Su Amor Imprudente, Su Vida Destrozada
img img Su Amor Imprudente, Su Vida Destrozada img Capítulo 4
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Capítulo 4

Ellery no respondió a su pregunta, pues no quedaba nada más que decir entre ellos. Simplemente lo miró, con una expresión inescrutable y, con voz suave, le preguntó: "¿No te gustó lo que hice?".

"No", soltó inmediatamente él, en un tono petulante. Quería que su interlocutora estuviera celosa, que tuviera el corazón roto para validar su propio ego, para demostrar que lo que tuvieron, fuera lo que fuera, había significado algo para ella.

"Entonces, no lo volveré a hacer", contestó la empleada, en un tono plano y definitivo.

Acto seguido, abrió la puerta del auto y salió a la acera. No miró hacia atrás, solo caminó tranquilamente hacia su edificio de apartamentos; el clic de sus tacones sobre el pavimento era el único sonido en la calle silenciosa. Cuando el elevador se detuvo en su piso, descubrió a un hombre esperando junto a su puerta. Era su vecino, un arquitecto de rostro amable con el que había intercambiado algunas cortesías.

"Ellery", la saludó él, con una cálida sonrisa en su rostro. "Esperaba encontrarte. Me preguntaba si podría darme tu número. Me encantaría invitarte a tomar un café algún día".

Antes de que la aludida pudiera responder, una sombra cayó sobre ellos. Era Dawson, quien la había seguido. Sin dudarlo, se interpuso entre los dos, creando una barrera física con su cuerpo. Su rostro era una tormenta de furia posesiva.

"Es mi novia", gruñó el recién llegado, en un tono bajo y peligroso.

El vecino perdió su sonrisa amistosa. Alternó su mirada entre el rostro furioso del desconocido y el rostro impasible de su vecina, murmuró una disculpa y regresó rápidamente a su apartamento.

Ellery se volvió hacia Dawson, con su paciencia finalmente agotándose y tras zafarse de su agarre, le preguntó: "¿Qué haces aquí?".

"Dejaste esto en el auto", soltó él, aventándole su celular.

"Gracias", respondió ella, tomando el celular, aunque era consciente de lo endeble que era la excusa.

"No le des tu número a nadie", ordenó el hombre, en un tono agudo.

"¿Por qué no?", contestó la mujer, adoptando un tono engañosamente suave.

"Porque lo digo yo", respondió el patrón, como si esa fuera razón suficiente, y sí lo había sido antes. Acto seguido, se quitó su caro abrigo de cachemira, se lo puso en las manos a su empleada e indicó: "Cuélgalo en tu puerta".

Era una marca territorial. Una señal no solo para el vecino, sino para el mundo, de que ella era de su propiedad.

Como la joven no se movió, él le arrebató el abrigo, soltó un suspiro de exasperación y lo colgó personalmente en el pomo de la puerta. Tras marcar claramente su territorio, se dio la media vuelta y, furioso, se metió al elevador sin decir otra palabra.

Ellery lo vio irse. Luego, tranquilamente, quitó el abrigo del pomo de su puerta, caminó hasta el ducto de basura al final del pasillo y lo dejó caer.

Una semana se celebró la gala de aniversario del Grupo Parks. Era el evento social de la temporada y, como secretaria principal de Dawson, la asistencia de Ellery era obligatoria. Ese sería su último deber oficial.

La tarde del día del evento, ella recibió un mensaje de su jefe, que decía: "El vestido de Kenzie está en mi vestidor. Asegúrate de que se vea perfecta".

Cuando Ellery entró en la suite privada, encontró a la novia de su jefe llorando, mientras sostenía un vestido de alta costura que había sido apuñalado y que terminó con su delicada tela arruinada.

"¡Ellery! ¡Mira esto!", sollozó Kenzie, con la voz temblorosa. "¡El vestido que preparaste está arruinado! ¿Qué voy a hacer?".

