Murphy se queda siempre mirando el cielo, como si supiera algo. Ella con su ceño fruncido intenta opacar sus labios rosados, pero nunca puede. Eso labios me hablan más de ella que su mirada.
Se pone a leer mientras bebe su café raro con poca leche y no le gusta que la interrumpan, siempre mueve su pie derecho como si llevara el tiempo de alguna canción en su mente.
Murphy a veces me hace sentir solo y como su universo esta lleno de agua mi voz pareciera tardar en llegar hasta ella.
Así pasó cuando intenté buscarla, después de aquel día parado frente a las montañas.
Yo imaginaba que vivía en alguna cabaña cerca, pero no. Ella vivía a hora y media de esas montañas, pagaba su propio apartamento en plena ciudad. Una ciudad ruidosa que me daba la impresión que calmaba sus ganas de gritar.
La busqué por redes sociales y no la encontré, sus amigos no sé, creo que sus amigos solo eran algunas mascotas, como un gato perezoso que era más seco que ella y algún perro que la hacía molestar algunas veces, y que jamás se desharía de él porque la hacía conectarse con la realidad.
Pero ¿cómo supe que vivía en la ciudad? Porque afortunadamente solo hay un tren que nos conecta a todos. Bendito vagón número tres que me la trajo a la estación. Ese día yo daba una charla a un equipo de la estación "Vital" ellos querían recuperar un bosque que quedaba al frente de dicho lugar y habían pedido mi ayuda. Yo esperaba el tren para irme y ella llegó. Traía un abrigo de esos que cubren toda la garganta, auriculares y un libro en la mano. Había frío, lo vi en sus mejillas rojas y en el humo que salía de su boca cuando no se porque razón suspiró.
Me acerqué y la saludé, ella amablemente también me saludó. Le pregunté si me recordaba y me respondió que jamás olvidaría al hombre que llevaba la cicatriz de Harry Potter en su gorro. Yo sonreí y le dije que era el gorro de mi suerte. Le invité un café allí mismo y me lo aceptó, allí conocí su café raro, con poca leche da un color no muy lindo, así que para mi ya ese café tendría un calificativo.
Me contó que vivía allí en la ciudad y me habló de su gato. ¿Ven? No estuve tan errado.
Noté que el libro que tenía en la mano era una novela llamada "aprendiendo a dejarte" y entonces resumí en mi mente, que quizás ella recién estaba saliendo de una relación. No quise preguntar, no quería saberlo aún.
Allí nos dimos los números y sin sonrisas, ni abrazos nos fuimos. Pero yo era feliz, pues la mujer más fría del mundo se había tomado un café conmigo.