La magnate
img img La magnate img Capítulo 8 La prueba de Hariella
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Capítulo 9 La desilusión de Hariella img
Capítulo 10 Un beso bajo la lluvia img
Capítulo 11 La idea img
Capítulo 12 La oferta para Hermes img
Capítulo 13 Un paseo al atardecer img
Capítulo 14 Los helados img
Capítulo 15 Nuevos sentimientos img
Capítulo 16 La revelación de Hariella img
Capítulo 17 Las salidas img
Capítulo 18 Mismo anhelo img
Capítulo 19 El mensajero img
Capítulo 20 El enigma img
Capítulo 21 La preparación img
Capítulo 22 La confesión de Hermes img
Capítulo 23 La proposición de Hariella img
Capítulo 24 La decisión de Hermes img
Capítulo 25 Regalos de pareja img
Capítulo 26 Matrimonio por contrato img
Capítulo 27 Noche de bodas img
Capítulo 28 Unión nupcial img
Capítulo 29 La intensidad img
Capítulo 30 La ducha img
Capítulo 31 La velada img
Capítulo 32 El despertar img
Capítulo 33 El fervor img
Capítulo 34 Mañana de esposos img
Capítulo 35 Los cómplices img
Capítulo 36 Luna de miel img
Capítulo 37 Celebración en la bañera img
Capítulo 38 Vida de casados img
Capítulo 39 Como una fantasía img
Capítulo 40 La intimidad img
Capítulo 41 La pasión img
Capítulo 42 El disgusto img
Capítulo 43 La despedida img
Capítulo 44 Verdaderas intenciones img
Capítulo 45 El mensaje img
Capítulo 46 Encuentro inesperado img
Capítulo 47 Hermosa ilusión img
Capítulo 48 Corazones rotos img
Capítulo 49 La separación img
Capítulo 50 Olvidar el pasado img
Capítulo 51 Visita imprevista img
Capítulo 52 El perdón img
Capítulo 53 Caminos separados img
Capítulo 54 El final img
Capítulo 55 Un nuevo comienzo: Hermes Darner img
Capítulo 56 Un nuevo comienzo: Hariella Hansen img
Capítulo 57 Cuatro años después img
Capítulo 58 La llamada img
Capítulo 59 El regreso img
Capítulo 60 Promesas cumplidas img
Capítulo 61 Lena al descubierto img
Capítulo 62 Linaje de diamantes img
Capítulo 63 El reencuentro img
Capítulo 64 Reunión ejecutiva img
Capítulo 65 La confusión img
Capítulo 66 La venganza de Hermes img
Capítulo 67 La interrupción img
Capítulo 68 Las mentiras img
Capítulo 69 La aclaración img
Capítulo 70 El significado img
Capítulo 71 El plan img
Capítulo 72 Los mellizos img
Capítulo 73 La chica crespa img
Capítulo 74 El deseo de Hermes img
Capítulo 75 La invitación a Hermes img
Capítulo 76 La inauguración img
Capítulo 77 El verdadero final img
Capítulo 78 Una rosa para Hermes img
Capítulo 79 La velada img
Capítulo 80 La proposición de Hermes img
Capítulo 81 La despedida img
Capítulo 82 Segunda boda img
Capítulo 83 Epílogo: La Magnate img
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Capítulo 8 La prueba de Hariella

-Haremos un receso de una hora -anunció Lena a los miembros de la junta directiva-. La reunión continuará a la una en punto de la tarde.

Los ejecutivos se levantaron de sus cómodas sillas que, estaban frente a una larga y delgada mesa rectangular de madera pulida color marrón claro, y le hicieron una reverencia a Hariella y salieron del despacho. La sala era grande y los vidrios daban vista a la hermosa ciudad.

Hariella estaba sentada a la cabeza y detrás de ella, sobre la pared blanca, también estaba un tablero tecnológico. Se puso recta en silla, se tocó los hombros y el cuello. Tanto tiempo, sentada, en la misma postura le causaba pequeños dolores, pero no eran de importancia, se le pasaban luego de una pequeña caminata.

-¿Quiere que programe una cita con la masajista, señora Hariella? -preguntó Lena al ver a su señora, mostrando malestar, por la posición en que había estado.

-No, no es necesario -dijo Hariella, colocándose de pie y mirando a través de la ventana, en tanto caminaba para salir de la sala de juntas-. Pide algo ligero para comer para mí. Tú pide lo que gustes y también solicita otras dos comidas más y ordena al líder de seguridad que se las lleve a la vendedora de flores y a su acompañante.

-Ya mismo haré el pedido, señora. Pero... -dijo Lena, caminando detrás de Hariella.

Hariella nunca había pedido comida para más nadie y menos a la vendedora. ¿Cuál era la razón?

-¿Pero? No necesitas saber el motivo de mis órdenes, tú solo debes cumplirlas -dijo Hariella, con voz de regaño-. Pero ya que no tengo a más nadie para decírselo, te lo contaré. Él está ayudando a vender las flores a la señora.

