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EXESPOSA DESECHADA: Renaciendo de las cenizas

EXESPOSA DESECHADA: Renaciendo de las cenizas

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Acerca de

Camila Lewis era la hija olvidada, la esposa no amada, y la mujer que fue descartada como un trapo viejo. Traicionada por su esposo, rechazada por su propia familia y luego atacada prácticamente hasta la muerte por la hermana que le robó todo, desapareció sin dejar rastro. La débil e ingenua Camila murió la noche en que su auto fue empujado fuera de aquel puente. Un año después, regresó como Camila Kane, más rica, más fría y más poderosa de lo que nadie podría haber imaginado. Armada con riqueza, inteligencia y sed de venganza, ya no era la mujer a la que todos pisotearon, sino un huracán que cambiaría la vida de sus agresores. Su exmarido suplicó su perdón, su malvada hermana vio cómo su vida se desmoronaba, y sus padres lamentaron el haberla dejado de lado. Camila no volvió por disculpas, sino para destruirlos. Sin embargo, mientras sus enemigos caían a sus pies, quedó una pregunta: cuándo la venganza terminaría, ¿qué quedaría? Un misterioso millonario, Alexander Pierce, se cruzó en su camino, y le ofreció algo que creyó que había perdido para siempre: un futuro. ¿Pero podría una mujer que se reconstruyó desde el dolor aprender a amar de nuevo? Renació de las cenizas para destruir a aquellos que la traicionaron. Ahora, debía decidir si gobernaría sola... o si se abriría al amor de nuevo.

Capítulo 1

Punto de vista de Camila

Tres años. Mil noventa y cinco días esforzándome por ser la esposa ideal, y ese era mi premio: los papeles de divorcio.

Mis ojos se detuvieron en la firma perfecta de Stefan al final del documento. La tinta todavía estaba fresca; debía haberla plasmado esa misma mañana, seguramente justo después de que dejé sobre su escritorio la tarjeta hecha a mano que había creado con tanto esmero. Esa que me había pasado horas haciendo, pues creía como una tonta en finales felices.

Vi que la tarjeta de aniversario que hice para mi esposo aún reposaba en la encimera de la cocina, sin abrir. Nuestros tres años de matrimonio se resumían en una tarjeta hecha a mano que él ni siquiera se molestó en tocar. Anoche, me entregué durante horas a escribir palabras que creía que importaban.

Me percaté de que mi café se había enfriado. Es curioso cómo uno se da cuenta de las pequeñas cosas cuando su mundo se está desmoronando.

"Firma aquí. Y aquí", indicó Stefan, con un tono distante, como si estuviera atendiendo un negocio. Había dispuesto los papeles de divorcio como si fueran contratos en sus reuniones, marcando con banderitas adhesivas todas las líneas de firma. "Las secciones resaltadas necesitan iniciales", continuó.

"¿Estás haciendo esto hoy? ¿En nuestro aniversario?", pregunté, con las manos temblorosas.

"Camila", suspiró con decepción, sonido al que yo ya me había acostumbrado. "No tiene sentido alargar esto".

El sol matinal entraba a raudales por las ventanas de nuestra cocina, iluminando el diamante en mi dedo, de tres kilates y de corte tipo princesa. Lo había elegido mi suegra.

"Querida, no es tu estilo, pero es lo que debe llevar una señora Rodriguez", me dijo ella en su momento. Y como todo lo demás en mi vida, ese anillo tampoco había sido mío.

"¿Hay otra mujer?", solté.

La pregunta quedó suspendida en el aire entre nosotros. "Sí", respondió Stefan, enderezándose la corbata italiana y de seda azul, que le había regalado por Navidad.

Esa palabra fue todo lo que bastó para borrar los tres años que me la pasé intentando ser perfecta.

"¿Desde cuándo?".

"Dos meses", respondió, sin mirarme a los ojos. "Volvió a la ciudad y...".

"Dos meses", repetí, interrumpiéndolo.

Por fin comprendía la razón detrás de todas esas noches interminables en que él salía tarde de la oficina y nunca regresaba a cenar; así como el motivo por el que dejó de besarme por las mañanas.

"¿Planeabas decírmelo, o solo ibas a seguir mintiendo hasta que los papeles de divorcio estuvieran listos?".

"No quería lastimarte".

"¡Qué considerado de tu parte!", exclamé, tras soltar una risa brusca y aguda.

Mi mano chocó contra mi taza de café, que terminó rompiéndose en el suelo. El líquido oscuro se extendió por las baldosas impecables, que yo había fregado de rodillas la semana pasada, solo porque su madre nos visitaría.

"Déjamelo a mí...", comenzó él, agarrando las servilletas.

"No", solté, con la voz quebrada. "Solo... no finjas que te importa ahora".

Me agaché para recoger los pedazos de la taza. Una foto se deslizó de entre los papeles de divorcio y cayó boca arriba sobre el café derramado.

En ese momento, me pareció que el mundo se detenía, pues conocía esa sonrisa, esos ojos. Reconocía esa expresión perfectamente preparada que me había atormentado en cada foto familiar desde que tenía doce años.

"¿Rosa?", musité con amargura. "¿Tu primer amor fue Rosa?".

