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Cuando el mundo volvió a enfocarse, el aire olía diferente. Más denso, metálico. Ya no estaba en su departamento, sino en lo que parecía ser un túnel iluminado por luces fluorescentes. Las paredes, de un metal pulido, reflejaban su expresión atónita.
-¡Intruso en el Sector 7! -gritó una voz robótica desde algún lugar, lo suficientemente fuerte como para hacer eco en el túnel metálico.
-¿Intruso? ¿Yo? ¡Pero si acabo de llegar! -protestó Laura en voz alta, aunque claramente nadie estaba escuchándola.
No tuvo mucho tiempo para procesar la situación, porque justo entonces un chirrido ensordecedor llenó el aire y una especie de alarma comenzó a parpadear en las paredes. Sin pensarlo demasiado (porque claramente pensar no estaba ayudando), Laura hizo lo único que le pareció lógico: corrió.
Sus zapatos resonaban contra el suelo metálico, una sinfonía de pánico y decisiones cuestionables.
-¡Corre, Laura, corre! -murmuró para sí misma, mientras doblaba una esquina demasiado rápido y... chocaba de lleno contra algo sólido.
O mejor dicho, alguien.
El impacto fue suficiente para sacarle el aire y casi mandarla al suelo, pero unos brazos fuertes la atraparon antes de que eso sucediera.
-¡Cuidado! -gruñó una voz grave.
Laura levantó la vista, todavía recuperando el aliento, y lo primero que vio fue una cicatriz que atravesaba una ceja familiar. Luego, esos ojos. Esos ojos que conocía tan bien que podía dibujarlos de memoria (aunque, honestamente, nunca le quedaron bien).
-¿Alejandro? -susurró, incrédula, mientras trataba de juntar las piezas de lo que estaba viendo.
Pero no era exactamente su Alejandro. Este llevaba un uniforme de combate ajustado (y muy favorecedor, cabe decir), con una placa en el pecho que leía "Comandante Vega". La cicatriz le daba un aire rudo que definitivamente no había tenido cuando discutían sobre quién debía lavar los platos. Y, para rematar, tenía una especie de pistola futurista colgando del cinturón.
-¿Cómo sabes mi nombre? -preguntó él, con una voz que sonaba más grave y ronca de lo que recordaba.
-Eh... larga historia. -Laura tragó saliva, nerviosa.
-¿Eres una de las nuevas reclutas? -insistió, entrecerrando los ojos, como si tratara de ubicarla en su memoria.
-¿Recluta? -repitió Laura, parpadeando. Su cerebro estaba luchando por decidir qué era más importante: el hecho de que Alejandro estaba aquí, en un túnel futurista, vestido como si trabajara para una agencia secreta del espacio... o el hecho de que parecía no tener idea de quién era ella.
Antes de que pudiera responder o incluso formular una frase coherente, el sonido de botas resonando en el pasillo se acercó rápidamente.
-¡Alto ahí! -gritó alguien desde el fondo del túnel.
-¡Ah, claro, porque esto no podía empeorar! -dijo Laura, levantando las manos al aire en señal de rendición, aunque nadie parecía prestarle atención.
Alejandro (o Comandante Vega, o como sea que quisiera llamarse ahora) dio un paso adelante y sacó la pistola de su cinturón con una facilidad que la dejó boquiabierta.
-Escucha, no sé quién eres ni qué haces aquí, pero si quieres vivir, sígueme.
Laura abrió la boca para protestar, pero el brillo en sus ojos era el mismo de siempre: esa mezcla de confianza irritante y desafío que la había enamorado en primer lugar.
-¿Sabes qué? ¡Claro que sí! Porque seguirte siempre me ha salido genial -respondió, con sarcasmo.
Él no respondió, simplemente tomó su mano y comenzó a correr, arrastrándola detrás de él.
-¡Por favor, dime que esto no es otra crisis de pareja con más efectos especiales! -gritó Laura mientras esquivaban cables colgantes y luces parpadeantes.
Alejandro no respondió, pero, por primera vez en semanas, Laura sintió que el nudo en su estómago se aflojaba... aunque el caos no parecía tener planes de terminar pronto.
-Por aquí -susurró él, tomándola de la mano y arrastrándola hacia una compuerta oculta en la pared-. Los Guardianes están haciendo su ronda.
El espacio tras la compuerta era estrecho, y Laura podía sentir el calor del cuerpo de Alejandro contra el suyo. Su corazón latía tan fuerte que temía que los guardias pudieran oírlo.
-¿Qué es este lugar? -susurró ella cuando los pasos se alejaron.
-Bienvenida a Nueva Tierra -respondió él con una sonrisa torcida-. O lo que queda de ella después del Gran Cataclismo. Los que sobrevivimos nos refugiamos bajo tierra, pero no todos están de acuerdo con cómo deberían ser las cosas aquí abajo.
Laura observó los músculos tensos de su mandíbula, esos mismos que tantas veces había visto mientras él discutía con el televisor durante los partidos de fútbol. Pero este Alejandro no parecía el tipo que gritara "¡penalti!" a la pantalla. Este Alejandro emanaba una intensidad peligrosa, una mezcla de líder revolucionario y galán de película de acción que nunca habría imaginado en el hombre que una vez dejó que el microondas prendiera fuego a una bolsa de palomitas.
Mientras hablaba, su voz era grave y controlada, cargada de una autoridad que hacía que incluso el murmullo más bajo de la sala se apagara.
-Los Guardianes controlan el acceso a la superficie -dijo, señalando un holograma brillante que flotaba en el aire como si fuera algo de lo más normal-. Dicen que es por nuestra seguridad, pero sabemos que están ocultando algo. La radiación disminuyó hace años, pero nos siguen manteniendo aquí abajo, como ratas en un laberinto.
Laura no pudo evitar que una sonrisa sarcástica se le escapara. "Radiación" y "Guardianes" eran palabras que jamás había esperado escuchar de él, y mucho menos en una misma frase. Pero antes de que pudiera procesar todo lo que estaba ocurriendo, un grupo de hombres y mujeres se reunió a su alrededor, todos con expresiones que mezclaban determinación y ligera paranoia.
-Es una reunión clandestina de rebeldes. Claro, cómo no -murmuró para sí misma, mientras intentaba encontrar un rincón donde no pareciera estar ocupando demasiado espacio.
El aire en la sala vibraba de emoción contenida, aunque Laura solo podía pensar en lo poco ergonómicas que parecían las sillas de metal que usaban. Alejandro, sin embargo, parecía estar en su elemento, señalando con seguridad un mapa holográfico que mostraba un laberinto de túneles subterráneos.
-El plan es simple -declaró, y su tono sugería que realmente pensaba que lo era, aunque Laura ya había aprendido que "simple" y "seguro" rara vez iban de la mano-. Los Guardianes tienen su centro de control en el Sector 12. Si podemos acceder a sus sistemas desde ahí...
Laura no sabía qué la impulsó a abrir la boca, tal vez la adrenalina o el hecho de que quería impresionar a este Alejandro, aunque fuera por pura inercia emocional.