Sus brazos, portadores de tantos trazos oscuro entre la piel blanquecina, su cuello ancho, espalda marcada. Mi boca se relame, ansiosa por experimentar con la suya, deseo, placer, o amor, en medio del colapso de tus sentidos, todo parece ser lo mismo. Luego de tantos años sintiendo mi cuerpo y mi deseo apagado, luego de por tanto tiempo no sentirme viva, no sentirme ... mujer, él está despertando cosas demasiado peligrosas, que más que una fantasía en leves momentos en la ducha ahora es algo más que un simple calor entre mis piernas, y él es el causante de ello.
Y no creo tener la fuerza para resistirme, siquiera la sortija en mi dedo que me declara una mujer casada puede detener las sensaciones de imaginarlo sobre mi cuerpo.
Estoy jodida, y eso es evidente.
– ¿Estás segura de hacerlo?
Segura, segura, lo que se dice segura, no lo estaba, para nada, si era sincera, estaba que temblaba.
– Sí, por supuesto, no es como que pueda pedirle al piloto que se de vuelta estando a 42.000 pies en el aire – utilizo todo el sarcasmo que poseo.
– No puedes salvar un matrimonio con solo cambiarte de ciudad –. Es la primera vez que es tan directa.
– Tengo que intentarlo, Ange –. La miro rogando porque comprenda –. Estoy segura de que lo conseguiré –. Finjo mi mejor sonrisa.
– Sabes que estás loca, ¿no? – Su sonrisa cargada de cariño dice algo diferente –. Te voy a extrañar hermanita – murmura rindiéndose ante el hecho de que me acompaña a intentar salvar algo que ella ya considera una causa perdida.
– Yo igual, Ange –. La atraigo para abrazarla –. Tener una hermana menor no es tan malo – bromeo –. Exceptuando todo eso de limpiarte los mocos y cambiarte el pañal.
– No hables alto – me regaña.
– Ya le echaste el ojo al de al lado, ¿he? – susurro ganándome que voltee la mirada, ahora resulta que mi hermana menor se avergüenza de mí.
– Solo poquito – confiesa –. Aquí la santurrona eres tú – me recuerda.
– Se llama sentar cabeza – le informo.
– Se llama, «adiós a las noches de sexo desenfrenado» – rectifica sin pudor alguno.
– Sí tengo de esas cosas –. Es mi turno de hablar bajo –. ¿Qué te hace pensar que no? – es indignante.
– Tu lencería para nada sexi, tu ropa holgada, las pantuflas de gatito – enumera.
– ¡Pura mierda! – desecho todos sus alegatos –. Trabajo en casa todo el día, necesito ropa cómoda, y la lencería con encaje me lastima la piel, y, y, además; mis pantuflas son tiernas –. No puede entenderlo, luego de un tiempo la comodidad se vuelve prioridad en tu vida.
– No sabes de lo que hablas – se ríe.
Planeo ignorarla lo que quede de viaje, porque nadie se queja de mis pantuflas de gatito.
– En el fondo sabes que tu matrimonio no se va a arreglar – susurra solo para nosotras. Le discutiría, pero creo que una parte de mí opina lo mismo.
Había escuchado que con los años las cosas en los matrimonios se ... enfrían un poco, digámoslo así. Pero juraba que Sebastian y yo lo haríamos bien. Luego de diez años de estar casados, creo que el lograrlo es más complicado de lo que llegué a imaginar.
Esta es nuestra última oportunidad, creo que ambos lo sabemos.
Observo por la ventana, ya se ven los edificios y las carreteras, sin didas estamos llegando. Intento alejar la sensación que eso me provoca.
– Mamá dice que te envió retratos familiares para que los coloques en la nueva casa – Ange abrevia su mensaje de voz de 4 minutos.
– Dile que aún no llegamos –. Tiene planeado la decoración de mi casa mejor que yo –. Amo a mamá, pero creo que se está pasando –. Suspiro lidiando lo mejor que puedo con ella y sus exigencias.
– Eres el futuro de la familia, hermanita – me recuerda –. Tu matrimonio fue más planeado que tu nacimiento – bromea, pero algo de verdad puede que haya en ello.
– Doña Laura no deja nada al azar – eso es evidente.
La asistente nos indica que estamos a punto de aterrizar, un vuelo privado tiene sus ventajas, entre ellas el no tener que preocuparme por hacer fila para salir, tampoco encargarme de mi equipaje, ya que ellos lo hacen todo por mí.
El tren de aterrizaje toca el suelo con gentileza, llevándonos hacia donde la torre de control indica y desde mi posición alcanzo a ver el auto aguardado.
– Ahí está tu flamante esposo –. Ange señala al hombre alto con traje elegante que teclea desenfrenado en su teléfono mientras la escalerilla es colocada y nos indican que ya podemos descender.
Tomo mi bolsa con Ange tras mío siguiéndome los pasos, desciendo los escalones notando que me tomo el tiempo para ello, y todo por una sola razón.
Tan solo lo observo sin darme cuenta de que mis pasos se detienen dejando a mi pequeña hermana por delante. Se supone que luego de tres meses sin vernos debería estar ansiosa por abrazarlo. Se supone que debería estar corriendo a sus brazos.
