Cuando el funeral finalizó y la mayoría de las personas se fueron marchando, Camile le pidió a su chofer que llevara a sus hijos al coche y le permitiera unos minutos a solas.
Quería despedirse de su marido y mirar su tumba hasta que la imagen quedara grabada en su retina. Solo así ella podría hacerse a la idea de que todo lo que estaba ocurriendo no era parte de un sueño y ella se encontraba en coma en el hospital. Una parte de ella quería que fuera así, que pudiera volver a despertar y le dijeran que todo esto no había sido parte de una historia inventada por su mente.
Albert, su cuñado, no le permitió acercarse a la tumba. Ese mezquino hombre parecía no rendirse.
-Camile, debemos hablar -en esa ocasión su tono de voz fue suave, como si quisiera usar la táctica de la amabilidad para suavizarla.
Ella no se dejó engañar. Siempre había tenido una muy buena intuición con las personas y no permitía que las palabras falsas la engañaran. Mark solía repetirle que era una mujer fuerte e inteligente, capaz de muchas cosas, pero ella había dejado de lado esa parte de sí misma para convertirse en una esposa y madre abnegada.
-Creo que antes no te quedó claro que tú y yo no tenemos nada de qué hablar. Si vienes a intentar convencerme de tu monstruosa petición, pierdes el tiempo.
-La que lo pierdes eres tú si piensas que no conseguiré lo que quiero, tenerte en mi cama será fácil, Camile. Por las buenas o por las malas serás mía, tú decidirás la forma en que lo quieres. Te casarás conmigo...
Apretó los puños dejando salir su rabia. ¿En qué pensaba ese hombre?
-¿Cuánta basura tienes en esa mente? ¿Es que no te da vergüenza? Estamos en el funeral de mi marido, ¡de tu hermano! -Alzó la voz y no le importó que la poca gente que aún quedaba alrededor la mirara.
-Hermanastro -corrigió-, y sí, porque estamos en su funeral es que te estoy pidiendo que seas mi esposa y no mi amante. Podrías agradecer eso.
Camile le dedicó una mirada fría, miró a su chofer que la observaba desde el coche. Sabía que la estaba cuidando y que a la mínima señal que ella le diera vendría a socorrerla. Sus empleados le eran fieles, ella había aprendido de Mark todo lo necesario para convertirse en una mujer respetada y podía asegurar que, en caso de necesitarlos, tendría su apoyo.
-Borra esa idea de tu mente porque nunca sucederá, lárgate de aquí y déjame despedirme de mi esposo en paz.
Su cuñado no se dio por aludido y no se movió. Aquel hombre estaba colmando la poca paciencia que le quedaba.
-¿Acaso la muerte de Mark te ha hecho perder la cabeza? Sigues hablando de él como si estuviera vivo. Según tengo entendido en esa tumba ni siquiera está su cuerpo completo. Está muerto y no voy a fingir que estoy afligido por ello.
-Eres un maldito desgraciado, Albert. Debería darte vergüenza. -Su cuñado se carcajeó y ella frunció el ceño.
-Cuñadita, él siempre tuvo lo que yo deseé y ahora, por fin, será mío. Te casarás conmigo y las acciones de la empresa Langley pasarán a mis manos. Me tendrás en tu cama, serás una esposa obediente, sumisa y muy caliente, mantendrás tu mismo nivel de vida y esos bastardos que tienes por hijos estarán a salvo. ¿No entiendes que lo que te estoy ofreciendo te conviene?
-¡Jamás me casaré contigo!
-Muy bien, puedo esperar hasta que estés más desesperada, pero, para lo que no tengo intención de esperar, es para tomar el control de la empresa. Quiero las acciones de Mark y más te vale que sea rápido... Y por las buenas, créeme, no desearás que use mi poder para conseguirlas. Piénsalo, te doy tres días, o dejaré de ser tan benevolente.
Albert se dio la vuelta y la dejó allí, aturdida y con mil ideas rondando su mente. Su marido acababa de morir y ya estaban todos los buitres rondando su herencia. Si Camile tuvo miedo por la amenaza, no lo demostró. Ella no pensaba dejar que el patrimonio que tanto esfuerzo le costó conseguir a su esposo se perdiera por el primer desgraciado con pretensiones que apareciera.
Al parecer no podría tener un segundo de paz y en parte lo agradecía. Mientras mantenía la cabeza ocupada en los problemas, no se dejaba hundir por la pérdida que acababa de sufrir.
Sacó su teléfono y marcó el número de Logan. Era el momento para convocar una reunión con los demás accionistas. Asumiría el cargo de la compañía, ella sería la nueva CEO de la empresa y se los haría saber muy pronto.
******
La reunión del consejo de administración fue agendada para la mañana siguiente. Al parecer todos tenían muchas ganas de solucionar cuanto antes el tema del control de la empresa.
Camile se encontraba sentada en el lugar que le correspondía a su esposo en la sala de juntas. Había transcurrido media hora desde la hora fijada y aún no habían comenzado con la reunión. Miró a su alrededor y se sintió afligida.
La sala estaba casi vacía. La mayoría de los accionistas no habían acudido y con ello estaban demostrando que no le darían su apoyo.
Uno de ellos comenzó a mirar el reloj y a murmurar: «No tengo toda la mañana».
