Sigo viendo hacia arriba, directo a los ojos de Ian. Estos también me miran a mí. No entiendo qué es lo que expresan. Dejo pasar apenas segundos antes de levantarme de forma brusca, secándome a manotazos mi cara húmeda. El ambiente está tenso.
-¿Qué...? -es lo que sale de su boca.
Parece asombrado. Acaba de escuchar como hablé con mi hermano, cómo dije que mis padres están de hecho vivos, y que todo lo que mi abuelo y yo contamos sobre mi vida es mentira. Es en parte mi culpa, pues no recordé que la otra entrada a la terraza es por medio del cuarto que, seguramente, Ian ocupa desde que se mudó. Veo dicho cuarto detrás del chico, a lo lejos.
Soy una idiota.
-Eh... Yo... -balbuceo, no tengo una excusa, nada que pueda hacer que Ian no crea lo que oyó-. ¿Qué tanto escuchaste?
Es lo único que se me ocurre decir.
-Lo suficiente -se mete las manos en los bolsillos-. Y no sé cómo esperabas que no escuchara si estabas frente a mi habitación gritando.
Meto las manos en los bolsillos de mi pantalón y me balanceo de lado a lado, inquieta.
-Ian, por favor olvida que esto pasó, ¿de acuerdo? -mi voz apenas se oye.
-¿Estás loca? Podría ignorar una ridícula pelea con tu mejor amiga, pero no algo como esto. No soy un monstruo -frunce el ceño.
-Oh, ahora no lo eres -digo, con cierta ironía. Tengo sentimientos tan dispersos que ahora pago mi frustración con él-. Tu solo has lo que siempre: no hablar y ser indiferente. Justo ahora servirá de algo.
Con una expresión tensa, paso de Ian para dirigirme a la puertecilla que me devolverá al piso de abajo, pero la mano del chico se aferra a mi brazo. Vuelvo a verlo para encontrarme con el mismo rostro: no hay preocupación, ni emoción, solo un ceño medio fruncido y unos labios apretados. ¿Por qué ahora es así conmigo? De la nada se comporta totalmente distinto, ¿desde cuándo le importa cómo me siento? ¿Desde cuándo no ignora todo lo que hago o digo?
-Estoy tratando de no ser la porquería de persona que soy todo el tiempo por una vez, ¿y decides actuar así? ¿es tu venganza o qué? -se queja algo molesto.
-Tómalo como las consecuencias de tu actitud -forcejeo para que suelte mi brazo, pero es más fuerte que yo-. ¡Deja que me vaya!
-Por Dios, ¿entiendes lo que pasa aquí? -gruñe con fastidio.
-Lo único que entiendo es que quiero irme -insisto. Es inútil, no me suelta.
Ian, en un movimiento rápido y algo forzado, me levanta y acomoda sobre sí de forma que mi abdomen cae en su hombro derecho.
-¡Suéltame! -pataleo en el aire-. ¡Ian!
Comienza a avanzar hacia... ¿Hacia dónde? Supongo que su habitación, porque vamos al lado contrario del que estábamos. Acierto, entre mis quejidos y su silencio escucho como mueve la perilla y abre la puerta. Entra conmigo encima, cierra la puerta y me tira en su cama sin ningún cuidado, como a un saco de papas.
-¿Qué te pasa? -me defiendo con cierta rabia-. ¿Por qué haces esto?
-¿No notas el estúpido esfuerzo que hago? Me conoces hace semanas y sabes que no soy agradable, y que muy poco me importa lo que me rodea -alza la voz, parado frente a mí-. Ni siquiera sé por qué rayos lo intento, solo sé que no está valiendo mucho la pena.
Estoy a punto de responderle algo de forma brusca de nuevo, pero por fin capto lo que sucede, y me deja pensando por unos segundos.
Ian, el amargado y gris Ian, no quiere dejar pasar lo que escuchó. Oír a una chica gritarle a su hermano que creías inexistente sobre sus padres que se suponía estaban muertos no es algo que se tome a la ligera. Tal vez yo me equivoqué y la relación que tengo con el chico sí que ha avanzado bastante. Hace ver su preocupación de una forma peculiar, pero lo hace y eso es mucho viniendo de él.
