-Adriana, por todos los dioses ya levántate, llegarás tarde al trabajo -Maritza no ha dejado de parlotear desde que ha amanecido. Ha pasado dos horas reprochándome la estupidez que hice.
-Ya te dije que no quiero ir -le menciono como por cuarta vez. El teléfono de Maritza suena, indicando que ha entrado un mensaje. Ella lo observa y me mira preocupada -¿Qué pasa?
-Es un mensaje de Elisa -responde-. Dice que Armando está furioso y que más vale que vayas a trabajar. Al escuchar eso no puedo evitar encogerme del miedo. Estoy segura de que hoy será mi último día en la empresa.
-Tengo el presentimiento de que me van a cancelar -le digo temerosa.
-Y no es para menos. Lo dejaste en ridículo y todo por esos celos que no puedes controlar -me regaña-. ¡Y ya levante, joder!
-Ya voy -me levanto y arrastro los pies con desgano hasta el baño. Abrí el grifo del lavamanos y me dispongo a cepillarme los dientes, al terminar me desnudo y entro a la ducha. El agua fría refrescará mis pensamientos.
★★★★★★★★
Al salir del cuarto de baño, Maritza ya se ha ido. Me cambio rápido, me hago una cola mal hecha, tomo mi bolso y salgo a toda prisa del apartamento. Le hago seña a un taxi, quien pasa por mi lado como si nada. Le hago seña a otro, pero ninguno repara en mí así que decido caminar unas cuadras y talvez así tenga suerte de encontrar un taxi. Cuando voy a cruzar la calle, un auto frena a centímetros de mis pies dejando presa del pánico. La ventanilla del coche se baja y un sonriente Alejandro asoma el rostro.
-Lo siento -dice riendo.
-Eres un idiota, casi me matas del susto.
-¿Quieres que te lleve? -pregunta.
-Te lo agradecería un montón.
-Entonces sube.
-Eres mi salvación -le digo acomodándome en el auto-. Ningún taxista me hacía caso.
-Es que no te veían. Eres muy pequeña -dice estallando en carcajadas.
-No seas tan imbécil -Alejandro es el contable de la empresa por ende mi compañero. Siempre me ha tirado los perros desde que entré a trabajar, pero aunque sea un tipazo de hombre no es mi tipo.
Pasamos todo el camino charlando hasta que llegamos a la empresa. Salgo a toda prisa del auto no sin antes darle las gracias y entro a la empresa como alma que lleva el diablo. Tomo el ascensor, marco mi piso y en segundo ya estoy frente a mi oficina a la que ingreso de inmediato.
Me pongo a chequear todos los pendientes que tenía que realizar y a organizar las nuevas campañas de publicidad de los nuevos clientes.
-A ese paso vas a terminar loca -la voz de Maritza me hace saltar del susto dejando caer todos los papeles que sostenía.
-¿Cuándo entraste? -le cuestiono agachándome a recoger los papeles- No te escuché entrar.
-Te llamé al entrar, pero estabas tan concentrada que ni siquiera me escuchaste.
-Lo siento -me disculpo- Estaba organizando estos papeles que debería haberle entregado al Señor. West hace una hora.
-Hablando de él -dice-. Creo que estas en problemas. Cuando llegué, lo primero que me pregunto fue, ¿dónde está Adriana?
-Creo que estoy en problema -le digo sentándome -. ¡Me van a despedir!
-No creo que haga eso, no seas exagerada -alega-. Mejor ve a llevar esos papeles -índica señalando el folder en mi mano.
Me pongo de pies y a pasos temblorosos me dirijo a su oficina, al llegar respiro profundo, coloco una cara de indiferencia y toco la puerta. Un leve pase se escucha y entro.
Lo busco con la mirada y lo encuentro de pies cerca de la gran ventana que deja ver toda la ciudad. Su postura luce encorvada y de perfil puedo observar que tiene el ceño fruncido.
-Señor West -le llamo-, le he traído los documentos de las nuevas publicidad -digo con calma. Es necesario que lo revise para poder proceder.
-Puedes dejarlo encima del escritorio -dice tan tranquilo, que hasta me sorprendo por su actitud. Hago lo que me pide y dejo los documentos encima de su escritorio. Pienso en irme, pero al contrario doy unos pasos en su dirección.
Al estar separado por unos metros amándome de valor que no tengo, abro mi bocaza.
-¿Está usted bien?
-¿Por qué no debería estarlo? -pregunta girando un poco el cuerpo hacia mí.
-Bueno, ni siquiera me ha gritado hoy -una leve sonrisa aparece en sus labios, algo que oculta enseguida con su cara de ogro.
