Capítulo 9 9

Pueden haber pasado horas, días, hasta meses, pero la verdad es que solo deben haber transcurrido apenas unos minutos, no sé cuántos en total, no me interesa. Los brazos de Ian me rodean la espalda y se aferran a ella todavía, no hemos movido un músculo desde que este aceptó mi pobre consuelo. Mi barbilla descansa en su cabeza, y su cabeza se esconde en mi clavícula derecha. Es como si se hubiera paralizado, y cada hueso acabara trancado sin forma de relajarse. Da señales de vida cuando se sorbe la nariz, de resto, se mueve tanto como un cadáver.

No me he salvado de las lágrimas, tantos sentimientos concentrados tuvieron que salir de nuevo el día de hoy. No bastó deshacerme en llanto en la terraza, eso no logró sacar todo lo que había dentro de mí. Recordar a mi abuela fue el detonante esta vez, Dios, esa mujer se fue demasiado rápido, aunque no tanto como Sammy. Eso vuelve el sufrimiento de Ian considerablemente peor que el mío. Mi abuela, Clare, no tenía edad para morir aún, mas había vivido bastante. ¿Cuántos años tenía Sammy al fallecer? ¿quince? ¿dieciséis? Le faltaba demasiado por recorrer, mucho por ver y experimentar... Pensar en ello saca otro par de lágrimas que bajan hasta el cabello de Ian.

Tenerlo tan cerca hace que sienta algo tan diferente como su estado actual mismo, nada que ver con las mariposas en el estómago, nada que ver con los nervios típicos al tener a quien te gusta en una distancia nula. Siento una barrera cayendo detrás de este chico, una que derrumbé al tomar el atrevimiento de abrazarlo aun cuando, por su orgullo tal vez, no deseaba que lo hiciera.

Puedo captar todo lo que Ian tira bajo la alfombra y esconde de la vista pública: dolor, luto, nostalgia... ¿Era para Sammy la canción que le escuché cantar en el bosque? ¿Se la dedicaba a su mejor amigo? No pensé en el momento lo triste que era aquella melodía, la letra, toda la canción en general.

Comienzo a soltar un poco mi agarre hacia Ian, pero él me aprieta sin dejar que me aleje, devolviéndome al mismo lugar. Yo decido no moverme hasta que él lo haga, no importa cuánto le tome tener fuerzas para soltarme. Uso mi mano derecha para acariciarle el cabello con lentitud. El chico responde escondiendo más la cabeza en mi pecho. Su cabello es muy suave, bien cuidado y fino. Lo tiene bastante largo delante, y son esos pelos los que tengo pegados en mi cuello. Cerca de la nuca solo deben hacer unos dos centímetros de largo, no más.

Pasado un rato en el que no me canso de tener a Ian junto a mí, casi fusionados, él rompe la armonía y nos devuelve al mundo real. Se aleja un poco, solo saca su cabeza de mi pecho como si saliera de una cueva. Sin que levante la mirada veo sus mejillas enrojecidas y el resto de su cara húmeda. Nuestros rostros deben parecerse justo ahora.

Sube la cabeza y sus ojos conectan con los míos un segundo, pero aparta la mirada rápidamente.

-No me mires -murmura, con la voz reparada-. En serio, no me mires, parezco un tonto.

Tomo con ambas manos cada lado de su cara y hago que me mire. No se escapa, ni se opone, aunque se nota que le incomoda.

-Está bien -digo-. No tengas vergüenza, está bien -repito, limpiándole el rostro con mi pulgar, delineando el parpado inferior y quitando cualquier residuo de lágrimas-. Ya no tienes que guardarte nada.

Me mira como nunca antes lo había hecho. Su rostro es otro, no es el mismo Ian de hace media hora. Su boca está entreabierta, sus ojos no se despegan de los míos, tiene una expresión mansa y dulce.

