El hijo bastardo de él, la fortuna robada de ella
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Capítulo 5

Haven estaba frente a mí, con una sonrisa triunfal en los labios. Era obvio que esperaba que gritara, que me quebrara, que llorara. Quería una reacción, pero yo no le di nada.

La miré y, con expresión tranquila, abrí un cajón y saqué el impecable documento que mi abogado ya había redactado. Luego, lo coloqué en la mesa, entre nosotras.

"Ya hice que redactaran el acuerdo de divorcio", dije. "Pero él no lo firmará, al menos no tan fácilmente".

Conocía a Aiden. Su ego y posesividad no le permitirían dejarme ir. Tenía que ser él quien terminara las cosas, a su manera. Desde su perspectiva, firmar un acuerdo que yo le presentara sería una admisión de su fracaso.

Por una fracción de segundo, Haven abrió mucho los ojos, antes de recuperar la compostura, agarrar los papeles y ensanchar su sonrisa.

"No te preocupes por eso", dijo, con un tono cargado de desprecio. "Yo sé cómo hacer que me de lo que quiero". Luego, se inclinó hacia mí y soltó en un susurro: "¿Te digo algo? Hemos estado juntos por mucho tiempo. Desde antes de que ustedes se casaran. Yo fui la que estuvo ahí para él en sus momentos más oscuros".

Acto seguido, procedió a pintarse como la salvadora de Aiden, la única que entendía sus demonios. Habló de una noche hace siete años, cuando él estaba en un ciclo de autodestrucción. Afirmó que lo había salvado.

Entonces, yo también recordé esa noche. Fue un día antes de mi cirugía de trasplante de riñón. La donante era una joven anónima que era compatible conmigo, pero en el último minuto hubo una complicación. En el hospital, me dijeron que la donante se había retirado. Naturalmente, quedé devastada.

Luego, horas más tarde, sucedió un milagro. Haven, mi dulce y frágil cuñada, era compatible. Insistió en hacerse la prueba, pues dijo que me amaba como si fuera una hermana. Era mi salvadora.

Por eso, ahora que veía su expresión de suficiencia, logré acomodar todas las piezas en mi mente. Todo había sido demasiado perfecto y conveniente. Ellos habían estado juntos desde ese entonces. Y la "complicación" con la donante original probablemente fue obra de Aiden, una forma de endeudarme con Haven, de unirnos en una telaraña de secretos y compromisos.

La profundidad de su traición era asombrosa. Lo suyo no era una aventura reciente, sino la base de toda nuestra vida juntos.

"Puedes quedártelo", dije, con una voz carente de emoción. "Ya no lo quiero".

Haven parecía confundida. Mi calma la desconcertó, pues esa no era la reacción que había esperado de mí.

"No solo lo quiero a él", comenzó con desdén, dejando su ambición al descubierto. "Quiero esta casa, la empresa, tu título. Quiero todo lo que fue tuyo". Luego, me miró de pies a cabeza y agregó con desprecio: "No me basta con que te vayas, pues él seguirá pensando en ti. Necesito que te odie. Que te corra, para que así te olvide por completo".

De repente, la puerta de mi recámara se abrió y Aiden entró.

En un instante, Haven perdió su actitud arrogante. Soltó un grito de dolor, se tambaleó hacia atrás y cayó al suelo, agarrándose el estómago.

"¡Ahh!", gritó, con lágrimas corriendo por su rostro. "¡Charlotte, por favor! ¡Lo siento! ¡Me iré! ¡Solo no lastimes a mi bebé!".

Me quedé allí, sin palabras ante la audacia de su actuación.

Aiden corrió hacia ella y mirándome con furia, rugió: "¿Qué hiciste?".

"¡Estoy embarazada, Aiden!", gimió Haven. "¡Y aun así me empujó! ¡Justo como lo hizo con Leo!".

La acusación era tan absurda, tan completamente infundada, que casi me carcajeé.

"No la toqué", afirmé con calma. "Aiden, hay cámaras en esta casa. Revisemos las grabaciones".

Haven se puso rígida ante la mención de las cámaras, pero mi marido ni siquiera estaba escuchando. Estaba atrapado en su propia narrativa paranoica, alimentado por las mentiras de Haven.

"No necesito revisar ninguna cámara. ¡Confío en mi hijo! ¡Y confío en lo que veo!", sentenció él.

La ironía fue casi como un golpe físico para mí. Aiden, quien había instalado cámaras en cada esquina de la casa para observar cada uno de mis movimientos, ahora se negaba a mirar lo único que demostraría mi inocencia. Por años, había afirmado que confiaba en mí, pero bastó con las palabras de una mujer manipuladora y un niño consentido para destrozar lo que teníamos.

"Necesito ir al doctor", gimió Haven, jalando del brazo a Aiden y redirigiendo hábilmente su atención.

Él me miró, y con los ojos llenos de una decepción escalofriante, declaró con frialdad: "Charlotte, ya no sé quién eres. Has cambiado. Solías ser tan amable, tan dulce. Podrías aprender unas cuantas cosas de mi hermana".

Tras eso, ayudó a Haven a levantarse y se fueron, dejándome sola en la habitación. El clic de la puerta cerrándose resonó en el silencio.

Solté un suspiro tembloroso y empecé a reírme. El sonido era vacío y amargo.

Yo no había cambiado. Era la misma mujer que lo había amado, cuidado y sacrificado todo por él. Lo que había cambiado era nuestra relación. Se había podrido desde dentro, y yo era la última en darme cuenta de que ya estaba muerta.

                         

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