¿Alguna vez te enojaste con todas tus fuerzas con mamá?
No lo sé, quisiera saberlo. Respondiendo a mi propia pregunta: Sí, y ocurrió aquella noche en la que caí en los brazos del chico. Había llegado más o menos a las ocho de la noche a casa, y por supuesto, no era tarde. Al menos para mí, que solía llegar algo más entrada la noche. Ni siquiera puedo decir que ''llegaba'', a veces solo permanecía sentada frente al umbral de mi pequeño hogar, sin atreverme a entrar.
Cuando crucé la puerta y me adentré a mi morada me encontré con los fríos ojos de mi madre, me fulminaban como nunca o mejor, como siempre. Y sí, vi en el destello de sus ojos que no estaba del todo cuerda, tal vez llevaba algo más de tres cervezas. Y agregando a la lista: apestaba a cigarrillo.
Odio el olor del cigarrillo ¿por qué tenía que aguantarlo en mi propia casa?
Se tambaleó hacia mí procurando no caerse, ya era experta en el tema del modelaje beodo.
-¿Por qué llegaste tarde? -preguntó intentado esconder sus hipidos-. ¿Acaso no conoces las jodidas reglas de mi casa?
Su voz se tambaleaba tanto como su cuerpo, su cabello era un nido del que cualquier pájaro se sentiría orgulloso y su maquillaje regado por sus mejillas la hacía parecer salida de una película de terror asiática.
Esta no era la primera vez que ocurría y sin embargo, seguía enojándome con la misma fuerza.
-¿Desde cuándo están tus jodidas reglas? -pregunté furiosa tan pronto cerré la puerta-. ¿Desde cuándo ese estado de mamá protectora?
-Lo siento. -Se acercó a mí y posó una mano en mi cabello de manera maternal-. Te amo y lo sabes. Me preocupaba por ti.
Tal vez una de las cosas que odiaba más que intentara ser lo que nunca fue, eran sus cambios de humor cuando estaba borracha. Aquellos que no me daban a entender con quién estaba hablando, si con mi mamá, o con una completa extraña.
Era una persona diferente cuando bebía y yo había aprendido a detestar también a la persona que era cuando no lo hacía. Ese aire melancólico y perdido en otra época.
-Apestas -dije retirando su agarre de mi cabello. Me encaminé a la cocina sintiendo sus pasos detrás.
-Espera -sentí su voz entrecortada-, no tienes que ser tan grosera, Mía.
-Discúlpame. -resoplé rodando los ojos-. Con tan buena educación que tuve por supuesto debo ser una dama ¿Cierto? -Tomé alguna cosa comestible de la cocina y seguí sin darle la mirada.
-Siempre te di lo que necesitabas -dijo dudosa, sabía que eso me enojaría más. Me giré hacia los ojos rojizos y cristalizados de mi madre.
-Darme lo que necesitaba no significaba tirarme la comida quemada y esperar que yo la repitiera -respondí fulminándola-; no significaba ignorarme cuando te necesitaba o dejarme a un lado por una botella, ¡No significa ni significará nada de eso, mamá! -exclamé exasperada.
Ella dio un hipido antes de objetar.
-Princesa...-Veía arrepentimiento en sus ojos pero era un arrepentimiento efímero como siempre, tan efímero como sus palabras-. Perdóname, es solo que...
-El alcohol y la nicotina son más importantes que yo -terminé por ella-, entiendo perfectamente pero ¿Sabes? Si en realidad me quisieras, si en realidad me amaras, podrías dejar eso que tienes allá atrás. -Señalé las botellas transparentes en el comedor-. Mientras tanto, ahórrate tus cariños ¿Puedes?
Ella me observó confundida, no estaba cuerda, no me entendía. Era como hablarle a la pared y esperar respuestas coherentes.
O respuestas, claro.
Su expresión hizo que quisiera volver a la calle, tal vez intentar hablar con el chico de la mirada de desdén o sentarme frente a las escaleras del umbral. Pero permanecí dentro porque tenía tareas y deberes por hacer, no podía abandonar mi casa siempre que mamá se portara como una niña malcriada.
Solo me dispuse a caminar a mi habitación para echarme en mi cama y olvidarlo todo.
-Te amo -dijo ella en un susurro. Yo resoplé y cerré la puerta aún con la comida fría en mis manos.
«También te amo›› pensé reposando mi cabeza sobre la puerta.
Tener una mamá así; al menos es mejor que no tener ninguna, aún cuando solo diga ''te amo'' cuando esté tan alcoholizada como para recordarlo al día siguiente.
Ser dura con mamá era algo que se me complicaba cada vez menos, y eso empezaba a asustarme.