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> Una semana después.
Los días han sido tranquilos.
Ayudé a mamá a terminar de organizar la casa.
Dormí hasta tarde hoy. No sé si por el cansancio...
Busqué a mamá por toda la casa, pero no la encontraba. La vi por la ventana, conversando con los vecinos del frente. Me sorprendió. Juraría que esa casa había estado en silencio desde que llegamos.
Salí y me quedé cerca de la puerta.
Mamá me vio y me llamó con la mano. Me pidió que me acercara. Dudé. Me arrepentí de haber salido.
Pero fui.
Los vecinos eran amables, aunque con un humor extraño que solo a mamá parece hacerle gracia.
Ella se reía. Eso me hizo quedarme un poco más.
Y entonces... salió él.
Vi su silueta primero.
Luego, su rostro. Su forma de caminar.
Y lo supe.
Mi corazón se aceleró de una forma que me dolió en el pecho.
Una oleada de náuseas me golpeó sin aviso.
Él se acercó. Nos saludó con amabilidad.
Su voz...
Era la misma.
Le devolví el saludo.
Sin mirarlo directamente.
Y le dije a mamá que volvería a entrar a la casa.
Cerré la puerta con calma.
Me quedé detrás unos segundos, intentando no colapsar.
Pero no pude.
Corrí al baño. Vomité.
Me senté en el suelo. Mis manos temblaban.
Me cubrí el rostro.
Era él.
No había duda.
Y aún así... no me reconoció.
O eso quiero creer.
Eso necesito creer.