¿Entonces por qué sigo parada tan solo deseando postergar el encuentro por tantos segundos como pueda?
– Ya te vio – advierte.
– Lo sé –. Sonrío mientras acaparo tanto aire como puedo.
Una parte de mí admite que espera esa chispa en su mirada, además de alguna flor escondida tras su espalda, como hacía años atrás.
– Hola Rossa –. La comisura de sus labios se amplía mientras dice mi nombre –. Me alegra que llegaran – generaliza mirando a Ange –. Pero no tengo mucho tiempo –. Agreguemos que la pequeña dosis de magia momentánea acaba de desaparecer, si es que había alguna.
– Por supuesto, cariño –. Creo que tendré que conformarme con mi nombre como la única flor que tendré.
Puedo decir que siempre he sentido cierto desencanto por mi nombre, es anticuado, y realmente molesto.
– Cuanta dulzura –. Abro los ojos acallando con la mirada a mi hermana.
– No empieces – le advierto.
Abro la puerta del copiloto para ella rogando porque mantenga sus imprudencias alejadas de los oídos de Sebastian.
Yo me limito a tomar mi lugar y el conductor avanza mientras mi esposo continúa en lo suyo en el teléfono, creo que debió casarse con ese aparato en lugar de conmigo, ambos seriamos más felices.
– Perdóname – habla sin siquiera mirarme mientras los mensajes le siguen llegando –. Ha sido un día muy ocupado –. Al fin levanta la mirada –. Estas ...
Siquiera termina la frase, ya que una nueva llamada llega –. No pasa nada – murmuro recostándome contra la puerta mientras veo los edificios no muy lejos mientras nos alejamos del hangar dirigiéndonos hacia la carretera.
Cabe resaltar que siquiera me ha besado.
Supongo que con el tiempo eso también se nos está haciendo costumbre, la falta de contacto, la distancia entre ambos. Se siente tan desconocido su presencia, pero tan habitual para esta altura su ausencia.
– Tendré junta toda la tarde, así que no podré enseñarte la casa –. Sebastian levanta la mirada observando a Ange –. Pero traes compañía, así que no me necesitas – supone, o agradece, ya ni sé cuál de las dos opciones es la más aceptada.
El chofer simplemente nos lleva mientras me limito a observar las amplias calles de Uruguay, nunca había estado aquí. No niego que es precioso, pero claramente la céntrica calle de 18 de Julio no me distrae.
– Ese nuevo bar puede generarnos mucho dinero –. Sebastian continúa a mi lado resolviendo sus negocios –. Pero no pondré un centavo si no demuestran que valen mi tiempo.
– Tan bueno en los negocios y tan malo para el matrimonio – se escucha desde el asiento delantero.
– ¿Dijiste algo? – Sebastian detiene la llamada cuestionando a Ange.
– Para nada, cuñadito –. Le sonríe de mala gana.
Honestamente no estoy para sus peleas hoy, sé que Ange me ama, pero tiene que entender que él es mi marido, y simplemente no puede hacer esa clase de comentarios.
– Está hablando con su amiga – intento mediar –. Ya sabes, cariño, cosas de chiquillas.
Ange colabora mostrándole el móvil y solo entonces Sebastian se acomoda retomando su llamada que no parece finalizar nunca.
– Llegamos, señor –. El conductor se detiene frente al imponente edificio cullo último piso por completo es una de las cedes de nuestro negocio familiar –. Freiger y Asociados – anuncia como si los carteles no lo hicieran solo.
Sebastian acomoda el teléfono cubriendo la bocina –. Nos vemos en la noche –. Más que una promesa parece una advertencia –. Usa algo lindo –. Me observa de arriba abajo –. Ya sabes a lo que me refiero.
– Por supuesto –. Sonrío y solo entonces se acerca, pero sus labios no tocan los míos, tan solo se quedan en mi mejilla antes de alejarse y cerrar la puerta mientras lo observo entrar al lugar.
– El departamento no está tan lejos, señora –. El hombre ante el volante me habla y apenas si le observo.
– Vámonos – pido.
– ¿De qué bar hablaba? – Ange se acomoda para mirarme.
– Bar El Atrevido – explico –. La empresa quiere adquirirlo.
El Atrevido, el nombre resuena en mi mente, supongo que es porque desde haces semanas escucho hablar del lugar. Si me iba a mudar acá tenía que investigar un poco, o solo es una excusa para matar el aburrimiento de mis días solitarios.
Pero, aun así, no sale de mi cabeza, es un curioso nombre, para un curioso lugar. Tres grandes plantas que acogen un local entero, en cada una de ellas, se ofrecen servicios diferentes.
Unos simples tragos al aire libre en una amplia terraza es la última planta, como si fuera un paraíso, un salón perfecto para grandes cenas y espectaculares platos dignos de la gastronomía nacional en la segunda.
Pero la tercera, situada en el sótano, eso es algo que lucía muy diferente. Como si al entrar al lugar pudieras decidir a qué parte ir según lo que busques esa noche, lo elegante y clásico, o algo expertacular bajo el cielo estrellado, pero allá abajo, todo se ve muy caliente, y no solo me refiero al calor, las imágenes gritaban ... sexo.