Dawson, que había estado riéndose con un socio comercial, se giró para ver qué había capturado la atención de todos. Su sonrisa se congeló al ver a su secretaria y su expresión se tornó sombría. Una tormenta de ira y algo más, parecido alarmantemente al deseo, se gestaba en las profundidades de su ser.
Por su parte, Kenzie, quien había mostrado una expresión triunfal, contrajo el rostro en una expresión de furia.
"¿Qué le hiciste a mi vestido?", le preguntó a su enemiga, en un susurro cargado de furia.
"Estaba roto", respondió la otra con calma, y su voz resonó en el repentino silencio. "Así que simplemente lo estaba haciendo presentable para no avergonzar al señor Parks".
Kenzie se sonrojó, pues estaba atrapada. No podía admitir que había roto el vestido ella misma, y la lógica de Ellery era irrefutable. Estaba acorralada, y lo odiaba.
Sin embargo, se recuperó rápidamente, puso su mejor y dulce sonrisa en el rostro y se aferró al brazo de su novio, al que le dijo: "Cariño, deberíamos ir a saludar a los miembros de la junta directiva".
"Kenzie, sabes que no debes beber con tu medicación", contestó el hombre, con los ojos fijos todavía en Ellery, y el ceño fruncido.
"Oh, no lo haré", contestó ella, con una sonrisa depredadora, mientras clavaba su mirada en su enemiga. "Para eso tenemos a Ellery, ¿no? Ella puede beber por mí".
Ese era un desafío directo, una afirmación pública de su dominio.
Dawson dudó solo un segundo. Esa noche era importante así que tenía que causar una buena impresión. Con voz tensa, indicó: "Ellery, ya la escuchaste. Quédate con nosotros".
Esa era una orden.
Durante la siguiente hora, Kenzie llevó deliberadamente a Dawson de mesa en mesa, como una reina encantadora mostrando su premio. En cada parada, levantaba su copa con una sonrisa deslumbrante.
"¡Por el Grupo Parks!", brindaba. Luego, se volvía a Ellery, a quien le decía: ¿No harías los honores por mí?".
La secretaria bebió una copa de champaña, luego otra. A eso siguió una copa de vino tinto. Después, un trago de whisky con un bullicioso magnate del petróleo. Mientras lo hacía, mantuvo una expresión de compostura profesional. El alcohol le quemaba la garganta, y su estómago, vacío y que padecía una alergia severa al alcohol, comenzó a revolverse violentamente.
Pronto, Ellery sintió que la habitación comenzaba a girar. Se excusó y, con pasos inseguros, corrió al baño. Apenas llegó a un cubículo antes de vomitar violentamente, con el cuerpo sacudido por violentas arcadas. Tosió, y un chorro de sangre y bilis salpicó la porcelana blanca. Tras eso, se aferró a los costados del inodoro, con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos. Se miró en la pared de mármol pulido y vio que su rostro tenía un tono blanco espantoso y ceroso, además de que sus labios estaban ligeramente azules.
Instantes después, recibió un mensaje de Kenzie, que decía: "¿Dónde estás? Vuelve aquí, que la gente está esperando".
Ellery buscó en su bolso, con las manos temblorosas, las pastillas para la alergia que siempre llevaba. Se tragó dos en seco, y sintió como el sabor amargo se expandía por su lengua. Tras eso, inhaló profundamente, se echó agua fría en la cara y se obligó a volver al brillante salón de baile.
Al final de la noche, apenas podía mantenerse en pie. Percibía al mundo como un desastre nauseabundo y borroso. A través de la neblina mental vio a Kenzie apoyada en Dawson, con una expresión afectada y engreída.
Él le acariciaba la cabeza y le dijo algo que la hizo reír. Cuando levantó la vista y vio a Ellery, un destello de preocupación cruzó momentáneamente por su rostro.
"Kenzie, ¿por qué no vas a esperar en el auto? En un segundo te alcanzo", propuso el hombre.
Mientras la otra mujer se iba, Ellery se apoyó en una columna para no perder el equilibrio; su estómago se revolvía con una nueva ola de agonía. Y, para empeorar su situación, le pareció que el vestíbulo del hotel se inclinaba violentamente.
Kenzie, sin embargo, no fue al auto. Volvió y agarró, con una fuerza sorprendente, a su enemiga del brazo, a la que le dijo, con una voz cargada de falsa dulzura: "Vámonos juntas".
Cuando las puertas del elevador se cerraron, dejándolas solas, la transformación fue instantánea. La farsante perdió su dulce sonrisa, que reemplazó por una mirada de odio puro e inalterado.
¡Zas! El sonido de la cachetada que le metió a Ellery resonó en el pequeño espacio.
"Perra", escupió Kenzie, en un tono cargado de veneno. "¿Crees que eres muy lista al usar mi plan en mi contra? Tenías que robarte el protagonismo, ¿verdad?".
La otra estaba demasiado débil, mareada y aturdida para reaccionar a tiempo. Sin embargo, una vida de ira reprimida, alimentada por el alcohol y la humillación, le dio una repentina descarga de adrenalina. Sin dudarlo, levantó la mano y le metió una fuerte cachetada a su agresora.
"Tú fuiste la que quiso cambiar de vestidos", soltó Ellery, con la voz temblorosa, pero fría.
Kenzie se le quedó viendo, con los ojos abiertos por la incredulidad, mientras se llevaba la mano a la mejilla afectada. Luego escupió: "¿Me pegaste? ¡No eres más que una perra que él mantiene amarrada con una correa!
"Son más de las 5 de la tarde", contestó la otra, en un tono peligrosamente tranquilo. "Ya no estoy en mi horario laboral, y tú no tienes derecho de hablarme de esa manera".
La instigadora contrajo el rostro por la rabia. Abrió la boca para gritar, pero en ese preciso momento, el elevador se sacudió violentamente. Las luces parpadearon y se apagaron, sumergiéndolas en una oscuridad absoluta y aterradora. El ascensor se estremeció, antes de detenerse.
Kenzie soltó un chillido agudo y le clavó sus uñas a Ellery en la oscuridad.
"¡¿Qué está pasando?!", exclamó Ellery, sintiendo que el corazón le latía con fuerza. Tenía un caso paralizante de claustrofobia, un secreto que nadie, ni siquiera Dawson, conocía. En ese momento sintió que las paredes se cerraban sobre ella y que el aire se volvía espeso y pesado. Luchó contra el pánico creciente y buscó a tientas el botón de emergencia, guiándose por lo que había aprendido en su entrenamiento. Sin embargo, solo la estática crepitó del otro lado.
Kenzie ya estaba en su celular, hablando histérica entre sollozos. "¡Dawson! ¡El elevador está atascado! ¡Tengo miedo! ¡Ayúdame!", chilló.
Ellery se apoyó contra la fría pared de metal, respirando rápida y entrecortadamente. Le parecía que puntos negros bailaban en su visión. La falta de aire, la claustrofobia, el alcohol... todo se le vino encima de golpe. Luego, oyó gritos desde afuera.
"¡Kenzie! ¿Estás bien?", preguntó Dawson, con la voz aguda por el pánico.
"¡Sácame de aquí!", chilló la aludida. "Señor, el cable principal está deshilachado. El freno de emergencia está aguantando, pero no es estable. Solo podemos sacar a una de las mujeres, sin correr el riesgo de que el cable se rompa", informó una nueva voz, que pertenecía a un trabajador de mantenimiento.
Hubo un instante de silencio, antes de que el empleado preguntara: "Señor Parks, ¿a quién quiere que saquemos primero?".