Su Amor Imprudente, Su Vida Destrozada
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Capítulo 2

Ellery dejó el penthouse sin mirar atrás. Vivió allí como un fantasma, así que no sentía ninguna clase de apego por el lugar; su partida fue limpia, quirúrgica. Además, ya le había indicado a su colega, Sarah, que procesara su renuncia como algo estándar.

"Solo sigue el procedimiento. Él ya lo aprobó", le había dicho.

Dawson, consumido por el regreso de Kenzie, no puso un pie en la oficina durante una semana. Era un hombre obsesionado y su mundo se reducía a un solo punto: la chica a la que había idealizado durante más de una década.

Mientras tanto, Ellery era un torbellino de eficiencia silenciosa. Pasaba sus días en oficinas gubernamentales y consulados, organizando metódicamente su nueva vida: consiguió un nuevo pasaporte, visas, un boleto de ida a un país donde nadie conocía su nombre. Además, vació sus cuentas bancarias, dejando solo los fondos que la familia Parks había proporcionado inicialmente para el cuidado de su madre, y que ella nunca había tocado. Ese dinero estaba manchado de sangre y no quería tener nada que ver con él.

También empacó las pocas cosas que tenía en el pequeño departamento que la familia Parks había mantenido para ella, un lugar que rara vez usaba, pero que conservaba como símbolo de una vida que técnicamente era suya. Se concentró en la ropa, los libros y la foto de su madre. Dejó todo lo demás atrás, incluido cada regalo que Dawson le había dado, pues sabía que eran baratijas de parte de su carcelero, y ella no sentía ningún apego sentimental.

Mientras sellaba la última caja, su nuevo teléfono desechable vibró. En la pantalla aparecía un número desconocido, desde el que le habían enviado un mensaje: "Sé quién eres. Él es mío ahora, así que aléjate de él, maldita zorra contratada".

Ellery sintió un nudo en el estómago, pues sabía quién estaba exactamente detrás de eso. Instantes después, su celular sonó: era Dawson.

"¡El, baja! Estoy afuera", le dijo en un tono brillante, ajeno y, aparentemente cargado de felicidad.

La mujer caminó hacia la venta y miró hacia abajo. Vio el elegante auto deportivo de su captor estacionado afuera. Y este estaba apoyado en él, encarnando una visión de riqueza y privilegio casual. Por un momento, vio al niño de trece años que había conocido por primera vez, perdido, enojado y desesperadamente necesitado. No obstante, la imagen desapareció rápidamente, reemplazada por el hombre que la había usado durante doce años.

Con eso en mente, bajó las escaleras. Él no la llevó a su restaurante favorito ni a un parque tranquilo, sino a una joyería de lujo, de esas que tienen guardias de seguridad y cuerdas de terciopelo en la entrada.

"Necesito tu ayuda", comenzó el hombre, con los ojos brillantes. "Tienes buen gusto. Ayúdame a escoger algo para Kenzie".

La petición fue tan increíblemente cruel que Ellery solo pudo sentir un entumecimiento distante y clínico. Su amante de toda la vida le estaba pidiendo que le ayudara a seleccionar un regalo para la mujer con la que pretendía casarse.

"Por supuesto", respondió ella, en un tono perfectamente uniforme. Adentro, Dawson parecía un niño en una dulcería. Señaló un collar de diamantes, un brazalete de zafiros y un par de aretes de esmeralda. Las etiquetas de precio tenían más ceros de los que su acompañante podía contar.

"¿Qué piensas? A ella le gusta el verde, ¿verdad? Tú te acuerdas", inquirió.

Ellery sintió una extraña y desapegada lástima por él. Estaba comprando afecto, tal como su familia la había comprado a ella.

"El collar es más clásico y, por ende, más atemporal", aconsejó, en su tono profesional.

Dawson sonrió alegremente y aceptó esas palabras sin cuestionarlas. Mientras el vendedor envolvía la caja para regalo, él se volvió a su secretaria y con una expresión seria, le dijo en voz baja: "Estamos saliendo oficialmente. Kenzie y yo".

"Me alegro por ti".

"Es perfecta, Ellery. Tan pura. No como... otras chicas", prosiguió efusivamente el hombre, atrapado en sus fantasías. "Ha pasado por mucho. Su familia perdió su fortuna, así que ella tuvo que trabajar para pagarse la universidad... Es tan inocente".

La aludida pensó en el mensaje de texto que había recibido horas antes, en el que la habían tachado de "zorra contratada"; definitivamente no describiría a su autora como pura e inocente. Además, conocía el tipo de mujer que era Kenzie; sabía que las de su clase usaban sus dulces sonrisas como armas.