De un segundo a otro paso de la rabia a la conmoción. Me siento en el borde de la cama y observo al chico, todavía de pie a un metro de mí, con los brazos cruzados.
-¿Estás preocupado por mí? -le pregunto, porque no puedo creérmelo todavía.
-No lo sé. Supongo, no lo sé -aunque omite el admitirlo, creo que su respuesta es un sí.
Entre todo el alboroto, no miré su cuarto. Ahora que el ambiente está más calmado puedo hacerlo. Primero que nada, se me hace curioso que haya elegido esta parte de su apartamento, dado que hay una habitación que podía usar en el primer piso. Tal vez sea solo parte de su afán por alejarse de la gente como pueda, o el privilegio de gozar de una terraza casi para él solo. El cuarto es del mismo tamaño que el mío, aunque luce mil veces más pequeño por el gran desorden que hay: ropa tirada en el suelo, instrumentos -muchos instrumentos- acaparando la gran parte del espacio, estantes llenos de cosa sin ningún orden especifico... Hasta la iluminación es hostigaste. En cuanto a la estructura, es como un cuarto cualquiera, aunque el lado que da hacia la carretera es más ventana que pared. No se abre ninguna, pero da una vista hermosa y con el cómodo sillón que incluye debe ser un lugar perfecto para Ian.
A mi lado, en la cama, tengo cuadernos, lápices y, medio tapado por una chaqueta, el gato que le regalé a Ian.
-Está bien decir lo que sientes, ¿sabes? Si estás preocupado por mí puedes decirlo -le aseguro.
Tengo los ojos hinchados, aunque secos al fin. No sé bien cuánto duren así.
-El concepto de "preocupación" no es algo a lo que esté acostumbrado, es raro -bufa. Sigue serio, aunque me parece adorable justo ahora.
-Eres un caso muy curioso, Ian Lukasiac -medio sonrío.
-Y que lo digas.
El chico menea un poco la cabeza y avanza hacia la cama, sentándose a mi lado. Luce muy tenso, incomodo. Se nota que no está nada habituado a estas cosas.
-Sí, me preocupa -masculla-. Uhg, odio esto -se queja.
Antes pensaba que Ian era simplemente un amargado que odiaba todo y a todos, que no deseaba interactuar con la gente, que prefería estar solo siempre -bueno, esto último puede que sí sea cierto-; sin embargo, lo estoy descifrando de forma distinta. Nunca ha sido bueno para socializar, eso supongo. Teniendo en cuenta lo que dijo su madre, desde niño es así de cerrado y serio. Si no ha tenido amigos aparte de ese tal Sammy, entonces yo debo ser otra de las cosas nuevas en su vida.
Poniéndome en su lugar, ¿cómo me pondría si un chico fuera tan insistente como yo lo he sido hacia él? Si yo fuera así de solitaria y poco sociable, no dudaría en actuar casi de la misma manera que Ian. Así como él, acabaría aceptando su compañía y, de un momento al otro, me tocaría no ser indiferente ni ignorar las cosas que pasan, sería mi turno de decir algo.
-La verdad no sé si tengo ganas de hablar -niego con la cabeza-. No aquí, no ahora... Qué desastre -me tapo la cara con las manos, apoyando los codos en mis muslos.
-¿Quieres ir al bosque? -pregunta, de una forma casual, algo muy por fuera del tema actual. Me sorprende porque de todas las cosas que podría decir, nunca esperé que me invitara al bosque... o a ningún lugar.
-¿A esta hora? Casi son las nueve de la noche, y allí no hay luz.
-He ido mucho más tarde, con una linterna -se encoje de hombros.
¿Alguien podría explicarme qué demonios hace Ian yendo a altas horas de la noche al bosque? ¡Solo y con una linterna! Esto es de no creérselo.
-Si Jake me mira yendo contigo, seguro no vuelve a hablarme -suspiro, pensando en que todavía no arreglo las cosas con él.
-¿Y? ¿Es tu novio o algo? -no hay una pizca de resentimiento o celos, nada que me deje indagar en si a Ian le afecta mi cercanía con mi mejor amigo. Nada-. Sea lo que sea, no se tendría que molestar por lo que hagas, no es tu dueño, a todas estas.
-No es mi novio -aclaro, antes que nada.
