Al no recibir una respuesta de mi parte, él continuó con un tono bajo y amenazante: "Si vuelves a hacer algo así, las consecuencias serán mucho más graves. ¿Te quedó claro?".
Asentí levemente, sin ganas de discutir o defenderme.
Justo en ese momento, Hailie entró, con una sonrisa radiante adornando su rostro. "¡Ericka! ¡Me alegra mucho ver que estés bien! ¡Estaba muy preocupada por ti!".
Se acercó a la cama, estirando una mano para tomar la mía. Mientras se inclinaba, su sonrisa se transformó en una mueca; aprovechando que Caleb no podía verla, presionó con fuerza la quemadura más reciente que tenía en mi brazo.
Un dolor punzante y cegador recorrió mi cuerpo; grité a la vez que la apartaba instintivamente.
La chica tropezó hacia atrás, encargando la viva imagen de la inocencia vulnerada; en el instante que cayó al suelo, sus ojos se llenaron de lágrimas. "Ericka, ¿por qué me hiciste esto?", preguntó entre sollozos. "¡Solo intentaba ser amable!".
"¡Ya basta!", rugió Caleb, su rostro retorciéndose por la rabia. "¡Eres ingrata y cruel! ¡No mereces nuestra amabilidad!". Se acercó al soporte del suero intravenoso y arrancó la aguja de mi brazo. "¡No recibirás más medicina ni nutrientes! Te quedarás aquí y pensarás en todas las cosas malas que has hecho".
Una enfermera entró corriendo, pero mi prometido le lanzó una mirada fulminante que la hizo detenerse en seco. No era de extrañar que la mujer reaccionara de esa manera; tenía enfrente a Caleb Skinner, un sujeto cuyo poder e influencia en esta ciudad eran absolutos.
Él y Hailie se fueron, dejándome sola con el dolor punzante y el envase del suero intravenoso totalmente vacío.
Permanecí en la misma cama dos días, recibiendo nada más que agua; el dolor se convirtió en un compañero constante.
Al tercer día, Caleb finalmente regresó.
"Levántate", me ordenó. "Ya tenemos que irnos".
Más tarde me di cuenta de que era el aniversario del accidente que solo fue un montaje; el día que mi familia supuestamente tuvo que esconderse porque los amenazaron.
En lugar de ir a la residencia, él me llevó a un cementerio. Una vez allí, me condujo hacia tres lápidas de mármol de aspecto impecable; en ellas estaban grabados los nombres de Beverley Reid, Franklin Reid y Hailie Silva.
"Arrodíllate", me ordenó.
Mis propias rodillas estaban muy débiles, pero obedecí.
"Te quedarás así desde la mañana hasta que anochezca", indicó con una voz plana. "Permanecerás de rodillas sobre la grava y pedirás perdón. Es la penitencia que debes cumplir hoy".
Sin decir más, me abandonaron allí.
Las piedras de la grava estaban tan afiladas que pronto rasgaron la tela delgada de mis pantalones y luego mi piel; al principio no sentí nada, ya que el dolor en mi corazón era mucho mayor.
Permanecí de rodillas durante horas, mirando los nombres de mis padres, las personas que estaban sanas y salvas, probablemente disfrutando de un día en el spa. Repetí las palabras "lo siento" una y otra vez, un mantra mecánico que ya había perdido todo significado.
Cuando el sol se ocultó, mis rodillas estaban totalmente ensangrentadas y destrozadas.
Caleb regresó y una sonrisa siniestra de satisfacción se dibujó en sus labios al ver mi estado. "Sé que podrás volver sola a casa" dijo antes de marcharse, dejándome varada y sangrando en el cementerio.
Sin embargo, no volví a casa y preferí arrastrarme hasta la oficina administrativa del cementerio.
Cuando el hombre en el escritorio alzó la vista, sus ojos se abrieron de par en par al ver mi estado.
"¿Puedo ayudarle?", preguntó con cautela.
"Sí", logré decir con una voz firme a pesar del dolor. "Me gustaría comprar un pedazo de tierra para una lápida".
Mi petición lo tomó por sorpresa. "¿Es para un familiar?".
Lo miré directamente a los ojos y respondí: "No. Es para mí".
El hombre se quedó sin palabras mientras seguía mirándome. Estaba a punto de hacer más preguntas cuando la puerta detrás de mí se abrió de golpe.
Caleb estaba allí, exhibiendo una expresión tormentosa; por alguna razón regresó y me vio entrar en la oficina del cementerio. "¿Qué demonios crees que estás haciendo?" exigió con su voz temblando por la rabia.