Capítulo 4 IV

Hay una mesa en medio del agua, un puente de pétalos de rosa rosada, pero abajo hay una estructura de madera, me toma de la mano y caminamos en silencio hasta allí, los mesoneros nos esperan y nos ayudan a subir a la estructura, todo se ve mágico, nada que el dinero no pueda pagar.

Sirven la comida y el champan mientras Claudio mira todo fascinado, suspiro y regresa la vista a mí. Alzo la copa y brindamos, dejo que le liquido inunde mis boca y saboreo el licor, de pronto me doy cuenta de que beberla me puede ayudar a pasar la noche, bebo más, Claudio ríe.

-Calma, borrachita. Planeo hacerte cosas, inconsciente no me sirves porque espero ver tu cara contraída cuando te penetre y grites de placer, vas a gozar tanto y quiero verlo.

Paso saliva.

-Promesas -digo con tono burlón, comienzo a comer, todo lo que está en el plato es conocido por ser afrodisiaco. Él también come, no es como que lo necesitemos, pero sé que tendrá un efecto en nuestros cuerpos.

-Eres tan hermosa, inteligente, tienes tanta gracia, no habría pedido una mejor mujer para hacerla mi esposa.

Sonrió y afirmo sin poder mirarlo a los ojos.

-Apuesto a que esto de día se debe ver mejor -digo señalando nuestro alrededor.

-Sí, pero no recordaba nuestro aniversario, habríamos venido esta mañana. Es cierto, debe ser más hermoso por la mañana.

-Pero estabas de viaje.

-Sí, así es, como siempre.

-¿A dónde estabas?

Ríe y niega.

-Sabes que no me gusta hablar de trabajo en casa, nena. Menos esta noche.

-¿Cómo le va a Patricia? -pregunto, me llevo la copa a la boca y lo miro atenta, quiero estudiar cada una de sus reacciones. No se inmuta, alza un hombro.

-Que no hablaré de trabajo, pero si quieres saber, es una estrella en ascenso, es buena para el equipo.

-Qué bueno, no te recomendé una mala persona entonces -digo.

-No, mi amor, eres una mujer inteligente, confío en tu criterio.

Bebo más para deshacer la tensión que me produjo nombrarla, él no parece afectado, sigue comiendo y lo imito. Terminamos y me saca del medio del agua cargada, damos un paseo caminando por la playa, no hablamos, solo nos tomamos de las manos y damos un largo paseo en el que me cuesta no echarme a llorar, me doy cuenta de que quizás no quiera perder a mi esposo.

Él me abraza y me conduce hacia unas carpas de lujo, son grises, adentro hay aire acondicionado, calefacción, electricidad y una cómoda cama y baño, la hemos usado antes, entramos, el lugar está custodiado por seguridad, como siempre. Veo la cama con sabanas de seda y un montón de juguetes y productos sexuales como si fuéramos a grabar una película pornográfica, mientras miro todo, siento sus manos retirando mi vestido, cierro los ojos y dejo que termine el trabajo, quedo completamente desnuda delante de él, lo ayudo a desvestirse mientras nos miramos a los ojos.

Una vez desnudos los dos, me alza sobre él y me saca de la carpa, rio nerviosa por el frio, por la privacidad, él sonríe con malicia.

-¿Creíste que te lo haría en esa aburrida cama? ¿Me conoces? -pregunta divertido.

Terminamos en la orilla de la playa, jadeo por el frio, terminamos rodando sobre la arena, con el agua bañándonos en cada viaje, me ha hecho clavarme en él, mientras estoy sentada a horcajadas sobre él, mantiene el contacto visual, su mano aprieta mi cuello desde atrás, subo una y otra vez jadeando deseosa, él, muerde mi mandíbula, me besa y chupa mis pechos, parecemos animales a orilla de playa teniendo sexo de la forma más primitiva y salvaje, cierro los ojos y paso saliva, me entrego una vez más sin juzgarme, este es mi esposo, es mi marido.

