Unas horas más tarde, un médico entró con mi historial médico. Era el doctor Evans, el mismo hombre que diagnosticó mi cáncer; su rostro reflejaba una profunda preocupación.
"La aspiración de agua salada causó un daño significativo a sus pulmones, señorita Reid", dijo con un tono gentil. "Me temo que no le queda mucho tiempo. Una semana, tal vez dos".
Entonces, me entregó el informe. Las palabras se desdibujaban ante mis ojos, pero capté el mensaje con total claridad: iba a morir pronto.
Me levanté con esfuerzo y caminé por el pasillo; había algo que necesitaba ver una última vez.
La puerta de la sala privada de Hailie estaba entreabierta; me quedé parada en el umbral, donde pude escuchar las voces de todos.
"Mamá, papá, no se preocupen, estoy bien", dijo ella al teléfono con una voz alegre y animada. "Sí, Caleb y Fitz me están cuidando muy bien... ¿Ericka? Los doctores dijeron que está bien. Para serte honesta, creo que solo está exagerando para llamar la atención. Ya saben cómo es ella".
Hailie hizo una pausa para escuchar a la persona al otro extremo de la línea.
"No te preocupes por ella", respondió mi madre, reconociendo su voz en cuanto salió por la bocina. "Lo único que importa es que tú estés a salvo".
Mi corazón, el cual creí que ya estaba herido, se rompió de nuevo.
Hailie finalizó la llamada y se giró hacia la puerta; fue ahí cuando me vio de pie en la puerta.
Una sonrisa triunfal se extendió lentamente por su rostro antes de preguntar en un susurro arrogante: "¿La escuchaste? Ya no les importas. Te han reemplazado".
"¿Por qué?", pregunté, con esas dos simples palabras desgarrando mi garganta. "¿Por qué hiciste todo esto?".
Ella soltó una risa fría y cruel. "¿Quieres saber por qué? Porque tú lo tenías todo, Ericka. La familia perfecta, el prometido perfecto y una vida llena de lujos. No te merecías nada de eso. ¡Yo sí!".
Sus ojos brillaban con una intensidad escalofriante. "Quería tu vida, y por fin logré mi cometido. Ahora tengo a tus padres, hermano y prometido. Todo lo que era tuyo ahora me pertenece".
Me limité a mirarla fijamente, con la magnitud de su malicia dejándome aturdida. Ya no me quedaba rabia ni dolor, solo una sensación de vacío y desolación.
"Voy a disfrutar viendo cómo te desvaneces", continuó, su voz bajando a un susurro conspirador. "Y todos estarán tan cegados por mi dolor que ni siquiera lo cuestionarán. Caleb es demasiado fácil de manipular. De verdad piensa que te está castigando por tu propio bien, pero solo es mi marioneta".
La chica se acercó mientras su sonrisa se ampliaba aún más. "Y todavía no he terminado. Tengo una última sorpresa planeada para él después de que te hayas ido para siempre".
No reaccioné de ninguna manera; solo me quedé allí parada, luciendo como una estatua silenciosa. Lo que ella no notó fue que, en mi bolsillo, tenía escondido mi celular, presionando firmemente el botón para grabar su confesión.
De repente, Hailie formó una expresión de falso pavor; luego corrió hacia la ventana abierta de su sala, la cual se ubicaba en el segundo piso.
"¡Ericka, no! ¡No me empujes!", gritó antes de lanzarse hacia el vacío.
Me quedé congelada mientras el caos estallaba abajo, seguido de un grito frenético de Caleb.
Al acercarme a la ventana y mirar hacia abajo, vi a mi prometido corriendo hacia Hailie, cuyo cuerpo se encontraba desplomado inmóvil sobre el suelo; él llevaba en su mano una bolsa con sus bocadillos favoritos, la cual tiró por la conmoción.
Caleb tomó entre sus brazos a la chica, mirándola con una expresión que reflejaba su terror. "¡Un doctor! ¡Necesito un doctor!".
Hailie, sin romper su acto, logró decir en un susurro débil: "Fue Ericka... quien me empujó...".
Mi prometido levantó la cabeza bruscamente; sus ojos se encontraron con los míos, mirándome con un instinto asesino.
"¡¿Cómo pudiste hacerle esto?!", gruñó en un tono bajo y aterrador. "¡Vas a pagar por esto!".
Sin pensarlo dos veces, se volvió hacia los guardaespaldas que llegaron corriendo a la escena y les ordenó: "Llévenla a la azotea".
Ambos llegaron conmigo y me sujetaron, apretando mis brazos magullados con sus manos ásperas.
"¡Caleb!", lo llamé con una firmeza que incluso me sorprendió a mí misma. "¿Ni siquiera vas a preguntar si es cierto que la empujé?".
Mi prometido dejó salir una risa amarga y rota. "¿Por qué habría de preguntártelo? Ya sé la clase de persona que eres".
Las lágrimas ahora surcaban mi rostro, pero no lloré por mí, sino por él; sentí una gran tristeza por el hombre que solía ser, el cual ya se había perdido por completo en una red de mentiras.
Me di cuenta de que Caleb nunca confió en mí, ni una sola vez.