Klaus entró en la oficina y observó con detención a ambos hombres.
―Buenas tardes, señores ―saludó.
―Al punto, Klaus ―urgió Cristóbal.
―Que malos modales, Cristóbal, me sorprende.
―No tanto como tú me sorprendiste a mí, por lo que los modales ya se me agotaron, la diplomacia no sirve contigo.
―Bastante desacertada tu aseveración, Cristóbal. Me jacto de ser bastante diplomático.
―No creo que sea muy diplomático hacer pasar por muerta a una persona viva.
―Sí, debo admitir que creí que eso era lo mejor en ese momento.
―¿Te das cuenta de lo que has hecho?
―Por supuesto.
―¿Y no sientes ni un poco de remordimiento?
―Debo admitir que ahora mismo, sí.
―Ahora. ¿Y antes? ¿Todo este tiempo?
―Algo.
―Algo. ¿Te das cuenta de que hay de por medio una pequeña niña a la que tuve que decirle que su madre había muerto y ahora tendré que decirle que no, que en realidad se hizo pasar por muerta? Y que, más encima, ahora volvió.
―No seas tan melodramático, yo creo que ni siquiera será necesario involucrar a tu hija, no es necesario que la saques de su error.
―¿No?
―Escucha... No fue mi intención que las cosas terminaran así, se suponía que yo hablaría contigo y te contaría que Verónica continuaba con vida aquí en Santiago. Había quedado en una muy buena clínica siquiátrica y cada cierto tiempo la visitaba. Hace una semana la dieron de alta pues se había recuperado, pero, a juzgar por lo que ocurrió en mi oficina hace un rato, no es así. La llevé de vuelta a la clínica, iba muy descompensada, le administraron un tranquilizante y la volvieron a internar. Ella no está bien.
―Dímelo a mí ―replicó Cristóbal con rencor.
―No la odies, Cristóbal. Yo sé que hizo mucho daño y también tú se lo hiciste a ella; la diferencia entre los dos es que tú sanaste tu corazón, ella no. Ella no solo fue dañada por ti, lo fue por muchas otras personas, incluidos sus padres que... ¿Sabías que ellos volvieron a estar juntos y Gustavo no quiere saber nada de Verónica porque su esposa se lo prohíbe? Hay seres que no merecen ser padres. Ellos no son como tú. Tú jamás hubieras permitido que Verónica te hubiese apartado de tu hija. De hecho, tu amor por ella se terminó de morir cuando ella abortó a causa de su desatino.
―A propósito, aquel día no explicaste más, solo dijiste que apartara a mi hija de ella, que seguía drogándose, ¿fue solo por eso? Disculpa que te diga, pero me pareció que había más, aunque en ese momento no me importaba ni tampoco quería saber, pero hoy quiero saberlo todo, necesito saber a qué me enfrento.
―A decir verdad, no fue solo por lo que te dije, había más. Yo estuve en el quirófano todo el tiempo de la intervención, acompañándola.
―¿Qué pasó?
―Durante todo el proceso, ella no parecía afectada más que por el dolor físico, por supuesto, pero su cara de alivio... Más allá de pensar que lo quería botar... ―El hombre titubeaba, no sabía encontrar las palabras―. Era algo más, como si con el aborto hubiese ganado una batalla. Cuando la trasladaron a la habitación, adolorida y cansada, dijo que ya había matado a uno, solo le faltaba la otra para descansar.
―¿Amenazó a mi hija? ¿Por qué no me lo dijiste!
―No fui capaz en ese momento. Te dije que la cuidaras por eso, porque sabía que corría peligro con su madre, pero ya había muerto uno, ¿cómo te decía que ella misma quería muerta a la otra?
Klaus se dejó caer en el sofá. Ni Esteban ni Cristóbal le habían ofrecido asiento ni nada. Seguían parados tal como cuando el griego llegó.
―¿Quieres tomar algo?
―Necesito un trago, ¿tienen?
Esteban asintió y sirvió dos copas, una para Klaus y otra para su amigo.
―Yo... Cuando la escuché decir aquello... Salí y te dije que no la dejaras acercarse a tu hija. No sabía de lo que sería capaz. Te iba a decir lo que había sucedido, sin embargo, tu semblante era tan sombrío que no me atreví a decirte el motivo real. Cristóbal... Tú... Tú amabas a tu hijo, amabas a tu esposa, tu familia lo era todo para ti y tu mujer quería arrebatar toda tu vida.
‹‹Tiempo después, cuando me enteré de que había entrado a una clínica de rehabilitación... No lo podía creer. Sí, ella tenía problemas con las drogas, pero su problema iba mucho más allá de eso. Lo sé porque he tratado con muchos drogadictos a lo largo de mi vida.