Lo que dice es cierto. Aunque Jake no es el tipo de amigo celoso, verme con Ian le ha sorprendido y enojado. De por sí, el rubio tiene una muy mala impresión del chico con el que justo ahora estoy pensando irme a un paseo nocturno.
-No capto la razón por la que quieras ir -digo-. Mucho menos entiendo por qué conmigo.
-Piensas que eres la única que pasa malos ratos, ¿eh? -se echa de espaldas a la cama-. Es un buen lugar donde despejar la mente y olvidarte de... lo malo, lo que te estresa o duele -sus ojos se pierden en el techo.
Su último comentario me hace pensar que ir al bosque a despejar la mente es más algo que él necesita. ¿Por qué? Ni idea, no sé qué pueda afectar a Ian hasta ese punto.
-Si vamos, primero quiero cambiarme de ropa -pido.
-Vete como estás, da lo mismo.
-Dios... -suspiro-. Nos vemos en diez minutos en el establo de los caballos, tú busca lo que sea que quieras llevar -me levanto de la cama-. Preferiblemente cosas con las que puedas iniciar una fogata.
Dicho eso, salgo a la terraza para devolverme a mi habitación.
Tanto mi suéter como mi pantalón -ambos de pijama- son esponjosos y calentitos, así que por el frío no me preocupo demasiado, solo llevo una chaqueta extra. Meto en mi mochila una manta rosa, bocadillos, mis llaves y mi teléfono. Todo esto sin que mi abuelo, quien está dormido, lo note. Mientras salgo del apartamento, hago lo posible por no producir ruido alguno.
Dada la hora, no hay prácticamente nadie en el primer piso de la residencia. Escucho voces en el comedor, mas la puerta está cerrada así que no me ven pasar. De resto, la sala principal está vacía. Abro y cierro la puerta con sumo cuidado, quedando al aire libre.
La iluminación afuera es bastante buena en los alrededores de la residencia, y el establo tiene un bombillo propio que suele estar apagado, porque ni los caballos están allí a esas horas. A estos los dejamos libres para que correteen cuando anochece. Son mansos y los tenemos desde que son potrillos. Llevo muchos días sin salir a pasear en alguno, cosa que me gustaría retomar. Me los llevaría al bosque, pero dudo que a Ian le agrade la idea.
Luego de que camino un poco más allá de la piscina, la oscuridad se adueña de mi campo de visión poco a poco. Ya frente a la puerta del establo, enciendo el bombillo que alumbra lo necesario y espero a que el chico venga.
Paso unos cuatro minutos sola, aspirando el olor a establo que me dice que mañana sería un buen día para limpiarlo. Durante ese tiempo pienso en lo loco que es irme al bosque con Ian, pero fue su idea, y tal vez su amabilidad no dure demasiado. Él mismo lo dijo, no está acostumbrado a estas cosas. Las cosquillas que tengo en el estómago gracias al chico se unen a la larga lista de sentimientos que he experimentado la ultima hora, ninguno conectado con el otro.
Noto que la figura de Ian se acerca y le falta muy poco para llegar a donde yo estoy, así que salgo del establo y apago la luz. Cuando ya está frente a mí veo que tiene una linterna en la mano. Me hace recordar los numerosos juegos de terror donde el protagonista va justo con una de esas al bosque.
-Vamos -anuncia. Asiento y nos encaminamos juntos a la cerca que separa la residencia del bosque.
Ian tiene una chaqueta puesta y una mochila más grande que la mía; además, y de esto apenas me acabo de percatar, trae su guitarra en la mano izquierda. Me pregunto cuál guitarra será, pues vi al menos tres en su habitación colgadas en la pared. También vi un teclado, un violín y algo que parecía un bajo, o una guitarra eléctrica, yo qué sé, no conozco muchos instrumentos.
-¿Tocas todos esos instrumentos? -pregunto mientras nos adentramos en el bosque. Supongo que es una pregunta tonta, dudo que los tenga de adorno.
-Toco más -contesta-. Algunos los guardé en la otra habitación.
-Solo te he escuchado tocar la guitarra.
-No es muy fácil llevarse una batería al bosque -comenta sarcástico.
-¿Y cómo los aprendiste?
