Él apareció como una sombra de seda y peligro. Vestía únicamente pantalones negros de cuero, su torso desnudo reflejaba la luz cálida del entorno, y en sus manos llevaba un conjunto de cuerdas japonesas de cáñamo rojo.
-Has aprendido a obedecer, Elena. Hoy, aprenderás a rendirte del todo.--- dijo Dorian
El tono de su voz era como un anzuelo directo al centro de su deseo.
-Sí, Señor -respondió ella, bajando la mirada por reflejo, aunque sabía que esa noche ni siquiera eso le estaba permitido sin orden.
-Mírame, quiero que recuerdes cada segundo,--- ordenó Dorian
Ella alzó los ojos y encontró los suyos, oscuros. Ardientes. Determinados.
Dorian la rodeó lentamente.
Sus dedos tocaron apenas su nuca, luego su hombro, como si midiera su temperatura, su tensión, su entrega.
-De rodillas.--- ordenó Dorian
Elena obedeció.
Dorian se agachó frente a ella y comenzó a atarla con paciencia casi devocional.
Primero, las muñecas, juntas por detrás, luego, las piernas en una posición de sumisión abierta.
Cada nudo la restringía más, pero a la vez la liberaba.
-No te muevas, no hables, no cierres los ojos.--- dijo Dorian
Ella asintió. Su respiración era más agitada ahora.
Dorian la levantó con fuerza, como si no pesara nada, y la llevó hasta un soporte de madera en el centro de la sala.
La posicionó de pie, con los brazos atados por encima de la cabeza, colgando de un gancho.
Sus piernas separadas por una barra de metal, completamente expuesta, completamente suya.
-Esta noche... no podrás tocarme, Elena, ni siquiera intentarás, tu cuerpo es mío,tu placer es mío, tus orgasmos, también.--- dijo Dorian
Se acercó a su oído. -Y no los tendrás... hasta que yo lo diga.---
Ella gimió, apenas un sonido, pero él lo captó.
-Buena chica.--- dijo Dorian
La primera caricia fue una pluma. Literal, la recorrió lentamente desde el cuello hasta el ombligo, descendiendo hasta la cara interna de los muslos.
Elena se arqueó instintivamente, pero los amarres la mantuvieron quieta.
-Ya estás húmeda, qué fácil te rindes a mí.‐---- dijo Dorian
La segunda caricia fue una venda de seda, que colocó sobre sus ojos,todo quedó en tinieblas.
-Ahora, lo único que conocerás... es mi tacto.--- dijo Dorian
Un hielo rozó su pezón.
Gritó.
Luego, una lengua lo reemplazó, cálida, devota.
Luego un azote.
Luego una caricia.
Luego un susurro.
Luego un silencio.
El tiempo dejó de existir.
Su cuerpo se convirtió en el lienzo de Dorian.
Juguetes de temperatura, texturas, vibraciones.
Su lengua, sus dedos, su aliento.
Todo la recorría como un maestro toca su instrumento favorito.
Pero nunca ella a él.
No podía tocarlo.
No podía abrazarlo.
No podía rendirse de otra forma que no fuera con su gemido.
El orgasmo llegó como una promesa rota.
Cerca.
Presente.
Y entonces...
Detenido.
-No aún -dijo él con crueldad sensual.
-Por favor... -rogó ella.
Pero él no cedió.
En un momento, sintió cómo un objeto entraba lentamente en ella.
Un plug, después, un vibrador, Dorian los controlaba con precisión.Su cuerpo ya no le pertenecía, estaba al borde, siempre al borde.
-Dime de quién es tu cuerpo.-- dijo Dorian
-Suyo, Señor,--- respondió Elena
-¿Quién te hace temblar sin tocarte?--- pregunto Dorian
-Usted, solo usted...,--- respondió Elena
-¿A quién obedeces?---- pregunto Dorian
-A usted, solo a usted, --- respondió Elena
Entonces, silencio, solo los latidos, solo los jadeos, hasta que él dijo...
-Ven. Ahora.--- susurro Dorian
Y fue como un latigazo de placer, Elena se quebró en un orgasmo que la desarmó desde dentro.
Gritó.
Tembló.
Lloró.
Se derramó por completo.
Dorian la desató sin decir palabra, la cargó como a una muñeca exhausta y la llevó a una chaise longue.
La recostó sobre su pecho, le quitó la venda, sus ojos estaban húmedos, no de tristeza, sino de haber cruzado un umbral.
-Estás aprendiendo a rendirte de verdad -dijo él, acariciando su cabello.
