¿Alguna vez te has sentido como un completo 0,0?
No, como un -0000,00000.
Ya, eso no existe.
¿Que si te restan en una ecuación no alteras en lo más mínimo el resultado?
¿Te has despertado con ganas de seguir durmiendo porque sabes que lo que te espera no es más que lo mismo de todos los días?
Demasiadas preguntas, pero es que aquel día me había despertado con cientos más y se habían acumulado el doble mientras me duchaba, porque no sé qué tiene la ducha que hace que quieras filosofar.
Y cantar.
Me había levantado a rastras hacia el baño; deseaba tomarme todo el día o tal vez todos los días y dormir, olvidar la vida real y adentrarme en los sueños donde yo era algo más de lo que era en la vida real. Donde era importante, donde yo era la heroína.
¿Y todos quieren a la heroína verdad?
Había salido por la puerta de casa sin desayunar, me había vestido con lo primero que encontré porque no quería despertar a mi madre y verla otra vez quejándose de su resaca, era lo peor. Ya había llorado mucho por verla así antes; no esperaba hacerlo ahora cuando se suponía que era tan mayor como para reprimir mis emociones.
Porque eso es lo que hacen los mayores ¿no?
No es que no desayunara todos los días; si lo hacía, pero no en mi casa. Incluso le llevaba café a mi mamá después de ir por él a la cafetería; pero no era capaz de llevárselo a su habitación en ese estado... demasiados malos recuerdos, diría yo.
A lo que iba, me tomaba diez minutos para mí sola sentada en un banco de la calle.
Silencio.
Me sentía completa en aquellos minutos, el sol brillaba y podía ver a los niños desplazarse con una sonrisa completa a sus colegios, transmitiéndome la energía que me faltaba diariamente, más energizante que diez cucharadas de cafeína en polvo. y por supuesto, más saludable.
Pero algo ocurría hoy, la tonalidad gris de las nubes y las pequeñas gotas que caían sobre mi capucha me recordaban cómo me sentía. Veía a los niños cubrirse en sus enormes sombrillas intentando resguardarse de la llovizna.
Cuando no me sentía como hoy, me gustaba compararlos con aquella niñera que se iba volando en su sombrilla, porque el viento arrastraba a los niños de una manera graciosísima.
Lastimosamente hoy no tenía las mínimas ganas de sonreír.
Hoy el día no valía nada, solo era otro día, un +1 en un infinito.
Decidí ir por el viejo camino largo y no desayunar. Di un estornudo, sintiendo que los pulmones se me iban a salir por la nariz.
«Genial -pensé mientras buscaba papel en mis bolsillos-. Lo que me faltaba››
Si te dijera que la escuela me animó más, sería una completa mentira. Reprobé un examen para el que había estudiado anoche... ahora sentía que el esfuerzo que tomaba en estudiar tampoco valía. Anotaré otra pregunta a la lista, tal vez debería hacer encuestas profesionalmente.
¿Alguna vez has sentido que tu esfuerzo no da el resultado que esperas, ni de cerca?
Salí arrastrando mi mochila y mirando el suelo aburrida, por una parte porque los mocos se regaban por mi nariz e intentaba disimularlo; y por otra, porque no quería mirar a nadie a los ojos. Siempre he creído que los ojos pueden delatar todo lo que una persona siente, y yo me sentía simplemente fatal.
Y no, no era la típica chica con una infancia dura y la depresión carcomiéndola, solo era una chica normal, estoy segura de que te ha pasado. Hasta la chica o el chico más risueño y feliz ha tenido esta clase anormal de días. Aquellos en los que crees que se sentiría mejor estar soñando en tu cama todo el día, o cerrar los ojos y escuchar música mientras finges que el mundo real no existe.
Supongo que todos ven la vida y los problemas de maneras distintas. Mi manera de desahogarme era la música. Cualquier tipo de música.
Arrastrando mi mochila decidí sentarme en el banco a esperar a mi chico, aquel llegaba siempre arrastrando su mochila y se sentaba en frente, al otro lado de la calle. La rutina de todos los días. Incluso no sabía si tenía ganas de hacer eso también. Después de todo nada iba a cambiar, y el día anterior me había encontrado en su jardín.
Pero la noche era oscura y todos los gatos eran pardos en ella.
Me compre un chocolate caliente -que mucha falta me hacía- y me senté de nuevo en el banco. El chico no estaba ahí. La única compañía que tenía era el agua cayendo en mis mejillas, surcándolas y terminando su recorrido en mi barbilla. Y no, no estaba llorando, era lluvia mezclada con mocos porque no había cargado con el suficiente papel.
Me fijé en el suelo y lo observé un largo rato, detallando cómo las gotas caían en él y cómo cada gota se unía con la otra creando una enorme familia. Tal vez si dejaba que mis mocos cayeran se unirían y serían los primos lejanos. Pero por supuesto no haría un experimento tan incómodo en la calle. Tomé el poco papel que me quedaba y me soné ruidosamente.
Sentí un extraño calor en mi espalda, aprecié una tela abrazando mi cuello e irónicamente protegiéndome del agua que ya me tenía empapada. Posé una mano en aquella tela suave y sentí un aroma agradable.
Levanté mi vista y vi aquel chico por el que me sentaba a diario, aquel que no me importaba esperar. Lo cubría una sombrilla e iba vestido de azul, sus ojos me recordaron el cielo cubierto detrás de todas las nubes, su cuello desnudo me dio el indicio de que él era el dueño de la bufanda.
Mentiría si te escribiera que me dedicó una sonrisa, tal vez un leve asentimiento. Siguió su camino y me dejó sentada, mojándome y con una bufanda empezando a encogerse por el agua.
Aquel chico no era muy inteligente, lo acepto. De nada me servía una bufanda ante la fría lluvia. Pero después de todo, había pensado en mí, no era un -0,0. Me atrevería a decir que era un -0,90. Bueno, eso es poco, viniendo de él un -1.
Ya sé que son estúpidas mis matemáticas para dar a entender lo que sentía pero para resumir, había modificado la ecuación de mi día.
Los días seguirán pasando, habrán días buenos y días malos, en algunos casos más malos que buenos, pero los buenos hacen que valga la pena sobrevivir a los malos, hoy te conté el pequeño detalle que hizo de mi día deprimente algo más tolerable. De seguro tú también puedes encontrar uno.