-Clases, videos, de forma autónoma, es lo único que me gusta de verdad -llevar una conversación con él me gusta, aunque no sé cuánto dure siendo tan bueno conmigo.
Al llegar a un punto donde no nos llega nada de luz de la residencia, Ian enciende la linterna y todo se vuelve más tenebroso. El bosque, para mí, es hermoso, mas a esta hora tengo ganas de salir corriendo de nuevo a la seguridad e iluminación de la sala principal. De forma automática me pego un poco a Ian.
-¿Q-qué trajiste? -mi voz tiembla. Rayos, sabía que ver películas de terror sola sería una mala idea en algún momento.
-Comida, agua, fósforos, un encendedor, periódicos y kerosene.
-¿Kerosene para qué?
-No pretendo quedarme mil años tratando de encender una fogata -bufa él.
Seguimos avanzando en medio de los árboles, la noche, y el miedo que desprende mi cuerpo. Ian no parece tener temor para nada, porque ya lo ha hecho antes, y sin compañía. Cada hoja y rama que rompemos al caminar me pone los pelos de punta.
Si el bosque no se viera tan terrorífico a estas horas, de seguro estaría disfrutando mucho más el viaje. Me sobresalto cada minuto por un insecto que pasa volando cerca, por haber visto alguna rana a metros de distancia o solo por imaginarme a un monstruo saliendo de detrás de un árbol para matarnos. Dios, qué paranoica soy.
Casi llegando a nuestro destino, un pájaro lanza un alarido y vuela de un árbol al otro, haciendo que yo grite y por poco me caiga al suelo. Cuando el susto pasa, me siento bastante avergonzada.
-Eres como una niña -dice Ian a modo de burla.
-¿Qué esperas? Es de noche, estamos en el bosque, esto da miedo -me cruzo de brazos.
-No sé por qué me sorprende -lo escucho producir su habitual bufido, que acompaña a la mayoría de sus frases.
Al fin llegamos a la zona de fogata. Ponemos las mochilas sobre la mesa y sacamos lo necesario.
Ya hay algo de leña en el círculo de tierra donde siempre se hace el fuego, así que solo es cuestión de buscar algunos pedazos más, ponerle el papel periódico y prenderlo. Como no pretendo hacerlo sola, me le pego a Ian detrás y buscamos juntos, encontrando rápidamente ramas algo gruesas y cortas que nos sirven. Yo las acomodo y él se encarga de poner el papel periódico en el centro. Ian rocía de Keroseno el papel y la madera, sin echar más de la cuenta.
Veo como, con cuidado, Ian enciende un trozo de papel periódico enrollado para luego tirarlo sobre la fogata y hacer que esta, rápidamente, se empiece a consumir en llamas. Al fin logro ver todo bien, y no a través de la luz de la linterna. La inquietud de estar en el bosque solos no desaparece, pero al menos no luce tanto como un videojuego de terror.
Yo saco la manta y la tiendo sobre el suelo. Es la que suelo usar para estas cosas, así que no me preocupa que se ensucie. Sobre ella pongo los bocadillos que traje: galletas saladas, mermelada y papitas. Él hace lo mismo, aunque trajo muchísimo más que yo.
-¿Sabes que no vamos a sobrevivir dos meses en el bosque? -bromeo yo mirando la bolsa de malvaviscos, galletas de chocolate, dos sándwiches, cereal y maníes. Ah, y dos botellas de agua.
-Si te molesta, me lo como yo solo -frunce el ceño.
-Cállate -mascullo, tratando de ser tan seria como él, pero se me escapa una pequeña risa.
Por toda una hora y media nos la pasamos comiendo, agarrando calor, mirando las estrellas, todo en un silencio que me agrada bastante. No pienso en la situación con Mike, ni en ninguna otra cosa. Ian tenía razón, esto te ayuda a despejar la mente y disfrutar el momento.
¿Por qué necesitaría Ian venir aquí? ¿Por qué sabe que ayuda?
Estoy a punto de preguntárselo, y entiendo que no es el momento de que hable él, algo me dice que lo que en realidad espera es que yo lo haga. Me trago la curiosidad y suspiro, buscando cómo comenzar, dudando si hacerlo o no.