La aludida examinó el desperfecto y se dio cuenta de que era limpio, deliberado. No se trataba de una costura defectuosa o un accidente; alguien lo había cortado con unas tijeras. Tras eso, miró las manos perfectamente cuidadas de Kenzie, y luego un par de pequeñas tijeras de costura chapadas en oro que estaban inocentemente dispuestas sobre el tocador. Al instante vio la farsa.

"Puedo llamar a la boutique y pedir que envíen un reemplazo", ofreció Ellery, en un tono profesional.

"¡No hay tiempo!".

"Tengo un vestido de repuesto en mi oficina. Es parte del plan de contingencia para situaciones como esta".

"¡No será lo mismo! ¡Este era especial!", sollozó la otra, rechazando cada propuesta de solución, mientras sus lágrimas se hacían más teatrales.

"¿Qué pasa?", preguntó Dawson, entrando al lugar, atraído por el alboroto.

Kenzie lo miró, con los ojos muy abiertos y suplicantes. Luego, posó su mirada en el elegante y sencillo vestido negro de su rival. "Ellery", comenzó con un susurro suave y trémulo. "Tal vez... ¿podríamos intercambiar nuestros vestidos?"

La aludida apretó la mandíbula, pues le quedó claro que su rival quería humillarla. "Me temo que no puedo hacer eso", contestó, con voz firme y educada. "Como la secretaria principal del señor Parks, mi deber es representar a la empresa. Mi atuendo es parte de eso. No puedo aparecer con un vestido dañado".

"Puedo llamar a alguien para que te traiga otro", presionó Kenzie.

"No hay tiempo", respondió la empleada, usando la propia excusa de su interlocutora en su contra. "La recepción comenzará en quince minutos".

A la otra le tembló el labio. Volteó a ver a su novio, su arma definitiva, y le dijo: "Dawson... ¿por favor? Esta noche es muy importante para mí. Para nosotros".

El hombre suavizó su expresión. Alternó su mirada ente el rostro surcado de lágrimas de Kenzie y la expresión compuesta de su asistente.

"Ellery, cambia de vestido con ella", indicó el patrón, en un tono que no admitía discusión.

"Señor Parks, mis responsabilidades...".

"Soy tu jefe", la interrumpió él con brusquedad. "No te estoy preguntando. Te estoy ordenando que cambies de vestido con ella. Ahora".

Ellery cerró los ojos por un breve segundo, inhaló profundamente y luego asintió. Entró en el baño contiguo y se cambió; sintió la tela rasgada contra su piel. Su nuevo vestido era un desastre: el tajo iba desde la cadera hasta el muslo, exponiendo una larga franja de piel. El sabotaje estaba diseñado para ser vulgar, humillante.

Por su parte, Kenzie, ahora radiante con el vestido perfectamente entallado de su enemiga, se pavoneaba frente al espejo.

"Dawson, ¿quién se ve mejor?", preguntó, con un brillo triunfal y malicioso en los ojos.

"Tú, por supuesto", respondió él, mirándola fijamente, completamente ajeno al estado del atuendo de su asistente. "Te ves hermosa".

"Apúrate, Ellery. Vamos a llegar tarde", soltó Kenzie, mirando a su rival con suficiente.

La aludida se miró al espejo y contempló el vestido, rasgado y revelador, que la habían obligado a usar. Una ira lenta y fría comenzó a crecer dentro de ella.

'Bien, ¿quieres que luzca como un desastre? Seré el desastre más deslumbrante que hayas visto jamás', pensó.

Después, con la precisión de un cirujano, agarró el borde rasgado de la tela y con un solo movimiento decisivo, la rompió aún más, transformando el vulgar tajo en una atrevida y deliberada abertura hasta el muslo. Usó un pasador de su cabello para asegurar la prenda en su cadera, creando una silueta completamente nueva y audaz. Si iba a ser humillada, lo haría en sus propios términos.

            
            

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