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El aire de la sala de visitas de la prisión pesaba como una sentencia. Frío. Estéril. Olía a desinfectante y a metal oxidado. Endrys Navarro ajustó su chaqueta y respiró profundo. No era su primer caso de alto perfil, pero sí el primero en el que un simple error podría costarle la vida.
El ambiente se sentía denso, impregnado de una frialdad que conocía bien, la misma que la envolvía cada vez que cruzaba las puertas de un lugar como aquel. No era miedo lo que sentía, sino una alerta constante, un sentido de autopreservación que había perfeccionado con los años. Caminó con paso seguro, el mismo que la caracterizaba y que contribuía a su autoridad, a la imagen de la mujer de temple que debía proyectar. No había espacio para titubeos. Su seguridad no solo se reflejaba en su andar, sino en su mirada, en su postura, en la forma en que sostenía el portafolio como un escudo.
Sabía que estos lugares no eran adecuados para pasearse con tranquilidad. Cada rincón escondía una amenaza latente. La violencia allí era un idioma, un instinto primario que despertaba con la menor provocación. Mantenerse alerta era fundamental, y para ella, como mujer y abogada, aún más. Un parpadeo de más, una distracción innecesaria, y podría ser la última vez que caminara con esa seguridad.
Incluso una pluma, por más pequeña que fuera, podía ser letal. Pudiera pasar por ser un arma sutil y precisa, capaz de acabar con una vida con la misma facilidad con la que se firmaba una sentencia. Lo sabía bien. Había visto de cerca lo que el poder podía hacer, cómo una simple firma en el documento equivocado sellaba el destino de una persona. No era paranoia, era experiencia. Había defendido a grandes empresarios, hombres y mujeres con influencias que trascendían las leyes que se suponía debían regirlos, con poder, y por añadidura, venían con enemigos adosados y los que en el proceso se iban ganando.
Así como ellos se habían ganado adversarios por sus decisiones, ella también los había acumulado por el simple hecho de representarlos. El peligro no le era ajeno. Se había acostumbrado a mirar sobre su hombro, a medir cada palabra, a calcular cada posible consecuencia de sus acciones. El mundo legal era una jungla disfrazada de civilización, pero allí, en la prisión, la brutalidad no se escondía detrás de trajes caros o discursos refinados. Era cruda, directa, sin máscaras.
El sonido de sus tacones resonaba con un eco afilado en los pasillos. No era un sonido cualquiera. Era una declaración. "Aquí estoy. No temo. No titubeo". Sin embargo, en su interior, el cálculo nunca cesaba. Cada opción, cada riesgo, cada posible desenlace se dibujaba en su mente con precisión matemática.
Estaba a punto de enfrentarse a un nuevo desafío, uno que aún no sabía si aceptaría. No porque dudara de sus capacidades, sino porque esta vez, el tablero de juego era distinto. Un nombre resonaba en su cabeza, un nombre que debería hacerla dudar, que debería empujarla a dar media vuelta y olvidar el caso. Pero no lo hacía. Porque nada le quedaba pequeño. Porque nunca retrocedía sin analizar todas sus posibilidades. Porque el peligro no la detenía; solo la desafiaba.
-Soy Endrys Navarro, abogada. Vengo a ver al recluso Omar Vitale -informó al guardia parado al otro lado de la reja.
El hombre asintió antes de abrir la puerta de la sala. Su cliente ya la esperaba adentro. No cualquiera. Omar Vitale. "La Bestia". Un hombre cuya sola presencia bastaba para paralizar a un jurado.
El sonido de la reja pesada y oxidada retumbó en sus oídos cuando entró. Allí estaba él. Sentado al otro lado de la sala en una de las mesas, esposado, con la mirada fija en ella, una expresión de absoluta calma. Sus ojos, eran de un azul gélido, la diseccionaron con precisión quirúrgica.
-Señorita Navarro -dijo él, su voz profunda, controlada, casi un susurro que se sentía como una orden-. Qué gusto que haya venido.
Endrys no pestañeó. No podía dar señales de debilidad.
-Señor Vitale -respondió con firmeza, deteniéndose frente a la mesa donde él la esperaba. Dejó su portafolio sobre la superficie metálica y lo abrió con calma medida. No había tiempo que perder. Siempre iba directo al grano-. Revisé su expediente. Es un desastre -arrojó sin mayor formalidad.
La comisura de los labios de Vitale se curvó en algo parecido a una sonrisa.
-Eso dicen todos mis abogados al principio -su tono destilaba una peligrosa diversión.
-No soy cualquier abogada. No vine aquí para perder.
El destello en la mirada de Vitale le indicó que había captado su atención. Se inclinó ligeramente hacia adelante. Las esposas tintinearon cuando apoyó los codos sobre la mesa.
-Interesante.
Endrys sostuvo su mirada. No era solo su presencia lo que imponía, sino su absoluto control sobre sí mismo, como un depredador que medía a su presa antes de lanzarse.
-Su familia me ha contratado para garantizar que salga de este juicio sin una cadena perpetua. Pero necesito honestidad. Nada de medias verdades. ¿Lo entiende?
-Entiendo muchas cosas, abogada -su voz bajó aún más en su tono, y pese a ello era intenso y seguro-. Entiendo que el fiscal tiene pruebas, testigos y una narrativa bien construida. También entiendo que mi única salida es que usted sea más astuta que todos ellos.
Los dedos de Endrys se crisparon sobre los papeles. Sabía que este caso sería un reto, pero cada palabra suya confirmaba que jugaba en un tablero donde las reglas cambiaban con cada movimiento.