-Lo siento -suelta de la nada. Ya no parece arrastrar las palabras, ni obligarse a decirlas, suenan como unas disculpas sinceras-, por haber actuado de esa manera. No me importó el poder hacerte daño... En realidad, ni siquiera lo notaba -suspira-. Soy así, soy reservado, molesto, odioso, malhumorado... Por eso no te quería cerca, eres todo lo contrario a mí, chocabas con mi personalidad, me fastidiabas -él sigue confesándose-. Detestaba que fueras tan feliz, colorida, amistosa y servicial con todo el mundo, digo, ¿Quién puede estar alegre todo el tiempo? Aun cuando te decía esas cosas que dejaban en claro que te quería lejos, algo siempre te hacia volver -aclara su garganta-. El día que llovió te dejé acercarte más, pero hoy entendí que no eres feliz todo el tiempo, que eres humana después de todo -eso último lo dice con cierto humor.

No he apartado mis manos de su rostro, no quiero que deje de mirarme, aunque tal vez sea hora de hacerlo.

Cada palabra que dice ocasiona algo distinto en mi interior. Fuegos artificiales, melodías de violines, sonidos de zoológico, roces de árboles en un día lleno de viento; nada tiene sentido, nada se conecta con lo anterior, pero es una forma de describir lo que me hace sentir.

-Lo siento -repite-. Alejo a las personas naturalmente, lo intente o no. Tú fuiste la excepción desde... Desde Sam -respira hondo, mira hacia arriba y vuelve a anclarse a mis ojos-. Puede que fuera por eso, después de todo. Eres igual a Sam en muchos sentidos. También detesto eso. Y detesto estar diciendo estas cosas.

-Sí, entiendo -asiento levemente, ahogando mi amplia sonrisa-. No tienes que forzarte a hablar si no quieres -le sugiero, pues tampoco deseo que se obligue a decirme nada.

-Quiero -me asegura-. Ahora es diferente. Creo que te importo, y eso lo valoro -se humedece los labios con la lengua-. Pero soy difícil de soportar, eso ya lo debes tener muy claro.

-Bastante -se me escapa una risita. Las comisuras de sus labios se elevan un poco.

-¿Crees que me vas a poder aguantar? -pregunta sin un rastro de broma, lo dice en serio-. No soy como tú, ni como la gente que vive aquí, ni siquiera me llevo bien con quienes son como yo. A veces no voy a querer hacer nada, ni hablar, ni estar con nadie, me gustar estar conmigo mismo la mayor parte del tiempo. Solo te lo advierto porque...

-Ian, quiero ser tu amiga, si es que todavía no me consideras una -lo interrumpo, sonando tan segura como puedo-. No me importa que pase mañana, quiero estar ahí para ti -sonrío-. Si actúas de manera incorrecta, quiero poder decírtelo; si necesitas ayuda, quiero poder dártela. Quiero que puedas mirar más allá de lo que siempre has visto, así como lo hice yo cuando llegué aquí.

-Gracias -por primera vez, veo una sonrisa completa formada solo para mí.

Una melodía cercana rompe el momento de la misma forma en que se rompe un vidrio. Es mi teléfono, recibiendo una llamada. Lo odio por unos segundos, ya que el ambiente era relajante y suave hasta ahora.

-Tal vez es mi abuelo -comento con algo de miedo, alejándome un poco más del chico, extrañando su cercanía.

-Contesta.

Me levanto y camino hasta la mesa de picnic donde dejé mi bolso y mi teléfono, que sigue sonando. Tanteo dentro de esta y tomo el aparato. Miro la pantalla y, contrario a lo que esperaba, la llamada es del mismísimo Jake. Puede que sea peor que mi abuelo en estos momentos.

-Es Jake -susurro, mientras vuelvo a la manta, donde Ian sigue en la misma posición. Me siento con las piernas cruzadas dudando en si contestar o no.

Me decido en contestar al fin. Pongo el teléfono pegado a mi oreja y pido que, mágicamente, la señal se vaya.

-¿Hola?