-¿Qué tengo que hacer para que olvides lo que pasó en la terraza? -le pregunto al chico, que está sentado en el borde de la manta y apoya su espalda en un tronco que usamos de silla, lo movió de su lugar con ese propósito.
-Nada que hagas va a borrar mi memoria, idiota -responde.
-Es muy serio, Ian -digo, dejando de lado mi usual fachada de chica feliz. No siempre se puede estar así-. Es algo que no sabe nadie aparte de mi abuelo, no puedo solo contártelo.
-Claro que puedes, no le veo lo difícil -no lo miro, aunque puede que se haya encogido de hombros. Esa es otra de las cosas que forman parte de su marca personal.
Me cruzo de piernas para estar más cómoda, hasta me acerco un poco a él.
-Es un poco contradictorio que digas eso, teniendo en cuenta que no hablas de tu vida tampoco -contraataco.
-¿Qué caso tiene que lo haga? No es como que pase algo en ella -se defiende, pero no le creo.
"Piensas que eres la única que pasa malos ratos, ¿eh?" Eso dijo en su habitación hace un rato, tal vez ni lo recuerde y lo haya dicho por accidente, pero lo hizo y delató que su vida no es solo una línea recta sin altas ni bajas.
-¿Mudarte aquí te dolió? -pregunto de forma directa, pues apuesto lo que sea a que se trata de eso-. Dejaste tu vida anterior atrás, ahora te acostumbras a nuevas personas y a una nueva forma de vida, eso...
-No, no me importa en lo absoluto donde vivo -me interrumpe. Su mirada, a pesar de lucir muy fría, transmite verdad-. Te lo dije, no tengo amigos en la ciudad, nada me ata allí.
-¿Ni siquiera Sammy? -suelto sin pensarlo. De inmediato me tapo la boca, pues acabo de gritarle que husmeé en su teléfono.
-¿Cómo lo...? -no acaba la pregunta, lo capta al segundo-. Típico de ti -pone los ojos en blanco y mira a otro lado.
-Es tu único amigo, así que te dolió dejarlo, ¿no? -indago.
-Eso no te incumbe, Miranda -gruñe.
-¿Y a ti sí te incumbe lo que me haya pasado?
-Es diferente.
-¡No lo es! -alzo la voz-. Entiendo que quieras saber qué hubo detrás de esa llamada, pero si buscas que me abra a ti, tú debes hacerlo también, no es justo que sea yo solamente -argumento, según yo, de forma acertada.
Ian no responde, tampoco me mira. Con la luz amarillenta del fuego noto su mandíbula tensarse.
-Deja de hacerte el indiferente, Ian. Ya te lo he dicho, está bien decir lo que sientes.
El chico me mira, con una expresión algo apagada, diferente a todo lo que le he visto en el rostro.
-Te detesto -recoge las piernas y pone sus brazos en las rodillas, apoyando su barbilla allí.
-Dame razones que no sean lo fastidiosa que soy y lo mucho que hablo -trato de bromear, pero mi voz sigue sonando seria.
-Desde que llegué no dejas de hostigarme, eso lo detesto -bota aire-. Si mis padres no se hubieran llevado las llaves hace semanas no habría tenido que ir contigo.
Se refiere, claro, al evento que hizo que nos uniéramos. Ese día que le dije que quería ser su amiga, y él no me apartó. Luego de aquello, poco a poco fuimos acercándonos hasta llegar a este punto.
-Pudiste actuar como siempre, pudiste decirme que era molesta y que te dejara en paz -le digo-. No lo hiciste, es tu culpa.
He llevado mi pequeño enamoramiento hacia Ian de forma calmada, concentrándome en ser su amiga primero. ¿ya me tendrá en un puesto como ese? Tal vez esta noche lo sepa.
-Soy malo para hablar, mucho menos si se trata de mí -niega con la cabeza.
-Está bien -asiento.
Puede que deba ser yo quien empiece. Ni en mismas locos sueños pensé que acabaría contándole a este chico el secreto que hasta a Jake le he guardado, pero hay algo que diferencia mucho a Ian y a Jake: uno de ellos me gusta. De la forma más irracional, acabé enamorada de quien no me trató para nada bien en un inicio. Seguramente Britt me mate, no solo por ignorar la actitud de Jake, sino su físico en general. Miles de veces me pregunté por qué nunca me gustó Jake, y hasta ahora no sé la respuesta.
