Vuelves a mi vida
img img Vuelves a mi vida img Capítulo 4 Es posible lo imposible
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Capítulo 6 Pérdida y encuentro img
Capítulo 7 La mujer que eligió para mí img
Capítulo 8 ¡Es lo menos que puedes hacer por mí! img
Capítulo 9 Me debes img
Capítulo 10 Un descarado y un trato img
Capítulo 11 ¡Págame lo que me debes! img
Capítulo 12 ¿Acaso se volvieron locas img
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Capítulo 4 Es posible lo imposible

De ese modo, Aida fue enumerando una a una las partes del cuerpo de Caiser con un ligero resumen interno, determinando si se encontraba en buen estado y con movilidad, hasta acabar por completo y exitosamente su proceso.

Se le hacía cada vez más claro que necesitaba darle una terapia física para mantener el tono muscular y prevenir rigidez corporal o contracturas.

Viendo que ya estaba listo el asunto del masaje y que su madre le había dado un maravilloso momento en donde se paseó felizmente por toda la habitación sin obviar ninguna esquina, volteo a ver en dirección a Caiser y lo que vio casi le da un infarto.

Si Aida Bell hubiera tenido un monitor de eventos cardíacos, esta vez, estaría reverberando por la habitación como un loco o simplemente su corazón hubiera dejado de latir y ese sonido agudo que aparece cuando una persona muere hubiera aparecido en ese lugar.

Los ojos de Caiser estaban abiertos. Muy abiertos. Parecía una persona muerta recientemente y, aunque no era sorprendente que algunos pacientes con EV durmieran y se despertaran regularmente y abrieran y movieran los ojos, por lo general habían perdido por completo la capacidad de pensamiento y comportamiento conscientes.

Sin embargo, ver a Caiser Jones hacerlo fue realmente asombroso. Casi podía sentir y pensar que la estaba viendo hablar, lo que al mismo tiempo le dio un escalofrío y una sensación de emoción al pensar que tal vez, alguna vez despertaría. Sin embargo, esto era algo imposible de lograr, la mayoría de los pacientes morían en un tiempo estimado y solo de pensar que alguien más se quedaría con todo el esfuerzo de este hombre para y por la empresa, le revolvía el estómago.

Aida se acercó lentamente a él, quería comprobar que estaba realmente despierto. Si es así, sería una gran maravilla, una gran noticia. Pero si no, sería un regaño seguro si él estaba molesto porque ella estaba perdiendo el tiempo hablando por teléfono mientras él estaba postrado en cama.

Caiser mantuvo los ojos abiertos y sin cerrarlos. Aida, sorprendida por la acción del hombre, inmediatamente se inclinó delante de él, inclinó la cabeza, puso las manos en las rodillas mientras aún estaba de pie y finalmente se disculpó.

Segundos después notó que Caiser cerró los ojos y ella soltó ruidosamente el aire de sus pulmones, estaba asustada, tal vez un poco nerviosa, tal vez demasiado preocupada y tal vez estaba empezando a pensar que estaba alucinando.

La pobre mujer sacudió la cabeza y aceptó su pensamiento de que estaba alucinando en ese momento. Al rato, se recostó en la cama, al lado del que sería su esposo en poco tiempo, se derritió por minutos en sus pensamientos sobre ese hombre a su lado: sus facciones, el color de sus ojos, sus labios y ese marcado en la mandíbula, poco después se durmió a su lado.

Al amanecer, cuándo estaba sumergida en sus sueños, en las primeras horas de la mañana, Caiser despertó, trató de recordar dónde había visto a esa mujer, pero no pudo. Algo en ella le resultaba muy familiar, su voz, su figura, su rostro y esos gestos que apenas podía notar. Al poco tiempo y sin darse cuenta, se desmayó, quedando nuevamente inmóvil.

Al día siguiente, Aida amaneció muy animada, iba al hospital a visitar a su hijo y estaba emocionada de saber lo que tenía que decirle su amigo, el doctor que estaba tratando a su hijo.

Miró por última vez a Caiser y se dirigió al hospital donde encontró a su amigo recién ingresando.

-¡Hola, Aida! ¿Cómo estás? Qué bueno verte por estos lares -la saludó con mucha emoción, mientras la sostenía entre sus brazos con un tierno abrazo al que ella respondió-. Tengo algo que decirte y supongo usted tiene suficiente tiempo para una solución.

-Hola querido amigo. Vine a visitar a mi pequeño, pero veo que suceden otras cosas más... ¿De qué estás hablando? ¿Sucedió algo malo? -Le preguntó ella angustiada. Su hijo sufría de leucemia y todo lo que era referente a él, denotaba una clara preocupación. Sin embargo, esta vez espera una buena noticia de parte de su amigo.

-Muy bien, verás... ¿Recuerdas que te dije que tu hijo necesitaba un transplante de médula ósea?

-Si -dijo Aida, asintiendo nerviosa mientras estrujaba los dedos de sus manos.

-Bien... ustedes dos, tu madre y tú, no son compatibles...

Aida abrió los ojos y se llevo las manos a la boca. Eso era preocupante, en serio preocupante y las opciones restantes debían de ser escasas.

-No puede ser... ¿Y ahora que es lo que queda?

-Tienes actualmente solo dos opciones. La primera es esperar a que tuviéramos otros voluntarios que fueran compatibles, pero ya saben y tienen más que claro que el tiempo con estas cosas es incierto y tú hijo puede no aguantar hasta entonces; la segunda opción sería que tengas otro hijo para usar su sangre y... Aida, en cuanto a eso, me gustaría ayudarte.

Aida se le quedó viendo fijamente con una mano en su boca, ¿De que forma podía el ayudar? No tenía hijos como para que pudiera donarle sangre al suyo.

-¿De que estás hablando? -Le preguntó llevándose aquella mano a la frente y caminando de lado a lado.

Pronto, su amigo la detuvo y sujeto sus manos entre las suyas. Estaba nervioso, el sudor en sus manos lo decía claramente. Él carraspeo la garganta y suspiró, hasta que al fin pudo hablar.

-¿Quieres ser mi esposa? Aida, yo te amo y quiero casarme contigo, podemos tener un hijo y salvar a Bernardo. Podemos ser felices los dos y formar una familia, yo haré todo porque este niño salga del hospital, quiero verlo sano y feliz, del mismo modo en que quiero verte a ti.

Aida sintió que se le seco la boca, no sabia que decirle, ese hombre era su mejor amigo y la forma en que la trataba era más que dulce, pero no lo veía como un hombre, no podía hacerlo.

-Por dios... lo siento, no puedo hacerlo.

-Piénsalo Aida, seremos muy felices, lo sabes.

-Lo sé, pero no me siento lista, no estoy preparada para casarme... no, quiero hacer esto tan pronto.

-No tienes que pensar nada. Solo tienes que decirme que si, te prometo hacerte feliz y hablaré con tu madre, por supuesto, ella tiene que saber...

-No. Oye, entiendo tus sentimientos y lo agradezco mucho, te adoro un montón y de verdad que aprecio cada día que estés a mi lado, pero no te veo como un hombre, te veo como un amigo y nada más que eso. De verdad perdóname si no puedo casarme contigo.

En aquel momento, el silencio se hizo presente, era agobiante y estremecedor. La pobre mujer no sabía que hacer con su mejor amigo, tenía una cara de espanto y a su vez de depresión, como si le hubiera caído una pésima noticia encima.

            
            

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