-Miranda, te envié un montón de mensajes y no contestabas -habla mi mejor amigo con cierto tono de preocupación-. Bueno, tal vez solo estabas dormida...

-N-no, estaba despierta, solo que... -no se me ocurre qué decir.

-¿Podemos vernos? Quiero hablar de lo que pasó, me siento muy... Mejor hablamos en persona -suena dulce como siempre, como si no se hubiera ido echando humos hace horas-. ¿Qué tal en la sala en cinco minutos?

-Es que... no puedo ir justo ahora -inhalo y exhalo, en busca de una excusa.

-¿Por qué? -pregunta extrañado.

-Estoy en el bosque -suelto a la suerte, sin querer mentirle. No voy a mejorar nada si miento.

-¿El bosque a esta hora? ¿Qué rayos estás haciendo ahí?

-Una fogata -me muerdo el labio.

Ian hace como si no escuchara nada, mira a todos lados, juega con sus dedos o simplemente se hace expectante de lo que vaya a ocurrir.

-No puede ser... ¿Y por qué? Sé que no es inseguro por aquí, pero ir sola al bosque en la noche, así como así, no es algo típico de ti. Que yo sepa te asusta estar sola en la oscuridad.

-No estoy sola -suspiro-. Estoy... estoy con Ian.

Un silencio se adueña de la llamada, uno realmente incómodo.

-Con Ian -repite decepcionado-. Bien.

-Jake, si me esperas...

Muy tarde, pues cuelga.

Dejo caer mi teléfono en la manta con algo de enojo y bufo. Dios, ¿Por qué no pudo esperar a que le explicara? Entiendo que le moleste, pero nada la cuesta dejar que le diga en qué contexto han sucedido las cosas.

-Creo que deberíamos volver, para que puedas hablar con tu amigo -sugiere Ian, recogiendo las piernas para levantarse-. Además, ya casi no queda nada de fogata.

No lo había notado, pero es cierto, la fogata tiene poco tiempo de vida y ya deberíamos de apagarla.

-Está enojado -menciono, levantándome también para recoger las cosas.

-Ni modo -se encoje de hombros.

Quién diría que hace pocos minutos yo estaba sobre el chico, abrazándolo, y que él correspondía ese abrazo. Ahora ha vuelto a su actitud seria, pero algo es diferente. Puede que me haya vuelto loca, o le veo realmente el rostro menos tenso que siempre.

Bueno, he escuchado que desahogarse bota muchas cosas malas de las personas.

Como nos acabamos toda la comida, usamos las mismas bolsas en que las trajimos para recogerlas. Sacudo y enrollo mi manta, Ian apaga lo restante de la fogata con el agua que ninguno se tomó y enciende de nuevo su linterna. Oscuridad otra vez, aunque igual se ve algo de luz rojiza en las cenizas que se niegan a morir. Nos aseguramos de no dejar nada, y al ver que así es, nos vamos del lugar. Veo la guitarra danzando de atrás hacia adelante sostenida por el chico, y me pregunto si, de no haber habido tanto drama, le hubiese escuchado tocar.

El camino de vuelta es callado, aunque no molesto. Por el contrario, es considerablemente fresco en comparación a cuando veníamos acá. Andamos codo a codo, el alumbrando el sendero y yo siguiéndole.

Estoy feliz y triste a la vez, emocionada y asustada, alegre y algo desanimada. Jake, Ian, Mike, Sammy, a uno lo conozco del todo, al otro poco, al otro puede que ya no lo conozca del todo, y al último absolutamente de nada, pero todos ocasionan un sentimiento distinto en mí. Detesto no tener un estado fijo, no me gusta estar feliz por algo cuando debería estar molesta o triste por otra cosa, pero no puedo evitar enamorarme más de Ian, enojarme más con Jake, sentir un dolor por la ida de un Sammy al que jamás vi y querer a Mike tan lejos como pueda.

En mi mente me repito que, a veces, no debo pensar tanto en cómo se sienten los otros, en que yo también importo y que no está mal querer disfrutar de tener a Ian para mí de esta forma. No puedo dejar que Jake me haga sentir culpable, luego arreglaré las cosas con él.