Logan le dirigió una mirada apenada y ella intentó esbozar una sonrisa para hacerle saber que todo estaba bien. La reunión se celebraría con los que estaban presentes, los que no acudieron no tendrían voz en su decisión. Si pensaban que con aquel desplante conseguirían que Camile Levine se diera la vuelta y se marchara llorando, estaban muy equivocados.
Ella había aprendido del mejor, de su marido, y nada ni nadie conseguiría doblegarla. Iba a proteger el patrimonio de Mark y no lograrían impedírselo.
-No hace falta esperar más -dijo con el tono de voz fuerte y claro-. Creo que ya hemos dado suficiente tiempo para que se presentaran los que faltaban.
-Muy bien, nos retiramos entonces. -Uno de los accionistas intentó levantarse, pero Camile alzó una mano para indicarle que regresara a su asiento.
-En ningún momento comenté que la reunión se había acabado. Dije que no esperaremos a los que faltan, ya que, si no tienen el respeto de acudir a la hora acordada, tampoco serán partícipes de las decisiones que aquí se tomen.
El hombre volvió a sentarse y carraspeó avergonzado. Logan y otro de los accionistas que se encontraba sentado a su lado la miraban con admiración. Camile apretó los labios para impedir que una sonrisa satisfecha brotara en su rostro.
-Adelante, señora Langley, la escuchamos -Logan usó el apellido de su marido para dirigirse ella y eso la hizo sentir más seguridad.
Mark, desde donde estuviera, la debía estar viendo en ese momento y le daría las fuerzas necesarias para salir vencedora.
-He escuchado rumores de que están preocupados por quién quedará al cargo de la empresa debido a la falta de mi esposo. Como todos ya sabéis, el señor Langley falleció en un desafortunado accidente.
La palabra accidente le resultó ácida al pronunciarla. Al principio, con toda la conmoción, solo había podido recargarse en su luto y en la pérdida, pero conforme los días pasaban lo ocurrido esa noche comenzaba a estar más fresco en su memoria. La preocupación en el rostro de su marido, el momento en que sacó el arma como si aquello no fuese una sorpresa para él...
Accidente no era la palabra correcta.
-Sí, señora, estamos al tanto. Lamentamos mucho su pérdida, pero por más que lo ocurrido sea una desgracia y todos aquí apreciáramos al señor Langley, los negocios no esperan. Las acciones de la empresa han caído desde que se hizo pública la muerte de su esposo y necesitamos con urgencia que alguien tome el control. De hecho, habíamos pensado en...
-No es necesario preocuparse por eso, por ese motivo convoqué esta reunión. Como todos sabéis, a lo largo de mi matrimonio siempre apoyé a mi esposo y él siempre me hizo partícipe del manejo de la empresa. Además de que me preparó y me enseñó todo lo que necesitaba saber para sucederle.
»El Sr. Langley siempre fue muy meticuloso y precavido, gracias a ello el grupo Langley es una empresa competitiva y de fama mundial. La anticipación que siempre mostraba ante cualquier eventualidad logró que yo me encuentre preparada para asumir la dirección de la empresa y hacerme cargo de mi herencia familiar. Como accionista mayoritaria...
-Esto debe ser una broma -mencionó uno de los hombres que se había mantenido callado durante toda la reunión-. Señora Langley, respetábamos a su marido y sus decisiones, pero dudo mucho que él estuviera de acuerdo con que su esposa se encargara de la empresa. Los negocios que aquí se hacen..., son cosa de hombres, no de mujeres. No deseo ser grosero, pero ¿qué experiencia tiene usted? ¿Acaso su marido la puso al tanto de los «negocios»?
La forma en que pronunció «negocios» confundió a Camile. Él siempre le dejó claro que era una empresa familiar, a veces mencionaba a los mayores, miembros del consejo que ya no estaban en activo. Camile recordó que su marido siempre era muy precavido al mencionarlos y siempre decía que ellos no se metían en sus asuntos mientras los negocios fueran productivos. Puede que en esos momentos no estuviera al tanto de lo que conllevaba una empresa naval, pero estaba segura de poder administrarla a la perfección.
-¡Esto es una vergüenza! -comentó el mismo que quiso terminar la reunión con anticipación-. Una mujer al cargo del grupo Langley, eso sí que nos hundirá. Las acciones se irán a pique. Por favor, seamos serios, señores... No nos dejemos embaucar por una cara bonita, esta mujer no ha trabajado en su vida. Mark la tenía viviendo entre algodones, ¿qué va a saber del manejo de una empresa? Es una simple ama de casa.
-Yo no tengo inconveniente en que una mujer ocupe el cargo -dijo otro de los presentes-, pero es cierto que no tiene experiencia demostrable. Debemos mirar por el bien del grupo Langley, es el patrimonio de todos. Me preocupa lo que piensen los mayores sobre esto.
-Estoy de acuerdo, la mujer en la casa, los negocios es para los hombres. No creo que el señor Langley le enseñara el manejo. Todos sabemos que él no quería involucrar a su familia en sus asuntos.
Camile los dejó discutir, aquella reunión no iba como esperaba. Ella hubiera deseado tener el apoyo de los accionistas, pero al parecer no se lo iban a poner nada fácil.