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Desenmascarando a mi esposa: sus mil caras

Desenmascarando a mi esposa: sus mil caras

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Acerca de

Abandonada de niña y huérfana por un asesinato, Kathryn juró recuperar cada fragmento de su legado robado. Cuando regresó, la alta sociedad la tachó de bastarda sin modales, burlándose de Evan por haber perdido el juicio al casarse con ella. Pero solo él sabía la verdad: aquella mujer serena que abrazaba con delicadeza escondía secretos que harían temblar la ciudad. Era, a la vez, una sanadora legendaria, una hacker elusiva y la perfumista favorita de la realeza. En las juntas directivas, los ejecutivos refunfuñaban ante la pareja: "¿De verdad tiene que estar aquí?". Evan solo sonreía: "Esposa feliz, vida feliz". Un día, sus identidades ocultas se revelaron, quienes antes la despreciaron terminaron de rodillas.

Capítulo 1 Salvando una vida

En las afueras de la ciudad de Wrille, un fuerte chapoteo resonó cuando algo cayó al río, rompiendo el silencio de la noche.

Kathryn Palmer estaba parada en la orilla, cuando una ola de agua fría la alcanzó sin previo aviso. Instantes después, un sutil aroma metálico se deslizó por el aire nocturno.

Los instintos de la chica se activaron, pues ese olor le resultaba familiar: era el inconfundible aroma de la sangre. Alguien había caído al río, y quienquiera que fuera, estaba herido. Pronto, escuchó voces apagadas en la oscuridad, que se acercaban rápidamente a ella.

"¡Sigan buscando!".

"¡No podemos permitirnos perder ni una sola pista!".

"¡No dejen que salga con vida!".

Una cacofonía de pasos apresurados se acercaba al lugar.

Kathryn se levantó de un salto, con la intención de irse, pero una mano se aferró a su tobillo en un desesperado ruego de ayuda.

"Por favor... te daré lo que quieras. Solo ayúdame...", le dijo un extraño, con una voz tan baja que casi era un susurro. Su agarre se aflojó mientras se desvanecía en la inconsciencia.

Kathryn pensó que el destino nunca colocaba a un sanador en el camino de alguien por accidente. Si ese desconocido había llegado a sus pies, entonces salvarlo era su tarea.

Metiendo la mano en su bolso, sacó un pequeño frasco, dejó caer una píldora en su palma y la deslizó cuidadosamente entre los labios del hombre.

Con cada segundo que pasaba, los pasos se escuchaban más cerca. Los destellos que emitían las linternas cortaban la noche.

Conteniendo la respiración, ella se sumergió en las aguas del río, sosteniendo al extraño.

No mucho después, varios hombres vestidos de negro recorrieron la orilla, con ojos agudos y escrutadores. Sin embargo, la superficie del agua se balanceaba suavemente, sin delatar nada.

Los hombres se dispersaron con las manos vacías, pues no encontraron ni una pista.

Apenas la orilla del río volvió a quedar en silencio, Kathryn arrastró al extraño a la superficie, hasta la tierra firme. El agua helada le entumecía la piel mientras luchaba contra el frío; aunque temblaba y estornudaba, no se detuvo.

Tras una rápida revisión, descubrió que el pulso del hombre era constante, señal de que aún se aferraba a la vida. Sin dudarlo, empezó a hacer RCP.

Los segundos se le hicieron eternos, hasta que, de pronto, el hombre se sacudió en una convulsión y empezó a toser, escupiendo chorros de agua.

Instantes después, Kathryn colocó una de sus suaves manos sobre su nariz, y al percibir el más leve aliento, exhaló aliviada.

Mientras la niebla se disipaba, la luz plateada de la luna inundó la escena. El rostro del extraño se volvió visible: era asombrosamente apuesto, casi demasiado perfecto.

Un movimiento captó la atención de la chica.

El desconocido se movió de nuevo, y abrió los párpados.

Vio a una chica agachada a su lado y, gracias a la luz de la luna, se dio cuenta de que tenía un tatuaje de media luna negra en su clavícula.

Con la poca fuerza que le quedaba, Evan Knight se esforzó por mirar hacia arriba, con la esperanza de ver mejor el rostro de su salvadora, pero el cansancio lo abrumó. Cerró los ojos, antes de volver a caer nuevamente inconsciente.

Kathryn no mostró señales de pánico. Simplemente le metió otra pastilla a la boca.

Los rayos de luna aterrizaron sobre su empapado cuerpo, mientras ella buscaba heridas en el desconocido. La sangre se acumulaba en la cintura del hombre, por culpa de una herida profunda, pero que no estaba destinada a matar. De hecho, se había desmayado, pues esa era la forma en la que su cuerpo lidiaba con la pérdida.

Kathryn rasgó la camisa empapada, limpió la herida y esparció un polvo para detener el sangrado. Sonrió traviesamente cuando terminó con su labor. Luego, pellizcó la mejilla del increíblemente apuesto hombre.

"Te di dos de mis pastillas más raras. Espero que valgas la pena".

Segura de que él se recuperaría, Kathryn recogió sus cosas, lista para irse, pero se detuvo al recordar lo que él le había dicho.

Fijó su mirada en él, específicamente en el colgante que tenía alrededor de su cuello. La luz de la luna hizo que la gema carmesí resplandeciera; era una pieza única e imposible de olvidar.

"Dijiste que me darías cualquier cosa. A mí no me importan las promesas, pero disfruto de pequeños tesoros inusuales", dijo, acercándosele y agarrando el colgante. "Me debes la vida. Solo estoy reclamando lo que me corresponde. Ahora estamos a mano", añadió.

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