En todo el trayecto no decimos una sola palabra, pero vaya que mi mente hizo ruido.

Un mes para volver a clases... ¿he de sentirme feliz o asustada por eso? Siempre me ha gustado ir a la escuela, a pesar de que sea extraño escucharlo de alguien que pronto será mayor de edad. Mayor de edad... Sí, definitivamente es esa palabra la que me asusta.

Dado que las vacaciones están a la mitad, es hora de planear más actividades que hacer en el poco tiempo libre que me queda. Eso sí, y esto es una tradición familiar que existía desde antes de que yo llegara a la residencia: los últimos días de vacaciones se resumen en '"playa". Esos siete días que suelen ubicarse antes del inicio de clases, todos piden una semana libre en su trabajo y así emprendemos un viaje de casi un día entero hacia la casa de playa de Chris, quien la heredó de sus fallecidos padres. A este punto muchos de los inquilinos de la residencia se han ido a pasar el resto del verano en casa de familiares -como es el caso de todos los más jóvenes y la mayoría de los adultos-, pero quedan, aparte de nosotros, el anciano amargado y el matrimonio del tercer piso. Estos, que también llevan su tiempo aquí, saben muy bien que es una ley.

La única que nunca va es Jullie, pues si algo odia es la playa, la arena, el sol que quema la piel y el agua salada. De alguna manera, es ella quien queda encargada de la residencia hasta que nosotros volvemos. Erick no tendrá que pedir sus días libres pues antes de irnos ya los cursos que dicta habrán acabado. Marieta, Chris, Ashley y Jake, por su parte, ya están ocupándose de eso.

Más allá de la emoción de ir a la playa con los Lukasiac -bueno, con Ian en específico-, también está el mal sabor de boca que me deja Jake. No solo no hemos hablado desde hace semanas, sino que ni me dirige la mirada. La noche en que volví con Ian del bosque estuve llamando a su puerta y su teléfono por unos diez minutos, sin recibir respuesta. Me rendí por el mismo enojo, y decidí que, si iba a continuar así, entonces él lo arreglaría.

Esta situación me recuerda mucho a una que vivimos el año pasado, aunque puedo decir con certeza que aquella fue peor.

Sucede que mi mejor amigo cumple años entre fechas algo atravesadas para mí, pues toca justo mientras los exámenes de final de semestre ocurren, o sea, el tercer día de diciembre. Estuve meses diciéndole la cantidad de cosas que haríamos para su cumpleaños, como ir al Arcade, comer pizza, pasear a caballo subiendo la montaña, ver películas en casa, y esto, y lo otro. Ahorré, por supuesto, pero mientras el día se acercaba yo me hundía más y más en los exámenes. Debía mantener mi promedio alto, nunca fui alguien conformista, por lo que pasaba la mayor parte del día estudiando con Britt y Emily.

Como era mi abuelo quien en ese entonces me llevaba a la escuela dado que el trabajo de Jake era mucho más tarde, un día simplemente salí de la residencia con Emil Vander pidiéndome dejar de mirar el cuaderno y que viera por donde caminaba. Ese día, desafortunadamente, era el tres de diciembre.

Hice el examen y el resto de las horas estudié para los del día siguiente. Fui a casa de Britt para continuar haciéndolo y llegué a mi hogar en la noche luego de que mi abuelo me buscara. Ya allí, me encontré con mi mejor amigo, el cumpleañero, mirando una película con un amigo suyo que ocasionalmente iba -y todavía va- a visitarlo.

-Hola, Dennis, qué raro verte aquí -dije luego de que los saludé a ambos, el rubio me miraba con ojos molestos.

-Siempre paso el cumpleaños de Jake con él desde hace bastante, pensé que te lo esperarías -sonrió el moreno y continuó viendo la película de acción con su amigo.

