Capítulo 2 El Líder Guerrero

En las montañas vivían los guerreros más audaces y valientes que jamás se hayan visto. Fueron ganando batallas y conquistando todo a su paso, con fe, fuerza y valor. Sus constancias y entrenamientos, dieron frutos y formaron sus caracteres como guerreros, élites.

En Esparta, nacieron los más valientes hombres y las hermosas mujeres guerreras de toda Grecia.

Atenas fue pionera del arte y la cultura, mientras que Esparta convirtió a sus ciudadanos en los guerreros más fuertes de toda Grecia.

Incluso, el grupo élite del ejército, pasó a la historia como el grupo de hombres más combativo y con mejores condiciones para la guerra, en toda la historia antigua. Las características de Esparta y Atenas eran marcadamente diferentes.

Su líder, Alexandre, dio ejemplo de sus hazañas y estrategias de batalla y ganó el respeto y la admiración de muchos, convirtiéndose en el líder de una ciudad, de un pueblo, de una sociedad apartada de Atenas y del rey Helios. Sus diferencias sociales estaban muy marcadas, entre lo que era la política, la civilización como sociedad y su cultura. Eran dos culturas totalmente contrarias a sus intereses políticos y territoriales.

Mientras que en Atenas, se promovía el arte, la cultura y el buen vivir como ciudadano integrado a una sociedad intelectual con principios y valores morales. En Esparta se daban las mejores escuelas de combate, porque el principio de conservación y defensa predominaban como factor principal de sobrevivencia.

En la mañana, muy temprano, llegaba la correspondencia, un joven mensajero se acercaba a la entrada de Esparta, se podía apreciar que era un mensajero de la realeza, por su sombrero y vestimenta.

-Buenos días, traigo correspondencia Oficial de Atenas para Esparta, así se acercó al arco o entrada del pueblo, al puesto de guardias, anunciando la correspondencia.

-Déjela aquí, indicó uno de los soldados, con voz de autoridad.

-Me disculpa Soldado, pero tengo órdenes expresa de entregarlas en manos de Alexandre, así se expresó el mensajero, expresando su inconformidad de no poder pasar.

-Veré que puedo hacer, espere aquí, indicó el guardia. El otro guardia miraba fijamente al mensajero de arriba abajo, como si se tratara de una especie rara.

El mensajero aguardó, de pie, mientras el soldado iba a caballo hasta el palacio de Alexandre.

El soldado cabalgó colina arriba, a lo más alto de la montaña, cuando llegó, Alexandre se encontraba con un pico en la mano, en el jardín de la entrada, haciendo unas zanjas para la siembra.

Sr. en la entrada se encuentra un mensajero Real de Atenas, con una correspondencia para usted.

-Que raro eso, ¿Atenas comunicándose con Esparta?. Algo no está bien allá, expresó en vos baja y dudosa.

Alexandre siguió arando la tierra, sin dar respuesta alguna. Mientras el solado esperaba en su caballo blanco las órdenes.

-Sr., ¿lo hago pasar?, él insiste, que se le debe dar en sus manos y que es confidencial.

-Tráelo hasta aquí, dijo, lanzando el pico desde lo alto y con toda su fuerza, enterrando el instrumento hasta desaparecerlo de la vista de todos.

Alexandre, parecía estar siempre molesto, en su rastro reflejaba dureza y crueldad, pero en el fondo era un hombre de corazón noble, aunque muy resentido.

El soldado quedó sorprendido, como había enterrado el pico con tal fuerza, que lo había hecho desaparecer.

Se dio la vuelta en su caballo, y se fue colina abajo en busca del mensajero real.

Al llegar, el soldado no veía al mensajero y preguntó por él al otro soldado.

-¿Dónde está el mensajero?, preguntó

De pronto el mensajero salió detrás del puesto de guardia.

-Sube al caballo, te voy a llevar con el jefe. Indicó el soldado al mensajero.

El mensajero subió al caballo y juntos cabalgaron colina arriba y al llegar, el soldado descendió de su caballo al no ver a su jefe.

-Jefe, capitán, ¿dónde está?, luego gritó Alexandre y un perro negro salió a recibirlo. Al rato salió Alexandre, con un bordón en sus manos, que usaba de palanca en una roca. Finalmente, levantó la roca con sus dos manos y la lanzó a un lado.

El mensajero y el guardia, quedaron sorprendidos con la fuerza brutal de Alexandre al mover la roca.

-Por algo era el jefe, reflexionó el mensajero en voz baja.

-Pasa mensajero, que tienes que entregarme, preguntó con un tono de voz fuerte.

-Sr. correspondencia real de Atenas. El mensajero extendió su mano para entregar la carta y Alexandre la recibió y abrió.

Abrió la carta y la leyó y con expresión de seriedad en su rostro.

La carta decía:

Estimados y valerosos guerreros de Esparta, mis más sinceros saludos de afecto y unión.

Pueblo de Esparta. Les hacemos una cordial invitación a palacios, para estrechar nuestros lazos de amistad y unidad, en donde

celebraremos los juegos olímpicos de Atenas.

Esperamos contar con su participación en nuestros torneos.

¡Que gane el más valeroso!

El capitán y jefe supremo de Esparta, con pocos modales, arrugó la carta y la lanzó al piso por detrás de sus hombros.

-Dígale a sus jefes en Atenas, que Esparta participará de los juegos olímpicos. La próxima semana partiremos hacia su palacio.

-Gracias por su respuesta, Sr. Alexandre, con su permiso, me retiro. Así respondió muy amablemente a la respuesta del capital y Sr. de los ejércitos de Esparta.

Alexandre asintió con su cabeza, dando aprobación de su retirada.

Muy agradable el muchacho, pensó Alexandre, pudiera servir como mensajero de estas tierras.

Aunque Alexandre, demostraba no tener muy buenos modales, en realidad, no era así, en fondo sabía ser agradecido y nunca olvidaba un favor, a un buen amigo. Era un hombre leal y de principios, aunque con un carácter muy fuerte y déspota en su proceder.

Un guerrero no podía dejar de ver cuáles eran sus debilidades, ya que cualquiera pudiera aprovecharse de eso para atacar.

El código de honor de un espartano, el principal y el que más destaca, es el que debe jurar lealtad a su líder y defender sus tierras con sus vidas.

Un amigo, no se podía dejar solo en batalla, se debía jurar lealtad y justicia.

Un amigo, conocido o familiar, no podía desear, ni corresponder a la mujer de otro, porque la condena sería una ejecución pública hasta morir.

Si el honor fuese herido, se resolvería en un duelo a muerte.

-Lleva al mensajero real hasta abajo, fuera de estas colinas y acompáñalo hasta las afuera de la ciudad. Esta fue la orden que dio el comandante en jefe a su soldado

-¡Si Sr.!. Respondió el soldado aceptando su deber con orgullo, y sin mediar más palabras dieron media vuelta y se fueron a caballo colina abajo.

                         

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