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La vendedora de rosas

Melissa de Mendez
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Capítulo 1 El semáforo del destino

Capítulo 1: El semáforo del destino

El sol abrasaba el asfalto de la ciudad, derritiendo los sueños de quienes, como Luz, luchaban por sobrevivir un día más. El aire denso y cargado de humo envolvía su figura delgada mientras caminaba entre los coches detenidos en el semáforo. Con una canasta de rosas entre sus brazos, se acercaba a las ventanillas con una sonrisa cansada, esperando que alguien comprara una flor. Era su única forma de conseguir algo de dinero para ella y su madre enferma.

"¿Una rosa, señor? Es fresca, perfumada... trae buena suerte", decía con dulzura, aunque la mayoría ni siquiera la miraba. Algunos se limitaban a negar con la cabeza, otros la ignoraban por completo. Y había quienes, con desdén, se apartaban como si su sola presencia fuera molesta.

A sus veinte años, Luz había aprendido a ser invisible para el mundo. Su ropa desgastada, sus sandalias rotas y sus manos marcadas por el esfuerzo la delataban como alguien que no tenía derecho a soñar. Pero, aun así, soñaba.

Y su sueño tenía un nombre: Emilio.

Cada tarde, aquel joven de ojos intensos y porte elegante pasaba por ese semáforo en su auto de lujo. Luz lo había visto tantas veces que conocía cada gesto suyo: la forma en que pasaba los dedos por su cabello negro, su expresión seria mientras hablaba por teléfono, la manera en que sus labios se fruncían levemente cuando el tráfico lo desesperaba. Él era todo lo que ella nunca podría alcanzar. Pero aún así, en su corazón ingenuo, lo idealizaba como su príncipe azul.

Había algo en él que la atraía sin explicación. Tal vez era su presencia, su seguridad, o simplemente el hecho de que representaba un mundo que ella jamás conocería. Pero en su inocente corazón, Luz imaginaba que, en otra vida, las cosas hubieran sido diferentes.

Aquel día, el destino le dio una oportunidad. El semáforo cambió a rojo y, como siempre, el automóvil de Emilio quedó frente a ella. Luz respiró hondo, sintiendo que su corazón martillaba contra su pecho. Se acercó, con la mejor rosa de su canasta en la mano, esperando que, por una vez, él la viera.

"Señor... ¿Le gustaría una rosa? Es un obsequio", dijo con una sonrisa nerviosa.

Emilio giró el rostro hacia ella. Sus ojos oscuros la recorrieron de arriba abajo con desdén. Luego, con un gesto frío, negó con la cabeza.

"No necesito tu lástima", murmuró antes de pisar el acelerador apenas el semáforo cambió a verde.

El viento levantó su cabello y su vestido desgastado mientras el auto se alejaba. La rosa temblaba entre sus dedos, como si hubiera absorbido el rechazo. Luz sintió que su pecho se encogía. Apretó los labios para contener el ardor en sus ojos. Pero antes de que pudiera dejarse vencer por la tristeza, una voz cálida la sacó de sus pensamientos.

"¿Me regalarías esa rosa?"

Ella giró la cabeza y vio una limusina negra detenida al lado del auto de Emilio. La ventanilla trasera se había bajado y desde dentro la observaba un hombre de mirada serena y amable.

"Por supuesto", respondió Luz, con una sonrisa sincera mientras extendía la rosa.

El hombre la tomó con delicadeza, como si aquel sencillo gesto tuviera un valor inmenso. "Gracias, pequeña", dijo antes de que su coche avanzara con la fila de autos.

Luz lo miró alejarse con el corazón palpitante. No tenía idea de que ese desconocido cambiaría su destino para siempre.

El día terminó como todos los demás: con Luz regresando a casa con unas pocas monedas en los bolsillos y el cansancio pesándole en los hombros. Su hogar era una humilde vivienda de madera y láminas, donde el viento silbaba entre las rendijas y la humedad cubría las paredes. En el único colchón de la casa, su madre yacía débil y con fiebre.

"Mamá, vendí algunas rosas. Mañana conseguiré más dinero, te lo prometo", dijo Luz, tomando la mano temblorosa de su madre.

Pero la mujer apenas tenía fuerzas para sonreír. Luz sintió un nudo en la garganta. Necesitaba ayuda. No podía verla sufrir más.

Esa noche, no durmió. Pensó en el hombre de la limusina, en su voz amable, en la forma en que había aceptado su rosa sin desprecio. No sabía quién era, pero tal vez... solo tal vez, él podría ayudarla.

Y así, sin imaginarlo, el destino de Luz comenzó a cambiar.

            
            

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