‹‹El día que fui a verla, ella se puso muy mal, no sabía de lo que sería capaz, pero no quería quedarse allí. Mi intención, al ayudarla a salir, era llevármela a una clínica siquiátrica, pero salió cuando yo estaba lejos de la capital y no alcancé a llegar. Con el resultado que ustedes ya conocen››.
―¿Por qué me dijiste que estaba muerta?
―Porque lo está para ti y tu familia. Además, de otro modo, se habría ido a la cárcel.
―¿Y si se escapa de esa clínica y daña a mi hija o a alguien de mi familia?
―En esa clínica deberían haberla ayudado, pero el mismo siquiatra admitió que, si había vuelto así, no estaba en condiciones de salir.
―¿Eso qué significa?
―Que no saldrá de allí. Nunca.
―¿Por qué me lo dijiste ahora?
―Porque ella iba a quedar libre, estaba de alta, se suponía que mejor, pero yo mantenía mis dudas y quería ponerte en sobreaviso. No pensé que me seguiría.
―¿Te siguió y no te diste cuenta?
―No estaba al pendiente de ella ni tengo enemigos en este país, excepto por ustedes y por el imbécil del exmarido de Mónica que es un idiota que se cree gánster.
―A propósito, ¿cómo estás con ella? Anoche no la vi muy contenta que digamos.
―Ella siente que algo le oculto, le dije que quería hablar contigo de algunos temas pendientes, está enojada porque tuve que dejarla con sus padres mientras hacía los trámites con Verónica. No podía llevarla conmigo.
―¿Ella no sabe?
―No quiero lastimarla.
―¿La amas de verdad?
―De verdad, Cristóbal. Lo de Verónica fue una estupidez, lo asumo, pero fue lo único que se me ocurrió, pensé que todos estarían a cubierto, que nadie tenía por qué enterarse y que ustedes podían vivir su vida con tranquilidad y sin el contratiempo de estar siempre pendientes de Verónica. Lo mío con Mónica no tiene relación con mis estupideces. La entiendo, entiendo su molestia, no quiero que sufra por mi culpa y por lo mismo no le quiero decir que Verónica está viva, no quiero que se sienta insegura o celosa de ella. Espero que me perdones y comprendas que no hubo maldad de mi parte al apartar a Verónica de sus vidas y no le digas a mi mujer, pues, aunque yo continuaba visitándola y cubriendo sus necesidades, no tenía más conexión con ella que la de un amigo preocupado por su amiga que no tiene a nadie más que la apoye.
―Yo debería haberme hecho cargo, soy su exesposo.
―Sí, y ella te quiere muerto a ti y a tu hija.
―Entonces sí puedo creer que lo hiciste de buena fe.
―Sí, por más que haya usado mis viejos métodos. Un tigre pierde las rayas, pero nunca las mañas, ¿no? Me equivoqué, pero solo de forma, no de fondo.
Cristóbal guardó silencio, no sabía si confiar o no en ese hombre. Buscó en Esteban alguna señal de lo que debía hacer.
―Si no te fías de mí, podemos ir a la clínica siquiátrica donde se encuentra Verónica, allí la podrás ver, si quieres, podrás hablar con su médico y quitarte todas las dudas.
Cristóbal miró su reloj. Eran las cinco y media, era primero de enero y debería estar con su familia, con su verdadera familia. Verónica ya no era parte de ella.
―No, hazte cargo tú como hasta ahora. Si necesitas algo de mí, me avisas, pero no quiero volver a verla. Ahora quiero ir con mi familia, debería estar con ella.
―Te comprendo, Cristóbal, y no te preocupes, yo me seguiré encargando. Si le pasa algo...
―No. Verónica para mí está muerta. Si fue capaz de asesinar a mi hijo y amenazar a mi hija, no puedo...
―Lo entiendo. Perdón por todo.
Cristóbal alzó su mirada y vio la sinceridad en los ojos del griego.
―Cuida de Mónica, es lo único que te pido, yo no le diré nada, pero cuídala y protégela de esa mujer, es muy peligrosa.
―Con mi vida. Te lo juro.
Klaus se levantó y extendió su mano hacia Cristóbal.
―No diré hasta luego, supongo que tú no quieres volver a verme. Sé feliz, te lo mereces.
―Gracias.
―Esteban. ―Extendió su mano para estrechar la del hombre―. Adiós.
―Adiós, Klaus.
El croata salió de la oficina y los dos amigos se miraron un rato sin hablar.
―Cristóbal... ―intentó hablar Esteban.
―No digas nada. Vamos a casa. Nos esperan. Olvidémonos de esto, por favor.
Esteban aceptó, la situación no era fácil para su amigo y lo comprendía. Salieron del edificio y se subió cada uno a su automóvil para regresar al refugio de su hogar.