Cuando recordé el día que era, y lo que significaba, me fui cabizbaja y avergonzada porque no podía permanecer frente a Jake. Pasó toda una semana hasta que pude disculparme e insistirle que me escuchara. Fue más complejo, vaya que sí, pero pude solucionarlo y conseguir que él también se disculpara.

Sin embargo, este caso es diferente. Por eso, no voy a ser yo quien busque arreglarlo.

-¿Te gustaría acompañarme a hacer las compras? -me pregunta Ashley, sonriente como siempre, desbordando ternura.

-Sí, me encantaría -asiento.

Me vino a buscar al apartamento solo para preguntármelo ¿cómo me voy a negar? Mi abuelo ya me había dicho que le había pasado el dinero a la mujer para que fuera a hacer el mercado de la semana, que cada vez le toca a quien desee hacerlo, y justo quería ofrecerme a ayudarla porque no pasamos tanto tiempo juntas, cosa que de verdad me gustaría cambiar.

Así como Marieta, Ashley desde que está aquí ha mostrado que me quiere mucho. Repite desde hace días que deberíamos hacer una "salida de chicas". Bueno, esto no es exactamente una de esas, pero al menos estaremos juntas un rato.

-Dame diez minutos y estoy lista -le indico con el dedo índice levantado.

-Sí, sí, descuida -asiente-. Luego vayamos por unos helados, para variar.

Me pongo ropa de salir a la velocidad de la luz. Por suerte, todos los días me baño en la mañana, cosa que me hace ahorrar tiempo. Me pongo una blusa de algodón rosa y unos jeans algo holgados hasta por arriba de los tobillos. Meto mi teléfono y mis llaves en el bolsillo y me peino un poco. Mi cabello, rubio, esponjoso y sin decidirse en ser lacio u ondulado, luce especialmente lindo hoy. Es raro, porque no le presto demasiada atención.

Perfecto, me veo genial cuando solo voy a comprar comida en el pueblo.

Espero a Ashley en la sala principal junto a Jullie, quien está tejiendo como suele hacer todos los días. Sus huesudos pero hábiles dedos pueden hacer un suéter precioso sin mirar. Jullie es divorciada desde hace veinte años, con tres hijos y varios nietos. Estos de vez en cuando la visitan y, por lo menos, no dejan a su madre olvidada. Era muy buena amiga de mi abuela, por no decir la mejor de todas. Cuando esta murió, la anciana nunca volvió a hablar de ella, supongo que por el dolor. Ella me habla un poco de sus nietos, y yo la escucho atentamente.

Ashley baja y yo me levanto al instante, despidiéndome de Jullie. Esta nos desea un viaje tranquilo a ambas y, codo a codo, caminamos hasta la salida.

Ashley está impecable como siempre. Usa una blusa blanca debajo de un blazer azul marino, pantalones de vestir y tacones que usa como si fueran simples pantuflas. No es tan alta, pero eso no evita que su forma de caminar sea digna de las pasarelas de Paris.

Nos montamos en la camioneta y ella, sin perder el tiempo, arranca el vehículo para irnos de una vez. No hay mucho que resaltar del casual viaje al pueblo. Ashley maneja muy bien, a diferencia de una pelirroja que vive con nosotros. La primera y última vez que me monté en un auto con Marieta decidí que su fuerte era... cualquier cosa menos manejar. La señora Lukasiac no va ni lento ni rápido, conduce en un ritmo intermedio y limpio. No usa el teléfono, no se maquilla, no quita la vista del camino, de hecho, cuando recibe una llamada, me pide a mi contestar y ponerla en altavoz.

Ya ella, por trabajar en un pequeño ambulatorio en el pueblo, sabe cómo ubicarse. Tampoco es que sea muy difícil saber dónde estás y cómo llegar a tu destino. Para estar en la montaña, es un pueblo grande y bien distribuido, las casas y edificios de pocos pisos no parecen estar amontonados. La escuela a donde voy yo es la única que hay, eso sí, aparte de una exclusiva para la etapa primaria, de resto hay variedad en cuanto a hoteles, restaurantes y tiendas. No como una ciudad, obviamente, pero es suficiente para la cantidad de gente que vive aquí.

