El resto de la semana transcurrió en una quietud tensa. El estudio se convirtió en su refugio y su campo de batalla. Valeria se sumergió en los balances de ingresos y los informes de riesgos, sintiendo cómo su mente se agudizaba con cada transacción. En los números, encontraba el orden que faltaba en su vida.
Lucio, por su parte, se movía por la mansión como un fantasma cansado. Tras la Luna Llena, la transformación lo había agotado. Estaba más taciturno de lo habitual, sus ojos dorados más apagados, y pasaba largas horas en su estudio o en el ala de negocios, inmerso en llamadas y reuniones. Nunca mencionó el eslabón roto de la cadena, ni las marcas de dientes en el hormigón. Simplemente asumió que su silencio era suficiente.
Pero Valeria no era estúpida. Sabía que su marido estaba monitoreando cada uno de sus movimientos, esperando la menor señal de pánico, de huida o de traición.
Una tarde, mientras la mansión se sumía en el silencio espectral que precedía a la noche, Valeria salió a caminar. No era un paseo de ocio; era una misión de reconocimiento. Su mente estaba fija en el Ala Oeste.
Evitó los pasillos principales y se dirigió a las galerías de arte secundarias que bordeaban el lado de la mansión contiguo al ala prohibida. El ambiente era sofocante, con gruesas cortinas de terciopelo que bloqueaban la luz del atardecer.
Al doblar una esquina, encontró lo que buscaba: una puerta de servicio anodina, pintada para confundirse con el panel de madera. Esta puerta, a diferencia de la principal, parecía conducir a las entrañas del Ala Oeste, probablemente a los sistemas de ventilación o a los cuartos de servicio.
La puerta estaba cerrada con llave, pero no blindada. Valeria se acercó, su corazón latiéndole fuerte. El olor en esa zona era diferente: una mezcla de polvo, lejía industrial (prueba de que alguien había limpiado recientemente) y ese persistente toque ferroso, casi a ozono.
Mientras examinaba la cerradura, miró hacia el suelo. Y allí, a la luz débil, descubrió una nueva evidencia. Era una huella.
No era una huella normal. No era humana. Era la marca de un pie enorme, sin zapatos, con dedos increíblemente largos y gruesos, grabado en la fina capa de polvo que cubría el suelo de madera antigua. La forma no era completamente de lobo ni completamente humana, sino algo intermedio, pesado y poderoso. La marca se dirigía desde la puerta de servicio hacia el pasillo principal.
Valeria sintió un escalofrío. El rastro de garras en el mármol que vio en el vestíbulo y esta huella confirmaban que, durante su confinamiento en el Ala Oeste, Lucio no había permanecido quieto. Había salido, aunque fuera por unos segundos, antes de que el custos lo hubiera encadenado de nuevo.
Tomó su teléfono y, con manos temblorosas, fotografió la huella. No para incriminarlo, sino para su propia protección. Cada prueba era una cuerda en su mano.
Más tarde, en el estudio, Valeria tomó asiento frente a Lucio. La atmósfera entre ellos era un campo de minas. Había pasado las últimas horas desentrañando una transferencia turbia de fondos de una cuenta en Zúrich que tenía todos los sellos de un soborno.
Lucio estaba inmerso en una videollamada silenciosa con un hombre que parecía estar en las cubierta de un yate, su rostro duro e impacible. Valeria esperó.
Cuando terminó, Lucio colgó y se dedicó a mirarla. Sus ojos, dorados y penetrantes, la evaluaban.
-Pareces preocupada, Valeria -comentó con su voz grave-. ¿Es el contrato del puerto de Gante? Es un nudo logístico complejo.
-No es Gante. Es Zúrich -dije, deslizando un informe impreso hacia él-. La transferencia de cinco millones a la cuenta de la familia Genovese.
Lucio ni siquiera miró el papel. -Es una compensación por el uso de sus rutas. Un gasto operativo esperado.