Quiero llorar por momentos, me exijo que no, cuando acabamos, grito y me abrazo a él, me carga y me mete al agua, nos quedamos abrazados así, el frio es intenso, pero nuestros cuerpos arden. Me besa en la boca y su lengua explora la mía con pasión desenfrenada, como si fuera la primera vez que nos besamos. Amasa mis glúteos y suelta mi boca solo para besar y acariciar mis pechos.

-Mi diosa, que rica que está mi diosa.

Me aferro a su espalda, hace un movimiento para indicar que salgamos del agua, me lleva en sus brazos hasta la carpa, entramos riéndonos por la brisa, la arena que se nos pega, tomo una toalla y comienza a secar mi cabello y mi cuerpo. Siento que me derrito de amor.

«¿Cómo es que este hombre me engaña?».

«¿Habrá una posibilidad de que esté equivocada?».

Me lleva gasta la cama, apaga la luz y se tumba sobre mí para calentarme mientras la calefacción hace lo suyo, los dos desnudos entre sabanas de seda en medio de la playa es una de mis fantasías, ahora que lo tengo es interrumpida por el recuerdo de que me engaña, paso saliva y no dejo que eso me abata de nuevo, paso mis manos por su espalda mientras el admira mi rostro.

-Te amo demasiado, Isabella.

Sonrío.

-También te amo ¿Soy la única para ti? -pregunto inocente.

-La única -dice, besa mi boca y nos entregamos de nuevo a un beso apasionado que termina en caricias con las que nos comemos el resto de la noche y de la madrugada. Esta noche le creo, le quiero creer, necesito hacerlo.

Despierto con el sonido de aves, abro los ojos y me levanto sobresaltada, él se viste y me ve divertido.

-Estaba esperado que despertaras para echártelo en la cara, pero te veías tan bella durmiendo que preferí complacerme solo, antes de despertarte.

-Enfermo, no te cansas.

Niega.

-De ti no, me toque viendo a mi esposa desnuda. Esto es vida.

-¿Qué hora es? Debo ir a trabajar -digo nerviosa.

-5:30 de la mañana. Iremos a casa y de ahí a nuestros respectivos trabajos, ¿sabes qué? Necesitamos vacaciones, quiero más de esto -dice pícaro.

Me visto y salgo de la tienda tomada de mano con él, que comienza a hablar por teléfono de trabajo, no para salvo cuando estamos en el helicóptero. Llegamos a casa y retoma la conversación por teléfono, corro a buscar su reloj y se lo entrego, besa mi mejilla, me guiña un ojo y sigue en la conversación, tira el reloj en la caja donde tiene los otros y ni lo mira.

Niego y bufo, me le quedo mirando, parece que algo lo molesta en serio.

-Giacomo, debió ser mi maldito hermano, ¡Qué desgraciado! Yo me ocuparé, hablaré con él, sé porque lo hace, es un asunto del que me ocuparé yo, Rodrigo. Gracias.

Entra a la ducha y me quedo pensado sentada sobre la cama.

«¿De qué hablará?».

«Giacomo», es el hermano mayor de Claudio, tiene treinta y cinco años y su propio imperio, es muy atractivo también, pero de piel más oscura, ojos misteriosos, casi no habla, no socializa y es bastante privado, desde que estoy con Claudio, debo habérmelo cruzado solo cuatro o cinco veces, y el día de mi boda no fue uno de esos días, los hermanos no se llevan bien, Claudio no lo quiso invitar. Recuerdo nuestra conversación al respecto.

-¿Tu hermano tiene novia o vendrá solo? No es casado, por lo que entendí -pregunté. Me miró mal y negó.

-No lo invitaremos.

-¿Qué? Es tu hermano.

-Que no, Isa, no vendrá.

Me quedé callada y lo comenté con mi madre luego. No quise meterme, mi madre me recomendó no hacerlo, me dijo que, además de cosas de hermano, era cosa de dinero y que mejor no opinara. Estuve de acuerdo, después de todo lo único que me importaba era Claudio, y lo tenía.

Los hermanos no se llevan bien, son enemigos, tal vez sea hora de conocer mejor a mi cuñado y descubrir por qué es que se llevan tan mal.

            
            

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