En una humilde casita, al sur de la capital, se celebraba los dieciocho años de Alexa Ruíz, una joven hermosa en todos los aspectos, quien con su noble y bondadoso corazón se había ganado el cariño de todos los vecinos, los cuales se hicieron presentes en la pequeña celebración de sus dieciocho primaveras.
Cuando Alexa bajó de su habitación, sonrió con mucha felicidad, puesto que todas las personas que ella quería estaban en su casa. Le saludaron al mismo tiempo, le dieron las felicitaciones y, por consiguiente, le hicieron la entrega de los regalos. Con emoción, caminó hasta la mesa y los posó sobre la antes nombrada. Seguido, se colocó tras los enseres. Los aplausos, acompañados del canto eufórico de sus vecinos, se escucharon. Inhalando profundamente, se acercó a la vela para, antes de apagarla, pedir un deseo, el cual esperaba se realizará pronto.
Mientras mantenía sus ojos cerrados, un fuerte golpe que provenía de la puerta se escuchó, lo que hizo exaltar su corazón. Aquel golpe la obligó a abrir los ojos y enderezarse.
No solo Alexa se llevó un susto; todos los ahí presentes se quedaron atónitos. En un segundo, voltearon a ver qué era lo que había sucedido, y cuando divisaron al hombre vestido de traje, se quedaron estupefactos. El silencio pulcro perduró, puesto que todos conocían al joven que caminaba dando aplausos y haciendo una pisada fuerte en el suelo; era el hombre más temido de la capital, pertenecía a la familia más dominante del país, al menos para los pobres como ellos.
-¡Bravo! ¡Bravo! -masculló Antón al momento que aplaudía y posaba una mirada detestable hacia la joven. -¡Qué bien! ¿Te parece bien que tú celebres un año más de vida mientras mi hermana celebra un año más de muerta? -Sus ojos miel parecían estar llenos de fuego. Rápidamente echó una mirada a todos los invitados; los antes nombrados temblaron y bajaron la mirada. En cuanto a Antón, sintió la sangre hervir. Su odio hacia los Ruíz lo segó; estaba tan irritado que, en un movimiento rápido y brusco, agarró la mesa que se encontraba frente a Alexa y la tiró a un costado, ocasionando que todos los arreglos que se encontraban sobre ella cayeran al suelo. El delicioso pastel se estampó contra la pared, los dulces de manjar rodaron por la pequeña sala y las bebidas gaseosas explotaron al tocarse con la baldosa.
La joven tembló y sus ojos se abrieron con asombro; el hombre delante de ella la miraba con desprecio. Aquella mirada le daba miedo y se llenaba de pavor. No pudo mantener la suya y la bajó al suelo, donde solo podía ver los brillosos zapatos del hombre que hizo de su cumpleaños un holocausto.
Raquel, madre de Alexa, quien se encontraba en una esquina observando en silencio la escena detestable de aquel hombre, sintió el miedo invadir cada rincón de su cuerpo. La presencia de Antón solo le dejaba claro una cosa: esa familia no había olvidado el pasado, aún después de toda la maldad que le hicieron, no se sentían satisfechos.
Hicieron de todo para verla morir de hambre; no obstante, ella siempre encontraba una solución. No se dejó derrumbar por nada ni por nadie. Para sacar a su hija adelante, fue capaz de realizar cosas que jamás imaginó llegar a hacer.
Después de muchos meses de acoso constante hacia ella y su hija, la dejaron en paz. Creyó que habían olvidado el pasado, que después de la forma en que ella se encontraba, pudieron haberse condolido. Pero lo que estaba sucediendo en ese instante le aseguraba que, después de trece largos años, aún seguían manteniendo el odio hacia su familia.
Raquel fue la primera en romper el silencio. Sin importarle qué pasara, se levantó y caminó hasta el hombre, se paró delante de él para atraer la mirada de Antón.
-A mí hágame lo que quiera, pero con mi hija no se meta -replicó, provocando que Antón Montalvo soltara una sonrisa siniestra.
El antes nombrado esquivó la mirada de Raquel y volvió a dirigirla hacia Alexa. Con su mano derecha apartó a Raquel, caminó dos pasos y quedó frente a la joven, quien se veía temerosa.
-No me interesas tú; de ahora en adelante será la hija del pecador la que pague por todo -Con su mandíbula tensada y una mirada despreciable, continuó- ¡Escucha bien lo que te voy a decir! Porque no pienso volver a repetirlo... vendrás conmigo o subo hasta esa habitación y desconecto a tu maldito padre...
Alexa alzó la mirada y sus ojos verdes, tan verdes como la selva, fueron inundados por lágrimas. Su corazón se estremeció solo de imaginar a su padre siendo desconectado. Su mirada compactada con la del hombre que le estaba dando a elegir, un maldito infierno y la muerte de su padre, le causaba una sensación inexplicable en su pecho.
-No, no permitiré que se lleve a mi hija; primero tendrá que pasar sobre mi cadáver. Mi hija no tiene la culpa de nada; ella es tan inocente como yo. ¿Qué gana con descargar su odio hacia nosotras?
-Cállate -vociferó Antón ante los reproches de Raquel- No estás en posición de discutir -Antón volvió a mirar a Alexa-. Tres segundos; elige: la muerte de tu padre o venir conmigo.
-¡Por favor! No haga esto, se lo suplico -Raquel se arrodilló frente a él, tratando de conseguir que el corazón de Antón se ablande, pero lo único que consiguió fue hacer que se enfade más.
-No ruegues ni supliques más, madre; haré lo que este hombre me pide. Si irme con él le devolverá a su hermana, pues lo haré -expuso Alexa y, con ello, encendió más la ira de Antón. El antes nombrado apartó a Raquel, quien posteriormente cayó al suelo. Sin importarle, el hombre caminó hasta quedar solo a centímetros de Alexa. Con enojo la miró, al mismo tiempo que tensaba la mandíbula. Lleno de odio y rencor, tomó el rostro de Alexa y le presionó con fuerza.
-No vuelvas a nombrar a mi hermana, porque de hacerlo juro que presionaré tu cuello hasta verte pedir clemencia -bramó, echando fuego por los ojos. A continuación, la soltó y replicó-. Venir conmigo no regresará a mi hermana, pero al menos haré que tu vida sea un completo infierno -Sonrió de medio lado y se giró.
Alexa caminó a ayudar a su madre.
-Hija, no lo hagas; te lo pido, ¡por favor! No debes pagar por los errores que cometió tu padre...
Antón Montalvo puso los ojos en blanco ante la escena de las dos mujeres frente a él. Lleno de desafecto, masculló:
-Cinco minutos -Arregló su traje y se marchó.