El silencio de Stefan lo dijo todo.

De repente, los recuerdos me invadieron de golpe. Rosa me ayudaba a elegir mi vestido de novia, daba discursos en nuestra fiesta de compromiso y me llamaba cada semana para preguntar por mi matrimonio, además de darme consejos para mantener a Stefan feliz.

Ella era mi hermana adoptiva. La hija favorita y a la que mis padres querían más.

"Nunca se fue de la ciudad, ¿verdad?", inquirí, mientras acomoda todas las piezas en mi mente. "Ha estado aquí todo el tiempo, esperando su oportunidad. Desempeñó el papel de hermana perfecta y fingió apoyarme, mientras ustedes dos se reían de mi estupidez e ingenuidad".

"No fue así", refutó él, pasándose las manos por el cabello, gesto que yo había encontrado entrañable. "Intentamos luchar contra ello. Pero algunas personas simplemente están destinadas a...".

"Si dices 'destinadas a estar juntas' juro que te lanzaré esta taza a la cabeza", lo corté, apretando mis dedos sobre la cerámica rota. "¿Cuánto tiempo estuvieron juntos antes? Me refiero a antes de mí".

"Cuatro años. Terminamos porque ella recibió esa oferta de trabajo en Londres", contestó mi esposo, moviéndose con incomodidad.

Me di cuenta de que su separación sucedió casi al mismo tiempo en que comencé a salir con Stefan. Justo cuando Rosa se convirtió en mi mayor animadora y me instó a que saliera con él.

"Lo planeó todo", susurré. "Todo. Y yo caí en su trampa".

"Estás siendo dramática. Rosa se preocupa por ti".

"¿Por eso le dijo a mi primer novio que yo era un caso perdido? ¿Por eso convenció a mis padres de que yo era demasiado inestable para asistir a la universidad?", rebatí. La taza rota cortó mi palma, pero apenas lo sentí. "Ha estado saboteándome toda mi vida, pero yo seguí justificándola porque eso es lo que hacen las buenas hermanas, ¿verdad?".

La sangre goteó sobre los papeles de divorcio. Stefan me agarró de la mano, pero me zafé.

"No me toques", espeté, agarrando una toalla de cocina y envolviéndola alrededor de mi palma. "¿Dónde está ahora? ¿Está lista para consolarme por nuestra separación, o ya anda preparando su boda?".

"Quería estar aquí, pero pensé que lo mejor sería...".

"¿Mejor?", lo interrumpí, riéndome de nuevo. Para ese momento, mis carcajadas rayaban en la histeria. "Sí, me queda claro que los dos han estado muy preocupados por lo que es mejor para mí. Son tan considerados".

Acto seguido, agarré el bolígrafo Mont Blanc que me regaló en nuestro primer aniversario, y que Rosa le había ayudado a escoger.

"Camila, espera. Deberíamos hablar de esto adecuadamente".

Firmé cada página con trazos seguros y estables. Quería que vieran que no me estaba rompiendo y que creyeran que habían ganado.

"No tengo nada más que decirte", declaré, recogiendo mi bolso, los papeles de divorcio y la foto de Rosa. "Ya terminé de fingir de ser la esposa perfecta, la buena hermana, y la hija que nunca se queja".

"¿A dónde vas?".

"Lejos de ti, de ella y de todos los que piensan que pueden usarme y desecharme".

En ese momento, mi celular vibró y el rostro sonriente de Rosa apareció en la pantalla. Llegó justo a tiempo para desempeñar su papel.

Rechacé la llamada y caminé hacia la puerta.

"No puedes simplemente irte. Necesitamos discutir la división de la casa, las cuentas...", dijo mi exesposo, a mis espaldas.

"Puedes quedártelo todo", respondí, girándome para enfrentarlo por última vez. "La casa, los autos, la vida que construiste sobre mentiras son todos tuyos. No quiero nada que me recuerde a ninguno de ustedes".

"Camila, por favor...".

"Adiós, Stefan", dije con una sonrisa; algo en mi expresión lo hizo retroceder. "Envía mis saludos a Rosa. Más bien, extiéndele mi agradecimiento".

"¿Por qué?".

"Por finalmente mostrarme la verdad. Sobre ella y sobre ti, además de recordarme quién soy en realidad".

Acto seguido, salí de mi casa y de esa vida, dejando marcas de sangre en la manija de la puerta. Esperaba que intentaran borrar eso con la facilidad con la que se deshicieron de mí.

Me había pasado los últimos tres años fingiendo ser alguien que realmente no era, tragándome mi dolor y excusando a personas que nunca merecieron mi lealtad.

Mi celular vibró de nuevo. Me llamaron Rosa, luego mi madre, y al último Stefan. Los bloqueé a los tres, uno por uno, cortando así cada conexión que creí tener con mi antigua vida.

Capté un vistazo de mi reflejo por el espejo retrovisor. Tenía el maquillaje corrido por las lágrimas y la sangre manchaba mi vestido; además, se me había deshecho mi perfecto recogido.

En ese momento, no me veía para nada como la esposa pulida y adecuada con la que Stefan Rodriguez se había casado.

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