El abrigo ocultaba un vestido de encaje color vino, con espalda descubierta y mangas largas. Un cambio sutil, pero con intención.
Elena no era la misma mujer que había llegado la primera vez. Y tampoco sabía en quién se estaba convirtiendo.
Golpeó tres veces.
El portero la dejó pasar sin palabras.
Y ahí estaba él, esperándola, como si supiera que vendría.
Dorian.
Vestía de negro otra vez, esta vez, sin chaqueta. Camisa de lino con dos botones desabrochados. Brazos cruzados, mirada indescifrable.
-Puntualidad, un arte que pocos dominan -murmuró Dorian
-Pensé que no me recordaría.--- dijo Elena
-Las mujeres que tiemblan al primer suspiro no se olvidan, Elena.---- respondió Dorian
Su nombre en su boca sonaba distinto, como una orden envuelta en seda.
-¿Jugarás esta noche conmigo? -preguntó Elena sin rodeos.
Dorian la observó un largo segundo, luego asintió.---Pero hoy, iremos más lejos.----
-¿Cuánto más?,--- preguntó Elena
-Hasta donde me lo permitas,---- respondió Dorian
La sala era distinta, no había chaise longue esta vez.
Había una estructura de madera pulida en forma de cruz de San Andrés, un banco acolchado, un espejo de cuerpo completo. En el aire, flotaba una fragancia diferente, cuero, canela, algo más oscuro.
Dorian caminó hacia una mesa donde descansaban varias cuerdas de seda japonesa, de un rojo profundo.
-¿Alguna vez has sido atada, Elena?,--- preguntó Dorian
Ella negó con la cabeza.
-¿Te asusta?, --- preguntó Dorian
-Me excita -susurró Elena
Dorian sonrió con lentitud, una curva peligrosa en sus labios.
-Eso es todo lo que necesito saber.---
Le pidió que se desnudara lentamente.
No la tocó, solo la miró.
Y Elena entendió que ese era el verdadero inicio del juego, ser mirada.
Una vez desnuda, Dorian se acercó con una de las cuerdas entre los dedos.
-El arte del shibari no es sobre control, es sobre confianza. Escribir sobre el cuerpo con nudos. pintar deseo con presión.-explicó Dorian
Comenzó por sus muñecas, movimientos precisos, pausados, casi reverentes.
La ató con elegancia, con maestría.
Cada nudo era una promesa.
Cada tirón, una confesión muda.
Elena sentía cómo su cuerpo se transformaba en un lienzo.
Las cuerdas delineaban su torso, su cintura, sus muslos. Acariciaban sin tocar.
Y cada vez que él ajustaba un nudo, ella soltaba un suspiro involuntario.
Cuando terminó, Elena estaba de pie, con los brazos atados sobre su cabeza, las piernas separadas por un suave lazo a nivel de los tobillos, vulnerable, expuesta. hermosa.
Dorian se acercó a su oído, -¿Palabra de seguridad? ----
-Luna,--- respondió Elena
-¿Nivel de tolerancia al dolor?,--- pregunto Dorian
-Moderado,---- respondió Elena
-¿Confías en mí?,‐-- preguntó Dorian
-Sí,--- respondió Elena
La palmada fue leve, en el muslo.
El sonido seco llenó la sala.
No fue fuerte, pero la sorprendió.
Y la excitó más de lo que imaginó.
Dorian se movía con una gracia controlada, usó una vara de bambú, suave, para recorrer su piel. Primero por sus costillas, luego por su espalda, bajando por la curva de sus nalgas.
-La mente intenta resistirse -decía mientras acariciaba con la vara-. Pero el cuerpo no miente.
Otra palmada, esta vez, más firme.
Elena apretó los dientes.
El ardor se convirtió en calor.
Y el calor, en deseo.
Su sexo palpitaba, húmedo, expectante.
Pero Dorian no se apresuraba.
Disfrutaba de cada gesto, cada estremecimiento.
Le colocó una pinza suave en cada pezón, unidas por una cadena delgada.
Elena jadeó.
El dolor punzante fue breve.
Y luego... placer. Un nuevo tipo. Más agudo,más vivo.
-Estás bella así , no lo sabes aún, pero te estás encontrando.-dijo él, tomando su barbilla
Elena abrió los ojos, lo miró.
Y por primera vez en años, sintió que alguien la veía.
No como autora, no como mujer.
Sino como esencia.
Dorian le acarició el cuello.
-Hoy no habrá sexo, pero tendrás un orgasmo, sin ser tocada.--- dijo Dorian
Elena arqueó una ceja,-¿Cómo?,---
-Confía--- respondió Dorian
El juego cambió de ritmo.
Dorian se colocó detrás de ella, respiró sobre su piel, hizo vibrar la cadena con un movimiento.
El dolor se mezclaba con el deseo.
La tensión de las cuerdas amplificaba cada sensación.
La falta de control se convertía en éxtasis.
La llevó a un punto en el que su mente dejó de resistirse.
Donde solo quedaban los sentidos.
Y entonces, él habló.
-Imagina, estás atada, sí, pero libre, más libre que nunca.--- dijo Dorian en su oído
Su voz era un arrullo.
-Estás deseada, no por cómo luces, sino por lo que entregas.---- decía Dorian
Las palabras le calaban profundo.
-Eres bella, salvaje, capaz de rendirte sin romperte.---- dijo Dorian
Y entonces, la cadena vibró de nuevo.
La vara golpeó con precisión.
Elena gritó, pero no fue dolor, fue clímax.
Un orgasmo intenso, repentino.
Su cuerpo se arqueó contra las cuerdas, su piel ardía, su alma flotaba.
Y cuando terminó, lloró.
No de tristeza.
Sino de alivio.
De reconocimiento.
Dorian la soltó con paciencia, desató cada nudo como si liberara algo más que su cuerpo.
La tomó en brazos y la llevó al banco acolchado. La cubrió con una manta.
Se sentó junto a ella, no la tocó. solo la miró.
-¿Estás bien? -preguntó.
Elena asintió, -No sabía que podía sentir algo así.----
-Pocas personas lo descubren, porque pocos se atreven.---- respondió Dorian
-¿A qué?,----- preguntó Elena
-A rendirse,---- respondió Dorian
Pasaron unos minutos en silencio.
Elena lo observaba de reojo, quería preguntar muchas cosas. Pero no sabía por dónde empezar.
-¿Por qué tú? ¿Por qué sabes exactamente cómo llevarme ahí?,‐-- dijo al fin
Dorian apoyó los codos en sus rodillas,-Porque he estado ahí.----
-¿Y quién te llevó?,--- pregunto Elena
-Alguien que ya no está,---- respondió Dorian
Elena percibió la sombra detrás de sus palabras.
-¿Murió?, ---- preguntó Elena
-No físicamente, pero se fue, con parte de mí.---- respondió Dorian
La vulnerabilidad duró solo un instante. Luego, volvió a erguirse. A ser el Amo.
-No te enamores, Elena, este juego no es para corazones blandos.-dijo con voz baja Dorian
-¿Y si ya estoy en riesgo?,--- preguntó Elena
Dorian la miró con esa intensidad que quemaba
-Entonces tendrás que aprender a amar sin ataduras. Como el deseo, como el dolor.-----
Elena se vistió en silencio.
Pero no dijo adiós.
Porque sabía que volvería.
No por el placer.
No por el misterio.
Sino por lo que estaba empezando a descubrir de sí misma.
Una mujer que sentía.
Una mujer que escribía.
Una mujer que, por fin, empezaba a vivir.