-No es un gasto, Lucio. Es un soborno. Y un soborno mal ejecutado -insistí, apoyándome en mi entrenamiento-. La transferencia se etiquetó como 'Servicios de Consultoría', pero se hizo a una cuenta personal. Si la DEA o cualquier agencia de inteligencia financiera la rastrea, no solo perdemos los cinco millones, sino que el rastro nos lleva a una de las cuentas clave del Consigliere Pietro. Y eso te debilita frente al Consejo.
Lucio se quedó inmóvil. Su postura se hizo más tensa. Él había estado demasiado concentrado en la amenaza física y la bestia para prestar atención a las minucias de la contabilidad.
-¿Tu sugerencia? -preguntó, con un tono que mezclaba desafío y una renuencia forzada a admitir que yo tenía razón.
-Tres pasos. Uno: Mover los fondos inmediatamente a la cuenta de la Fundación para la Preservación del Patrimonio. Dos: Crear una cuenta fantasma en Belice bajo un nombre falso (una corporación de papel) y enviarla desde allí. Tres: Lo más importante, la documentación. No podemos usar 'consultoría'. Necesitas una razón creíble que no implique efectivo.
Valeria se inclinó, usando el único lenguaje que él respetaba: el pragmatismo y el poder.
-Lucio, la familia Genovese tiene un problema con un envío de arte robado. La coartada de la transferencia es la compra de información confidencial para recuperar esas piezas. Es una transacción ética. Nos da la fachada de proteger el arte europeo, ganamos simpatía con la Interpol y movemos el dinero sin que parezca un soborno.
El silencio fue absoluto. Lucio tomó el informe, lo dobló y, por primera vez, me dedicó una mirada intensa que no era de amenaza, sino de un profundo y turbador reconocimiento.
-Inteligente -dijo lentamente-. Tan fría y calculadora como una serpiente. Exactamente lo que mi padre necesitaba y lo que yo nunca quise.
-Tuviste lo que necesitabas, Lucio -repliqué, sintiendo que mi pulso se aceleraba por el riesgo-. Y ahora, lo que necesitas es un ancla que no se rompa con la primera ola. Y yo no me romperé.
Él se puso de pie, su altura dominándome. Caminó alrededor del escritorio, deteniéndose justo detrás de mi silla. El calor de su cuerpo era palpable, y el olor a almizcle regresó.
-Has salvado cinco millones y mi Consigliere de una acusación federal, Valeria -susurró en mi oído-. Has demostrado tu valor.
Luego, su mano se posó en mi hombro, pesada, posesiva. El contacto era eléctrico y perturbador.
-Pero no creas que la utilidad te da derecho a vagar por mi casa. Yo sé que has estado en el Ala Oeste. Sé que has estado mirando. Sé que has estado husmeando como un perro en el territorio equivocado.
Me encogí ligeramente, la adrenalina regresando con fuerza. ¿Cómo lo sabía? La huella estaba en un pasillo secundario.
Lucio apretó mi hombro, sin causar dolor, sino para forzar la inmovilidad.
-No tienes la fuerza para abrir esa puerta, Valeria. Y no tienes la mentalidad para soportar lo que te espera si la abres. Me has anclado una vez. Pero si me obligas a encadenarme de nuevo, te prometo que usaré la fuerza que tuve que usar para encadenarme a mí mismo.
Me soltó y regresó a su escritorio, su expresión de nuevo controlada.
-Llama a Valentina. Necesito que se encargue de la coartada del arte. Y no vuelvas a pisar ese pasillo, o mi ancla se convertirá en mi jaula.
Valeria se levantó. Había ganado el asalto financiero, pero perdido el asalto territorial. Sin embargo, había logrado su objetivo: Lucio Vane dependía de ella no solo para el sexo, sino para sobrevivir. Y si él dependía de ella, ella no podía morir.
Al salir del estudio, mis ojos se dirigieron instintivamente hacia el Ala Oeste. Él podía amenazarla con la bestia, pero ella ahora tenía una prueba fotográfica de la huella en su teléfono y la certeza de que el lobo dormía en su cama. El juego apenas había comenzado, y la Luna Llena era solo el preludio de su matrimonio.