«¿Él?», pensó Lena, confundida y como si un rayo de entendimiento le pasara por la cabeza, dedujo a quién se refería, y era que, tampoco había muchos privilegiados. Sin duda alguna, era aquel muchacho del ascensor.

Hariella estaba en su oficina, viendo por las cámaras. En pocos minutos comenzaría la segunda sesión de la reunión.

-¿Cuál es tu precio, Hermes Darner? -dijo Hariella, para ella misma-. Pronto lo averiguaré. -Tomó el teléfono fijo y volvió a marcarle al líder de seguridad-. Habrá un robo más luego. Tú no hagas nada, yo soy la responsable -dijo y colgó enseguida, sin esperar respuesta del otro lado-. Ya el escenario está listo.

Las horas pasaron volando y el bello ocaso del sol ya se manifestaba con un hechizante atardecer de luz anaranjada. La brisa era fresca y las calles se mostraban tranquilas.

Hermes estaba despidiéndose de la vendedora de flores, cuando vio a aquella preciosa mujer de cabello rubio que salió del edificio, acompañada de su amiga de cabellera marrón. Había valido la pena de esperar cada segundo y, gracias a los dos almuerzos que le había traído el guardia a él y a la vendedora, para mostrar sus disculpas, había podido conservar la energía para mantearse con fuerzas hasta esta instancia.

-Le compraré la rosa eterna amarilla -dijo Hermes, apurado. Ese era su obsequio. Aunque no tenía mucho dinero, lo gastaría para regalarle la rosa a esa mujer tan bella. Buscó entonces en su bolsillo para pagarle a la vendedora -. Aquí tiene.

-Pero qué haces muchacho, no necesitas pagarme. Me ayudaste, te la regalo -dijo la vendedora, expresando su gratitud con Hermes.

-¡¿En serio?! -exclamó Hermes, emocionado-. Gracias, maestra. Se lo agradezco mucho.

Hermes agarró su maletín en la mano izquierda y el pequeño cilindro decorativo donde estaba la rosa eterna amarilla. Luego caminó para hablarle a Hariella. El corazón se le aceleró por el pánico y por la emoción de verla y de poder conversar con ella de nuevo. Cruzó su mirada con la de Hariella. Ella lo observaba con persistencia y Hermes le sostenía la vista sin indecisión. Pero todo el esfuerzo que había hecho Hermes, pareció derrumbarse, cuando un hombre encapuchado y con su rostro cubierto por un tapabocas negro, le arrebató el bolso a Hariella y de inmediato emprendió la huida.

Hermes se interpuso en su camino, pero al momento en que lo hizo, dejó caer al piso el maletín y también la rosa. Pudo escucharse el sonido del cristal al romperse, similar al sonido de un espejo al quebrarse. Sin embargo, su intentó fue en vano y el ladrón logró zafarse de él, comenzando a correr. El vigilante no estaba presente, así que Hermes emprendió la persecución. El ladrón era rápido y ágil. Doblaba por las calles y atravesaba a las personas que se le atravesaban en el camino. Ya se habían alejado bastante del edificio de Industrias Hansen y Hermes perdió de vista al rápido ladrón. Dio vueltas y trataba de encontrarlo, pero no aparecía por ningún lugar; era como si se hubiera desaparecido de repente. Pero a pesar de su fallido seguimiento al asaltante, vio en el piso el fino bolso que le había hurtado al precioso ángel de cabello dorado. Se agachó para recogerlo, lo reconoció solo al verlo, era el que ella tenía en la mañana. Estaba abierto y lo que vio le hizo que abriera los ojos ante la tremenda sorpresa. Había un increíble número de billetes, y solo eran de cien y cincuenta dólares, Solo a la vista no podía calcular el monto exacto, pero debía haber más de cinco mil dólares, lo que significaba una elevada cantidad que podría encantar a cualquiera. Hermes tenía poco menos de cien dólares y nunca en su vida había tenido tanto efectivo en las manos. Pero, ¿por qué ella tenía esa enorme millonada en su bolso? Y, además de eso, hubo otra cosa que despertó su curiosidad, también había una tarjeta con una dirección anotada. Hermes la sacó, la sostuvo en su mano y en sus labios se formó una pequeña sonrisa.

A lo lejos y dentro de un carro, que tenía las ventanas elevadas, se encontraba el ladrón mirando a Hermes. Se bajó la capucha, se quitó el tapabocas y marcó a un número desde su celular.

-Él ya tiene el bolso, señora Hariella.

-Entonces, ya puedes retirarte -dijo Hariella, que iba dentro de su automóvil, junto a Lena, y finalizó la llamada.

«Ese dinero es tuyo, si decides quedártelo».

«¿O, acaso se lo llevarás de vuelta a su dueña?».

«¿Qué harás, Hermes?».

«¿Ese es tu insignificante precio?».

«Yo, no espero nada de ti».

                         

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