-Me encanta lo pequeño que es este pueblo, en veinte minutos lo cruzamos todo de seguro -comenta Ashley, mirando las coloridas casas que tenemos a la izquierda y a la derecha.

Transitamos en la calle Evenyn, donde no hay más que casitas pequeñas y algunas plazas con parques para los niños. No se ven muchos autos, pero vaya que hay gente paseando. Así es la vida aquí, pasarla bien es simplemente ir a una plaza a matar en tiempo con conversaciones y juegos entre amigos. Esta calle es la ruta por la que vamos hacia el único supermercado del pueblo, el resto solo son mercados pequeños o bodegas.

Llegamos al lugar, dejamos el auto en el estacionamiento medianamente ocupado y entramos al supermercado. Adentro hay pasillos y más pasillos llenos de todo tipo de productos. Mi abuelo tiene bien contabilizado el precio de cada producto que necesitamos, y Jullie hace las listas con el precio aproximado de cada cosa. No podemos comprar nada por fuera de eso para tener todo bien organizado en cuanto al dinero.

Yo le sugiero ir en el orden que tiene la lista. Ella me asiente y yo tomo un carrito para empezar con el trabajo. Buscamos verduras, cereales, espaguetis, arroz, frutas, algunos dulces, harina, mezcla para panqueques, y esto, y lo otro. La verdad, al ser tantos que comemos de la cocina común, debemos llevar bastante para, por lo menos, unas dos semanas. En pocos minutos llenamos la mitad del carrito.

En el pasillo de limpieza, Ashley me saca conversación:

-Qué divertido es salir contigo -dice ella-. Ian nunca habla cuando me acompaña a hacer mandados, aunque no es raro viniendo de él -se ríe.

-Al menos le acompaña, eso es algo -le veo el lado bueno, siguiéndole la broma.

-Sí, y a veces no le fastidia -ella continua con una sonrisa pegada en el rostro mientras busca el detergente que solemos usar para la lavandería, del cual llevamos varios litros.

-¿No ha pensado tener más hijos? -pregunto, aunque luego me asusta haberme metido con algo demasiado personal.

-No creo que vaya a tener otro hijo -niega con la cabeza-. En sí fue difícil tener a Ian, así que...

Me muero de vergüenza al instante. Rayos, ¿por qué debo ser tan curiosa todo el tiempo? Es un defecto que debo arreglar lo antes posible.

-Lo siento, no debí preguntar algo así -bajo la cabeza.

-No, no, no -me tranquiliza-. Es normal, hay quienes pueden, hay quienes no -se encoje de hombros-. Antes de tener a Ian, hablar del tema me hacía llorar. Ahora que lo tengo, sé que no importa si no puedo tener más hijos. Él cumplió mi sueño de ser madre y es el mayor regalo que el cielo pudo darme en la vida -concluye, con los ojos como estrellas.

No logro responderle nada porque me quedo pasmada. El amor que sale de sus palabras acaba por hacerme entender que Ashley no solo ama a su hijo, sino que le propicia una enorme felicidad. Dentro de mí hay una pequeña confusión entre lo que significa realmente ser una madre. No es como que haya visto a muchas de cerca, pues los cinco años que he pasado lejos de la mía apenas y he conocido a algunas mujeres que, además, son madres. Ashley es la primera a la que escucho hablar abiertamente sobre lo mucho a ama a su hijo.

Sí, se me hace muy difícil comprenderlo. Me hace anhelar un amor como ese.

-¿Estás bien, linda? -me pregunta.

Yo meneo un poco la cabeza y vuelvo a la realidad.

-Claro, ¿qué sigue en la lista?

Continuamos nuestra tediosa tarea de buscar el resto de las cosas, riéndonos de algún chiste o tarareando las canciones que el supermercado tiene de fondo. Unos minutos más tarde nos dirigimos a la caja con todos y cada uno de los productos de la lista. Son muchísimos, pero en pocos días ya comenzarán a faltar.