"Dawson", comenzó, dejándose llevar por el viejo hábito de advertirle. "La gente no siempre es lo que parece". "¿Qué estás tratando de decir?", preguntó el susodicho, perdiendo la sonrisa, mientras su mirada se volvía dura y fría.

"Nada. Solo ten cuidado".

"No te atrevas a hablar mal de ella", siseó él, en un tono amenazante; el aire crepitó con su repentina ira. "No tienes derecho".

Ella sintió la presión familiar de su posesividad, un peso que había cargado durante años. Dawson la veía como su propiedad, y acababa de hablar fuera de lugar.

"Lo siento. Tienes razón", musitó la joven, bajando la mirada.

Con eso, el hombre se aplacó y la tensión desapareció de inmediato, pues había recuperado el control de nuevo.

"Necesito que hagas algo más por mí", dijo Dawson, recuperando su tono habitual. "Kenzie mencionó que quería una caja de música antigua, esas de las que hacían en Suiza en el siglo XIX. Consígueme la mejor, que el dinero no es problema".

"Por supuesto", contestó la asistente, con voz monótona. "¿Ella quiere alguna melodía en particular?".

"¿Ni siquiera estás un poco celosa?", inquirió él, con una expresión extraña en su rostro.

'Nunca estuve enamorada de ti. De hecho, odié cada segundo de esto y, honestamente, solo estaba contando los minutos para que todo acabara', pensó la chica. Sin embargo, se forzó a sonreír y contestó: "Dawson, lo único que quiero es que seas feliz".

El celular del hombre sonó. Él contestó, transformando su expresión al instante.

"Kenzie, ¿qué pasa? Tranquila".

Ellery podía oír la voz frenética y llorosa al otro lado de la línea, que decía: "¡Tengo miedo! Me secuestraron... Estoy en una azotea... ¡En un lugar que no ubico!".

"Quédate en la línea. Te estoy rastreando en este momento. Ya voy para allá", contestó su interlocutor, poniéndose pálido.

Tras eso, encendió el vehículo, piso el acelerador a fondo y maniobró el volante con tal violencia que Ellery se estrelló contra la ventanilla del asiento del copiloto. Su cabeza golpeó la ventana, produciendo un chasquido nauseabundo, que la hizo experimentar un fuerte dolor, mientras sentía algo cálido y húmedo gotear por su sien.

Dawson no se dio cuenta. Sus ojos estaban fijos en el GPS de su tablero, y sus nudillos blancos sobre el volante. En ese momento era un hombre poseído, y su única realidad era la voz aterrorizada que había escuchado en su celular.

Recorrió la ciudad en minutos, un borrón de semáforos y bocinazos. Detuvo el auto con un chirrido cuando llegaron al estacionamiento de un hotel de lujo. Acto seguido, salió corriendo hacia los elevadores, antes de que su acompañante pudiera siquiera desabrocharse el cinturón de seguridad.

"¡Quédate aquí!", indicó el jefe, pero Ellery ya lo estaba siguiendo, con la cabeza palpitando.

Los dos irrumpieron en la azotea. Allí, un matón corpulento sostenía a una aterrorizada Kenzie cerca del abismo. Pero algo andaba mal: el rostro del criminal le resultaba familiar a la joven. El atacante era el hijo de un contratista al que su padre había arruinado años atrás, un hombre que culpaba a los Evans y, por extensión, a los Parks, de la ruina de su familia.

Al verlo, Dawson se congeló, y un destello de confusión apareció en sus pupilas. Luego, sonrió lenta y fríamente, pues entendió que ese no era un secuestro al azar, sino un mensaje. Y él sabía cómo manejarlo.

"¿Quieres dinero? ¿Es eso? Patético", comenzó, en un tono que goteaba desprecio, mientras daba un paso al frente. Luego hizo algo que le heló la sangre de Ellery. Le rodeó la cintura con un brazo, y la atrajo hacia él.

"¿Quieres lastimarme?", prosiguió Dawson, en un tono lo suficientemente alto para que el hombre la oyera. Señaló a su asistente y declaró: "Esta es mi novia. La mujer que amo".

Acto seguido, se inclinó sobre su empleada y, con los labios rozándole la oreja, le susurró al oído: "Sígueme la corriente. Camina conmigo. Ahora".

Tras eso, comenzó a retroceder, jalando a su empleada con él, sin quitarle los ojos de encima al matón.

Ellery vio las maquinaciones en la mirada de Dawson: estaba creando una distracción, un nuevo objetivo. Entonces, supo que iba a sacrificarla. Iba a intercambiar su vida por la de Kenzie, sin dudarlo.

            
            

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