-A caso quiere que le grite todos los días.
-En realidad no -le digo cruzando mis brazos-. Está mejor cuando no anda de jefe amargado.
-Con que jefe amargado -dice girando y quedando frente a mí.
-¿No lo es? Porque yo creo que si y eso, que aparte de amargado. Es prepotente, orgulloso, mandón y un idiota sin remedio -y otra vez es abierto mi boca y cavado mi tumba.
-¿Siempre ha sido tan bocaza? -pregunta dando pasos hacia mí. Se detiene a unos centímetros, que el olor de su perfume choca con mi nariz- ¿Alguna vez le han dicho que es muy mala educada? -susurra. Me quedo perdida en sus ojos y Dios, porque tiene que ser tan bello, pero tan gilipollas.
-En verdad, nunca me lo ha dicho.
-Pues sépalo -dice-. Eres la persona más desordenada, terca, obstinada y respondona que he conocido.
-Pero así me amas en secreto -le digo. Él arquea una ceja y me mira como si tuviera loca-. No me mires así porque sabes que es cierto.
-Bueno, ya que estamos hablando de esto, porque no me explica el show que armaste en la gala, que tuve que salir antes de tiempo y sin olvidar el hecho ridículo del que me hiciste partícipe -al oír aquello toda mi valentía se esfumó y quise salir enseguida de ahí.
-Creo que debo volver a la oficina -digo caminando hacia atrás-. Tengo muchas cosas que hacer -digo dando la vuelta. Camino a grandes zancadas hacia la puerta, pero antes de abrirla su voz me detiene.
-No te atrevas a salir, Adriana -demanda. Me quedo congelada en mi lugar incapaz de volver a enfrentarlo. Siento sus pasos acercarse y mi corazón empezó a saltar-. Adriana, estoy esperando tus explicaciones -me giro lentamente encontrándomelo de brazos cruzados a unos pasos de mí.
-Yo, y-yo -tartamudeo-. No tengo explicación para eso -logro decir.
-Deberías tenerla porque un escándalo de tal magnitud debe tener un porqué -dice-. No fue por celos ¿o si? -pregunta a centímetros de mí.
-¿Celos? ¿Por usted? Ni que estuviera tan bueno -digo restándole importancia.
-¿Entonces? -susurra rozando mis labios con los suyos. ¡Ay, Dios! Mi razonamiento se está haciendo añicos.
-Mmm -gimo cerrando los ojos al sentir como sus manos se posan en mi cintura y me atrae hacia él.
-¿A caso sigues encaprichada conmigo? -sus labios rozan desde mi mejilla hasta mis labios y yo solo quiero que me bese o que me coma estaría mejor.
-Querer a alguien no es capricho -susurro sobre sus labios.
-¿Cómo me quieres si nunca me has tenido?
-Para quererte no tengo que tenerte -me quedo esperando una repuesta, pero en cambio recibo sus labios en un beso suave y apasionado a la vez. Mi corazón da un salto que temí que lo haya escuchado.
Enrollo mis brazos en su cuello y le respondo el beso con la misma pasión que él. El beso se vuelve más apasionado y cuando me doy cuenta ya estoy aprisionada entre la puerta y su cuerpo.
Sus manos recorren mi espalda de arriba abajo y jadeo cuando muerde mi labio y su lengua se abre paso entre mi boca empezando una lucha por poder con la mía. Gimo ante las sensaciones que estoy sintiendo y mi cuerpo empieza a calentarse deseoso de más. Ante mi gemido se pega mucho más a mí dejándome sentir una dura erección que se aprisiona con mi centro.
En un rápido movimiento que no vi venir me toma en brazo y camina hacia algún lugar que ahora mismo no me interesa saber cuál, pero me coloca en una superficie dura que puedo deducir que es su escritorio.
Se coloca entre mis piernas y gemimos al unísono cuando nuestros genitales se rozan. En este momento me reprocho el haberme puesto falda. Envuelvo mis piernas alrededor de su cadera y sus manos se deslizan por mis piernas llevándose arrastra mi falda. Siento como sus dedos empiezan a adentrarse a mis lugares prohibidos y es aquí donde mi capacidad de pensar llega de repente haciéndome empujarlo y lo separo de mí. Su mirada es de desconcierto, pero es que no me voy a dejar follar por él por más ganas que le tenga, por más deseo de que me haga suya, pero no le voy a dar tan rápido lo que todos buscan y muchos menos en su oficina.
-Debo regresar al trabajo -le digo dejándome del escritorio y saliendo a toda prisa de su oficina dejándolo con una cara de confusión y en espera de una explicación que por el momento no me dan la ganas de dárselas.