Sacudo la cabeza y disperso esos pensamientos. En este momento no importa qué lógica tengan mis sentimientos, lo que de verdad importa es...
-Mis padres no están muertos -comienzo, respirando hondo-. Y tengo hermanos, dos mayores -es más difícil de lo que creí que sería-. Nunca fuimos una familia unida. Mi papá y mi mamá eran muy estrictos, así que nos educaron en casa.
Sigo contando cosas puntuales: cómo nos presionaron con nuestros talentos, la falta de cariño, la conformidad de mis hermanos a esa vida y, claro, lo cercanos que éramos Mike y yo. Le cuento todo, adaptando la historia a la de una familia normal, no a la de unas celebridades. Omito ese dato porque el instinto me dice que debo permanecer callada. Siento una gran confianza hacia Ian en este momento, pero no la suficiente como para revelar la realidad de mi pasado. Estoy diciendo la verdad, solo me salto cosas que, a fin de cuentas, son irrelevantes.
-Mi madre se encargó de meterme en clases de canto -continúo-. Amaba cantar, pero me obligó tanto a hacerlo que, poco a poco, lo fui odiando.
El chico no aparta sus ojos de mí, mientras que los míos vagan por todo el lugar, evitando clavarse a los suyos, chocando ambos por accidente más de una vez. Hablar de esto no es sencillo. Hago lo que puedo para mantenerme firme.
-Un día me harté -llego al punto crucial de mi historia-. Me negué a seguir estando bajo las obligaciones de mi mamá, y peleamos un rato. Dijimos cosas que, al final del día, mostraron que yo no era más que un objeto para ellos. Mi hermano simplemente me dio la espalda, y mi madre dijo que, si no quería estar bajo sus reglas, que entonces me fuera -los ojos se me humedecen, no por mi madre, sino por Mike. Cada vez que recuerdo cómo se dio vuelta, me miró y se fue, siento un cuchillo en la espalda-. Si me iba, no volvía, así lo dijo y sin ningún tipo de remordimiento... ¿Qué tipo de madre hace eso? -niego con la cabeza-. El caso es que decidí irme. Mi madre pidió un taxi y sin siquiera avisarle a mis abuelos, le dio la dirección de este lugar. Aquí acabé, donde de verdad soñaba vivir -juego con mis dedos.
Le explico cómo, luego de cinco años de tranquilidad y una vida feliz, recibí hace días la llamada de mi hermano, quien a pesar de mi claro rechazo no dejó de insistir. Así llegamos a la noche de hoy, donde Ian escuchó la pelea con Mike, y revelé sin saberlo que todo lo que conté sobre mí fue mentira.
-No los quiero de nuevo en mi vida -suspiro-. Por eso le dije todo lo que escuchaste. Me decepcionó y me dejó cuando más lo necesitaba... -bajo la mirada-. Me duele a veces, sí, pero es un pequeño precio a pagar por ser feliz.
Los grillos se apoderan del momento. Junto a la fogata y a la comida, este debería ser un momento hermoso, no agrio y gris. Haberle dicho todo esto a Ian me hace sentir culpable. Jake es siempre a quien le cuento mis problemas, mis sentimientos... Desde que el chico que tengo frente a mí mirándome a los ojos llegó, eso ha cambiado. No sabe que somos cercanos, no sabe que me gusta, y no sabe la verdad de mi pasado. De todas formas, si estoy diciéndole estas cosas a Ian es porque la situación lo ameritaba.
El sentimiento no se va con esa defensa. Fuera de eso, también tengo una enorme calma dentro luego de, por fin, hablar del tema con alguien.
Ian aparta la mirada, mira hacia los restos de bocadillos y se mete unos cuantos a la boca. Yo lo imito para romper la incomodidad. No comenta nada, ¿es porque no sabe bien que decir y prefiere no hablar tonterías? Eso, para mí, es lo que sucede.
Aparto la mirada de él un par de veces, hasta que, ahora que me he quedado viéndole, noto lo lúgubre que se ve su rostro.
