Aquella mañana parecía perfecta a pesar del típico tráfico caraqueño, Alejandro Palacios se dirigía al mismo destino por tercera vez aquella semana: La Biblioteca Nacional. Una construcción de 80 mil metros cuadrados llenos en su totalidad con la colección de obras literarias, históricas y audiovisuales más amplia de todo el país, con sus más de siete millones de piezas, la biblioteca nacional es la meca de la investigación y la literatura histórica de Venezuela.
No había mejor lugar para culminar aquello que ha atareado a Alejandro por tanto tiempo. Cinco kilómetros separan la biblioteca Nacional de su departamento en la Residencia Atalaya en La Campiña, Un discreto conjunto residencial ubicado en el este de la Ciudad.
Aquel modesto departamento sobriamente adornado, con paredes pintadas de color verde manzana daba a quien lo visitaba un ambiente de tranquilidad y relajación, ideal para las actividades que se han llevado a cabo allí los últimos meses. Los muebles de la sala al igual que un par de mesas de madera a su lado, yacían escondidos bajo pilas de libros y reproducciones de mapas y fotocopia extensas de libros, folios y folletos, aun así algunas piezas importantes solo podían estudiarse dentro de las paredes de la Biblioteca Nacional, y es la razón del viaje de esta mañana.
Alejandro era un hombre alto, delgado, su cuerpo aunque no era atlético, pues prefería la tranquilidad de las bibliotecas al estruendoso bullicio de los campos deportivos, estaba muy en forma pues era amante de andar en bicicleta, caminar, trotar, cada tarde al terminar de dictar su clase en la Universidad Central de Venezuela Solía subir el Cerro Warairarrepano caminando. Su cabellera negra empezaba a perlarse de gris, lo llevaba cortado y peinado elegantemente hacia atrás.
Aquella mañana El Profesor Alejandro Palacios había seleccionado su típico atuendo de lunes, pantalón jeans color azul y una camisa manga larga blanca con delgadas líneas rojas, unos zapatos de vestir negros bien lustrados hacían juego con su cinturón, los lunes hay que lucir elegante y cómodo, es la mejor manera de empezar el la semana. Solía decirse.
Aquel recorrido se estaba volviendo su rutina, cinco kilómetros, aunque era una distancia considerable, era mucho mejor que tolerar los empujones, pisadas y todos los olores corporales mezclados en el metro de la ciudad, en comparación, aquellos cinco kilómetros en bicicleta, aun en las calles de Caracas, era como un paseo por el campo. Además era necesario llegar a la Biblioteca si es que quería terminar su tesis, esta investigación llevaba seis meses atorada y su tutor estaba por darse por vencido.
Obtener la maestría en Filosofía de la Historia había tomado más de lo previsto y todo a causa de aquella tesis.
Hoy es el día, Vamos a hacer historia – Se dijo Alejandro al tiempo que se acercaba al cruce de la calle García y la Avenida Andrés Bello, una extensa vía de más de 2 kilómetros de largo, que a esta hora de la mañana daba la impresión de ser más un estacionamiento que una arteria vial, Alejandro agradeció su amor por el ciclismo y la caminata producto de su aversión a los vehículos, para él, sus pies eran el mejor medio de transporte– Si la naturaleza nos hubiera querido ver andar a 100 kilómetros por hora, habríamos evolucionado de Tigres o águilas – solía repetir Alejandro a sus colegas.
Veinticinco minutos le llevaba a Alejandro recorrer aquella distancia, y eso incluía la respectiva parada para comprar su marroncito con leche y la prensa local –hay que estar atento a los hechos del presente pues mañana serán parte de la historia –solía decir.
Profesor y amante de la historia, Alejandro debía hacer uso de toda su fuerza de voluntad para evitar entrar en el Panteón nacional y perderse entre sus delicadas obras de arte, debía resistir ese impulso y cruzar la plaza que separaba el lugar de descanso del padre de la patria y la Biblioteca Nacional, allí sentado frente al busto del poeta, astrónomo y matemático Omar Khayyam terminaba su café y ojeaba los últimos acontecimientos políticos del país. A su derecha la entrada principal de la biblioteca lo seducía con su rotulado sobrio. Luego de tomar una enorme bocanada de aire y
estirar sus músculos encadeno su bicicleta a un tubo de desagüe, era un pequeño privilegio que había conseguido con su membrecía especial de usuario de la BNV.
Hoy es el día, alejo, Hoy todo se termina, haremos historia – no tenía ni idea de cuan acertadas serian aquellas palabras, ni de la serie de eventos que estaba a punto de desencadenar.