-Dígame exactamente qué pasó la noche del asesinato en Brooklyn -pidió, tomando asiento con la misma firmeza con la que lo había enfrentado.
Omar la estudió un segundo más antes de recostarse contra la silla, como un felino evaluando a su presa. No solo su postura, sino también sus reacciones, eran calculadas, cada gesto suyo parecía tener un propósito, cada palabra era cuidadosamente medida. Endrys conocía muy bien a los hombres con esa cualidad, hombres que se ocultaban detrás de una calma estudiada, de una fachada imperturbable. Sabía que Vitale no solo buscaba el control de la situación; su objetivo era dominarlo todo, hasta la mente de la persona frente a él.
Y ahora, esa persona era ella. Él la observaba como si pudiera desentrañar su alma con solo un vistazo, midiendo sus respuestas, analizando cada leve movimiento de su rostro, buscando cualquier signo de debilidad, cualquier grieta en su armadura. A pesar de la aparente tranquilidad con la que se comportaba, Endrys sabía que detrás de esa calma de Vitale, se escondía una mente tan afilada como un cuchillo, y, lo peor de todo, una mente que no dudaba en usarla como un arma.
Omar pensó que ella no lo sabía, pero él podía leerla igual que ella lo leía a él. Estaba acostumbrado a ver a las personas que lo rodeaban como piezas en un tablero de ajedrez, siempre con un par de jugadas adelante. Y Endrys, la abogada que había entrado a esa sala con una seguridad inquebrantable, no era la excepción. Ella pensaba que podía controlarlo, que podía ganarse su respeto con su firmeza. Pero, en su mente, él ya había comenzado a jugar su propio juego, uno en el que la tensión y el desafío solo alimentaban su deseo de mantener el control, incluso sobre ella.
Él era consciente de que podría desestabilizarla si jugaba bien sus cartas. Y lo haría. Porque en este juego, él no pensaba perder.
-Digamos que esa noche, yo estaba en el lugar equivocado en el momento equivocado.
-Eso no me sirve. Necesito detalles.
-Usted necesita ganar este caso. Y yo necesito salir de aquí -dijo, inclinándose hacia adelante de nuevo-. Propongo un trato: si me saca de este lío, yo le daré las respuestas que busca.
La mandíbula de Endrys se tensó.
-Así no funciona la ley, señor Vitale.
-Ah, abogada -sonrió, pero su expresión no era amable-, en mi mundo la ley es solo un obstáculo más.
-Su actitud no me ayuda -dijo Endrys, con la voz firme, sin espacio para titubeos.
Omar la observó con una leve inclinación de la cabeza, como si su comentario le divirtiera. Sus labios apenas se curvaron en lo que podría ser una sonrisa, pero su mirada permaneció helada.
-No estamos aquí para descifrar mi actitud, abogada. Estamos aquí para que usted haga su trabajo -respondió con una frialdad cortante, cada palabra era pronunciada con la precisión de un bisturí.
El aire entre ellos se tensó, como si ambos midieran fuerzas sin necesidad de moverse. Endrys sabía que aquel hombre no cedería fácilmente. Para él, cada conversación era una negociación, un juego de poder en el que siempre intentaría salir con ventaja. Pero ella no estaba dispuesta a concederle ni un milímetro.
-Si quiere que haga mi trabajo, entonces empiece a cooperar -replicó, cruzando los brazos con calma estudiada, mostrándole que no se intimidaba.
Los ojos de Vitale brillaron con algo indescifrable, como si evaluara cuánto tiempo le tomaría descomponer aquella seguridad inquebrantable que ella proyectaba.
-Veremos si realmente vale la pena cooperar -murmuró con un tono lleno de intención.
Endrys no apartó la mirada. Si aquel hombre esperaba jugar con su paciencia, descubriría que ella tenía una voluntad tan afilada como cualquier arma que él pudiera empuñar.
El silencio que siguió fue denso. Endrys se obligó a mantener la compostura.
-¿Usted mató a ese hombre? -preguntó sin rodeos.
Por primera vez, las facciones de Omar se endurecieron. Un destello de algo más profundo brilló en su mirada antes de desaparecer.
-¿Le importa?
Un escalofrío recorrió la espalda de Endrys. La manera en que Vitale formuló la pregunta, era como si realmente quisiera saber si ella tenía algún límite moral, le hizo entender que esta no era solo una batalla legal. Era un juego psicológico.
Endrys sintió cómo la impaciencia se enredaba en su interior como una serpiente lista para atacar. No estaba allí para perder el tiempo en juegos innecesarios. Si aquel era el comienzo, entonces Vitale estaba subestimándola gravemente. Si creía que podía jugar con ella, que podía arrastrarla a su ritmo y hacerla bailar a su antojo, estaba muy equivocado.
Sin molestarse en disimular su molestia, cerró el expediente con un golpe seco sobre la mesa, dejando que el sonido resonara entre ellos como un disparo de advertencia.
-Nos veremos en el tribunal, señor Vitale.
Se levantó y giró hacia la puerta, pero su voz la detuvo.
-Endrys.
No había usado su nombre antes.
Giró apenas la cabeza.
-¿Sí?
-Espero con ansias nuestra próxima conversación.
Endrys intentó ignorar esas palabras, se volteó con elegancia y la seguridad que le caracteriza. Sin responder a su comentario, salió de la sala sin volver la vista atrás. Pero mientras avanzaba por el pasillo, sintió su mirada clavada en su espalda, como una advertencia.
O una promesa.