-Mentí -su voz sale forzada, más que en cualquier otro momento antes. Cuando hablé, me miró a los ojos a lo largo de mi historia. Eso se acabó-. Mentí también.
-¿Por qué? -pregunto. Su lenguaje corporal ha cambiado de uno relajado a uno nervioso.
Su vista cae en cualquier parte, menos en mí. Está a punto de decir algo, mas se arrepiente y cierra los labios. Eso pasa un par de veces antes de que pueda hablar otra vez.
-No creo poder hablar de esto -menea la cabeza-. Lo siento, no puedo.
-Sí puedes -me acerco un poco más, lo suficiente para poner mi mano sobre su pierna a modo de apoyo-. Sea lo que sea, no te lo guardes, hacer eso solo empeora las cosas.
Parece que se lo cree. Acomoda su postura, inhala aire, lo bota -haciendo esto último, se asemeja a un globo desinflándose- y se pasa la mano por el cabello. Tarda unos tres minutos antes de poder decir algo, tiempo que se me hace eterno. Pienso en qué tan serio debe ser. ¿Acaso algún problema familiar?, ¿Problemas personales? No me imagino nada que pueda, con certeza, acertar.
-Hoy... hoy no fui a ver Sammy, ya sabes, cuando bajamos a la ciudad -empieza, casi en un susurro-. Digo, sí fui, solo que... -vuelve a respirar hondo, suelta el aire-. Sammy... Sam... él murió hace dos años.
Como una bala, la quebrada voz de Ian me golpea en el pecho, me estruja el corazón y me saca el aire. Suena como si le pegaran en el estómago y apenas pudiera decir una palabra. No siente solo dolor, sufre, y su voz no lo puede esconder.
-Ian... -un murmuro sale de mi boca, él lo ignora.
-Nos conocimos a los diez años. Fue mi único y mejor amigo. Nadie antes se había interesado en mí, y eso nunca me importó -clava los ojos en el suelo-. Siempre he sido poco sociable, cerrado, algo amargado, lo sé, estaba bien con eso... Y de pronto llegó ese idiota con su estúpida alegría y volvió mis días distintos -Ian sonríe, una sonrisa sombría. La primera que veo en su rostro-. Él me enseñó lo que era amar a alguien que no compartía tu sangre, un amor tan puro que logró hacerme pasar los mejores momentos de mi vida -me paralizo al ver un brillo en sus ojos, uno que me susurra la palabra "tristeza"-. Se suicidó -él trata de no romperse, mas lo tenso que se pone indica que no aguantará mucho-. Hoy fui a verlo porque se cumplieron dos años desde que..., por eso mi mamá no quería que fuera solo, quería que tú estuvieras conmigo, así como ella lo estuvo el año pasado. Yo no pretendía contarte esto, pero... Ya, eso es todo, solo pasemos del tema -se traga su estado y vuelve a aparentar estabilidad.
Pero sus ojos no me engañan.
En un arrebato de locura, o de instinto, me pongo de rodillas y me inclino hasta el chico, cayendo sobre sus piernas estiradas encima de la manta, amarrando mis brazos detrás de su cuello, pegando nuestros cuerpos de una manera desconocida para mí. Siento a Ian tensarse de nuevo, forcejear un poco con los brazos para apartarme y, finalmente, destrozarse.
Sus brazos paran de tratar de alejarme, su frente cae entre mi pecho y mi hombro derecho. El corazón se me rompe cuando siento como mi suéter se moja por las lágrimas que salen de sus ojos, lanza sollozos casi inaudibles, haciendo que su pecho suba y baje. De no estar tan cerca, no podría escuchar su tristeza. Comienza como un pequeño llanto, y eventualmente es todo un desahogo. Me contagia el luto, hace que recree su pena en mi mente. El recuerdo de mi abuela vuelve a mí, y comprendo su dolor por completo, porque justo hace dos años también perdí a alguien que amaba.
Dejo de prestar atención al tiempo cuando Ian, con sus brazos flacuchos y aun así fuertes, me rodea la espalda. Ya no existe la distancia, solo el consuelo que trato de darle.
Es como una energía guardada bajo la tierra por miles de años que al fin sale y mueve el suelo con fuerza.
Eso es Ian, es todo un terremoto que, por fin, liberó el dolor que había almacenado para sí mismo.