-Me estoy perdiendo en usted,---- respondió Elena
Él sonrió, no era un gesto dulce, era posesivo. -No, Elena. Te estás encontrando en mí,--- dijo Dorian
Y en el fondo... ella sabía que era
Elena apoyó su cabeza en el pecho de Dorian y cerró los ojos. El sonido de su respiración, pausada y firme, era el único ancla que la mantenía unida a la realidad. Cada caricia en su cabello, cada roce de sus dedos enredándose entre sus mechones sudados, era como una tregua silenciosa. No había palabras. No las necesitaban.
El cuerpo de Elena aún temblaba, una mezcla de adrenalina, agotamiento y una liberación tan profunda que parecía haberle vaciado el alma. Pero no era vacío lo que sentía... era plenitud. Como si dentro de ella se hubiera roto algo que durante años había estado encadenado, sellado, negado.
Y Dorian... él lo sabía.
Él la había guiado con una precisión que rozaba la crueldad, pero siempre con propósito., nunca con descuido, nunca sin intención.
-Respira conmigo -murmuró, su voz vibrando contra su oído.
Ella obedeció, una, dos, tres veces, los latidos de su corazón empezaban a calmarse.
El silencio se hizo más denso, más íntimo.
Él deslizó una manta suave sobre su espalda desnuda. El contraste con el cuero, el frío del metal y las cuerdas aún presentes en sus muñecas era tan fuerte que la hizo estremecerse de nuevo, pero esta vez no de anticipación, sino de ternura.
-¿Estás bien? -preguntó Dorian, con un tono inusualmente suave, casi humano.
Elena asintió apenas, sus labios aún temblaban de todo lo que había sentido. Pero necesitaba decirlo. --- Sí... estoy más que bien.---
Él asintió también. No era un hombre de elogios vacíos. No necesitaba palabras para demostrar su satisfacción. Se la transmitía con cada mirada, con cada toque, con cada límite que la ayudaba a cruzar.
Y esta noche, ella lo había cruzado todo.
Dorian la sostuvo un poco más fuerte, como si al hacerlo le dijera sin necesidad de voz: Estás a salvo. Conmigo. En mí.
-¿Sabes lo que hiciste esta noche? -preguntó.
-Me rendí -susurró ella, apenas un hilo de voz.
-Te liberaste -corrigió él.
Elena alzó la mirada hacia él. Sus ojos todavía brillaban, no solo por el llanto, sino por algo más profundo. Por comprensión. Por pertenencia.
Él le besó la frente con lentitud. Un gesto que, viniendo de Dorian, tenía el peso de mil caricias. Ella lo sabía. No era una muestra de dulzura barata, era una afirmación silenciosa de dominio. De cuidado. De pacto.
-Esta es solo la primera puerta, Elena -susurró-. Hay más.
Ella tragó saliva. No sabía si temer o desear lo que vendría después.
-¿Qué hay más allá? -preguntó con voz baja.
Él sonrió. Esa sonrisa peligrosa que siempre le advertía que estaba por entrar en un terreno nuevo, inexplorado... y completamente suyo.
-Lo sabrás... cuando estés lista para dejar de tener miedo de ti misma -respondió.
La frase se quedó flotando en el aire como una sentencia.
Y entonces comprendió.
No era solo a él a quien le entregaba su cuerpo, su deseo, sus temblores.
Era a ella misma. A su esencia. A esa parte que había escondido bajo capas de control, vergüenza y autonegación.
En Dorian, no solo estaba siendo poseída.
Se estaba redescubriendo.
Pasaron unos minutos más en silencio. Él seguía acariciando su cabello, sus hombros, como si aún la afinara. Como si aún la templara para la próxima melodía que compondría con su cuerpo.
-Quiero más -dijo ella, sorprendida por la seguridad en su voz.
Dorian no respondió de inmediato, solo alzó una ceja, evaluándola, midiendo su convicción. Luego asintió con lentitud. -Lo tendrás, todo lo que puedas soportar, todo lo que puedas desear, pero a mi ritmo.---
Ella sonrió, -Sí, Señor.---
Él la sostuvo del mentón y la obligó a mirarlo.-No digas lo que no estás preparada para demostrar.--
Ella sostuvo su mirada, esta vez sin temblar.-Estoy lista para perderme más... si eso significa encontrarme mejor.---
La sonrisa de Dorian fue pura satisfacción. -Entonces mañana... volverás aquí. A la misma hora, desnuda, de rodillas, ycon el corazón abierto.---
Elena sintió un calor recorrerla, no como una descarga, sino como una llama que nacía desde dentro.
-Sí, Señor -repitió, pero esta vez con la certeza de quien ya no teme caer.
Porque ahora sabía que, en cada caída, él estaría allí.
No para salvarla.
Sino para hacerla volar.