Pagamos, guardamos todo en la camioneta y, a invitación de Ashley, buscamos una heladería para "agradecerme" por acompañarla. Al final acabamos en un café donde ella pide dos malteadas de chocolate con crema y unas cuantas donas. No era el plan, pero he venido aquí antes y sirven cosas bastante sabrosas.

-Roy me llevó a un hotel cerca de la cima de la montaña, creo que es donde trabaja Marieta, aunque no la vi -me comenta ella. Me ha estado hablando con más detalle de cómo fue el día de su aniversario-. Cenamos, paseamos por ese hermoso lugar, rentó una cabaña con chimenea... Mi esposo no es el tipo más empalagoso del mundo, pero en nuestro aniversario siempre trata de lucirse -se ve como una adolescente enamorada, es adorable-. Siempre he dicho que Ian salió a Roy, al menos en actitud. Ambos son serios, fuertes, centrados, cerrados con sus sentimientos, pero cuando se lo proponen son tan blandos como un peluche.

En eso tiene mucha razón, señora Lukasiac. Yo misma ya he comprobado lo blando que puede ser Ian, y lo mejor de todo es que ambas sabemos que eso no es algo malo.

-No me creas una acosadora, pero he notado que tu e Ian ya se llevan de maravilla -se aleja del tema anterior de golpe-. Digo, ya no son solo conocidos, los he visto juntos más seguido -yo me avergüenzo un poco y siento raras las mejillas, cosa que ella nota-. No te apenes, tenemos bastante confianza ya, ¿no crees?

Desde que conozco a Ashley la trato como a cualquier otra mujer, con respeto y dejando en claro que noto su autoridad: me disculpo por cosas que digo, le llamo "señora" y trato de no actuar como alguien muy infantil. Ella, por otro lado, me ha repetido mil veces que puedo tratarla como a otra amiga. Debería hacerle caso, así como le hice caso a Marieta en su momento.

-La verdad es que sí, somos amigos ahora -digo con toda seguridad. Ya no es solo un conocido, es mi amigo. Una palabra que para muchos no dice mucho, pero que para mí significa demasiado-. Él... Ian me contó lo que pasó con Sammy -confieso.

El rostro de Ashley se transforma en uno de sorpresa. Alza las cejas, abre un poco la boca, nada exagerado, mas es obvio que lo que le acabo de comentar no se lo esperaba.

-¿De verdad te dijo lo que sucedió?

-Sí -asiento-. Hace algunos días, de hecho -me lo pienso y decido resumírselo, seguro querrá saberlo-. Tuve un problema por un asunto muy personal, estaba discutiendo por teléfono y él me oyó. Era algo que le preocupó, no soy alguien que suela tener peleas -miro mi malteada para no verle a los ojos-. Sinceramente, como no quería hablar allí, nos fuimos al bosque e hicimos una fogata, me dijo que eso ayudaba a despejar la mente un poco -sonrío, al recordar esos instantes donde compartimos comida en silencio, como si nada pasara-. No se vaya a molestar por eso, por favor.

-¿Por qué me molestaría? -suelta una risita-. Sigue contándome, tranquila.

-Bien. Pues allí le conté mi problema y me sentí mejor por haber soltado aquello -continúo-. Antes me había dado indicios de que algo pasaba en su vida también, así que le pregunté. Duró un rato negándose, diciendo que no podía simplemente contarlo. Acabó soltando su historia con Sammy y, bueno...

Revivir en mi mente el rostro de Ian tensándose hasta el punto de no poder aguantar más me produce un ligero malestar. Nunca me ha sido fácil consolar gente cuando llora, pues termino llorando también.

