque no quiero verla arrastrada a algo que podría destruirla.
Elena se levantó, decidida a terminar la conversación.
-Gracias por el consejo, pero no confío en usted. Y no voy a dejar que sus insinuaciones me distraigan de mi trabajo.
Mateo la observó mientras se alejaba, pero no intentó detenerla.
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De regreso en su apartamento, Elena se sentía inquieta. Las palabras de Mateo habían plantado una semilla de duda que no podía ignorar. Decidió seguir su consejo y hacer lo que mejor sabía: investigar.
Pasó horas navegando por artículos, reportajes y registros públicos relacionados con Leduc Enterprises. La mayoría de la información era positiva: elogios a la innovación de sus proyectos, reconocimientos internacionales, y entrevistas que presentaban a Sebastián como un visionario implacable. Pero cuanto más profundizaba, más inconsistencias encontraba.
Había contratos cancelados sin explicación aparente, disputas legales que habían desaparecido misteriosamente, y adquisiciones de terrenos realizadas bajo circunstancias cuestionables. Todo parecía estar meticulosamente enterrado bajo capas de relaciones públicas, pero la sensación de que algo no cuadraba crecía con cada clic.
Finalmente, encontró algo que la hizo detenerse. Un artículo antiguo mencionaba un accidente en uno de los primeros proyectos de Sebastián, una torre residencial en las afueras de la ciudad. Según el artículo, un trabajador había muerto debido a fallos de seguridad. Pero lo extraño era que no había más detalles, ni seguimiento del caso en medios posteriores. Como si alguien hubiera hecho un esfuerzo deliberado por borrarlo del mapa.
Elena se recostó en su silla, sintiendo un nudo en el estómago. ¿Era posible que Sebastián tuviera un lado oscuro del que nunca había sospechado? ¿Y estaba ella dispuesta a enfrentarlo para descubrir la verdad?
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A la mañana siguiente, Elena llegó al sitio de construcción con la determinación de hablar con Sebastián. Si había algo que no sabía, merecía respuestas, y él era la única persona que podía dárselas.
Sin embargo, cuando llegó a la oficina temporal, encontró una carta sobre su escritorio. Estaba en un sobre sin remitente, dirigido a su nombre. La abrió con cuidado, y al leer el contenido, sintió que el mundo se detenía.
**"Deja el proyecto. Esto no es una advertencia. Es tu última oportunidad."**
Elena respiró hondo, tratando de mantener la calma. Había alguien que no quería que continuara con *Eterna*. Y no se trataba de Mateo ni de Arcadia. Esto era algo más grande, más peligroso.
Guardó la carta en su bolso y, sin pensarlo dos veces, tomó su teléfono para llamar a Sebastián.
-¿Qué pasa? -respondió él al segundo tono, su voz sonando tensa.
-Necesitamos hablar. Ahora.
Sebastián dudó por un momento antes de responder.
-Estoy en mi oficina. Ven de inmediato.
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Cuando Elena entró en la oficina de Sebastián, su expresión grave le dejó claro que no estaba de humor para juegos. Cerró la puerta tras de sí y sacó la carta de su bolso, colocándola sobre su escritorio.
-¿Qué significa esto? -preguntó, sin molestarse en ocultar su enfado.
Sebastián tomó la carta y la leyó. Su mandíbula se tensó, y sus ojos oscuros se alzaron hacia ella.
-¿Quién te dio esto?
-La encontré en mi escritorio esta mañana. Y antes de que lo preguntes, no tengo idea de quién la dejó.
Sebastián se levantó, caminando hacia el ventanal. Su postura era rígida, como si estuviera intentando contener una tormenta interna.
-Esto no puede ser una coincidencia. Primero Arcadia, ahora esto... -murmuró, más para sí mismo que para ella.
Elena lo observó con atención.
-Sebastián, necesito que seas honesto conmigo. ¿Hay algo que deba saber? Algo que pueda poner en peligro mi seguridad o mi carrera.
Él se volvió hacia ella, su mirada intensa.
-Elena, te prometo que no permitiré que nadie te haga daño. Pero hay cosas en este negocio... cosas que no siempre son tan simples como parecen.
-Eso no responde a mi pregunta -replicó ella, dando un paso hacia él-. ¿Qué estás ocultando?
Sebastián vaciló, su expresión endureciéndose.
-No puedo contártelo todo. No ahora. Pero confía en mí, estoy haciendo todo lo posible para protegerte.
Elena sintió una oleada de frustración.
-No quiero protección, Sebastián. Quiero la verdad. Y si no puedes dármela, entonces tal vez deba buscarla por mi cuenta.
Él se acercó rápidamente, tomando su mano.
-No hagas eso. Por favor. Déjame manejarlo.
Sus ojos se encontraron, y por un momento, Elena vio algo en él que la desconcertó: miedo. No por sí mismo, sino por ella. Pero eso no era suficiente. No esta vez.
-No puedo trabajar contigo si no confío en ti -dijo con firmeza, soltándose de su agarre.
Sebastián asintió lentamente, como si aceptara la gravedad de sus palabras.
-Entonces tendré que ganarme tu confianza. Pero, por favor, ten cuidado. Hay personas que no dudarán en usar cualquier cosa contra ti. O contra mí.
Elena salió de su oficina sintiéndose más confusa que nunca. Algo oscuro se estaba moviendo en
las sombras, y si Sebastián no estaba dispuesto a decirle la verdad, tendría que encontrarla por sí misma.