-Vaya... -asiente Ashley, todavía sorprendida-. Nunca había hablado con nadie de eso, ni siquiera conmigo -se encoje de hombros. Parece un poco dolida, como si hubiera preferido que su hijo se desahogara con ella en vez de conmigo, algo absolutamente entendible-. El día en que Sammy se... el día que murió, los tres salimos cuando escuchamos la ambulancia. Sus padres lloraban, Ian no entendía nada, hasta que sacaron de la casa una camilla con una bolsa blanca tapando el cuerpo y lo comprendimos. Nunca lo vimos llorar, se la pasó encerrado por semanas. No habló nunca del tema. Yo lo acompañé el año pasado en silencio al cementerio, pero me dejó esperando en el auto.

-Lo siento -le digo, pues tengo cierta culpabilidad de haber sido yo a quien Ian le haya mostrado sus sentimientos, cuando su madre debió ser la primera enterada.

-No, tonta -se ríe de nuevo, negando con la cabeza-. Estoy feliz, muy feliz -me asegura-. Ian dejó que entraras en su vida, algo que nadie, aparte de Sam, había hecho. Desde el principio supe que terminaría así.

-¿Cómo era su amistad? -pregunto, deseando más y más información sobre el pasado de Ian.

-Eran prácticamente hermanos, jamás había visto a dos chicos tan unidos -recuerda con nostalgia-. Ambos bromeaban diciendo que no tenían novia porque los amigos eran primero que las chicas. La verdad era que a Ian nadie lo soportaba y que Sam estaba muy ocupado con los videojuegos como para prestarle atención a nuestra vecina, que estaba loca por él -juntas reímos por ese último dato.

Me imagino a Ian junto a un chico sin rostro. Los veo jugando en alguna consola, riéndose de lo que ven en televisión, comiendo comida chatarra, asustando al otro cuando este estaba desprevenido...

-Supongo que la muerte de Sam cambió mucho a Ian -menciono en voz alta, aunque no quería que el pensamiento saliera de mi boca.

-No en realidad -reflexiona Ashley-. O sea, Ian siempre fue así de serio e indiferente a lo que hacían otros niños. Cuando conoció a Sam entendió que la vida era más que ir al colegio, hacer tareas, cumplir deberes, comer y dormir. Luego de su partida, según yo lo veo, se dejó consumir por el dolor y no quiere ser planamente feliz, porque no será junto a su mejor amigo.

Quién diría que Ian era alguien más complejo que solo un ser odioso, o alguien en luto. Es todo un revoltijo de sentimientos que poco a poco comienzo a entender. Conoció la felicidad de un amigo, la perdió muy pronto y, posiblemente, tenga miedo a que, si vuelve a tener a alguien así, acabe de la misma manera. ¿Será eso? ¿Será que a Ian le asusta volver a sufrir y por eso se aferra tanto a la soledad? ¿Por eso me abrazó con tanta fuerza cuando lo consolé aquella noche? Puede ser eso, puede ser algo más, puede no ser nada, pero quiero saberlo.

En mi interior deseo conocer a ese Ian del que Ashley me acaba de contar. Solo he visto su sonrisa un par de veces, y se veía como alguien totalmente distinto, alguien que merece estar así en cada momento de su vida.

No puedo evitar las mariposas en el estómago, la felicidad que llega de la nada y que no comprendo. ¿Por qué me siento tan animada de repente? Se me escapa una sonrisa y se me cruza por la mente a un Ian sonriéndome de la misma manera. Comprendo poco a poco que lo que siento por Ian no hace nada más que crecer, casi al punto en el que puedo estar por explotar en flores y corazones. No es mi primer enamoramiento, aunque se siente como si lo fuera. Ese que le quieres contar a todo el mundo. Quiero hacerlo, no suelo guardarme tanto las cosas que me hacen felices.

Aunque no lo haré, no puedo contárselo a todo el mundo.

-¿Puedo decirle algo? -jugueteo con mis dedos bajo la mesa, mordiéndome el labio.

-No preguntes, solo dilo -me anima.

-Estoy enamorada de él.

Con que ella lo sepa es suficiente para mí.

            
            

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