El avión surcaba el cielo, dejando atrás la grisura de la ciudad. Defne, con su rostro esculpido en piedra y sus ojos color gris tormenta, observaba el mar de nubes con una indiferencia casi glacial. Este viaje a las Maldivas era una obligación, una misión que no le inspiraba ningún entusiasmo. Su vida era regida por el deber, por la disciplina, por la lógica. El amor, la pasión, la alegría... eran conceptos que le parecían ajenos.
En el asiento de al lado, Catalina, con su cabello castaño miel y sus ojos color avellana que brillaban con la luz de la aventura, observaba con fascinación el mundo que se extendía bajo las alas del avión. Su sonrisa era contagiosa, un arcoíris que iluminaba el rostro de la joven. Catalina, con su espíritu libre y su corazón lleno de sueños, veía en este viaje una oportunidad para vivir nuevas experiencias, para dejarse llevar por la magia del destino.
"¡Defne, mira! ¡Las nubes parecen algodón de azúcar!" exclamó Catalina, con su voz melodiosa que rompía el silencio que las separaba.
Defne se encogió de hombros, sin dejar de observar el mar de nubes con una mirada fría. "Son nubes", respondió con un tono seco.
Catalina, con su inocencia característica, no se sintió ofendida. "¡Sí, pero son tan bonitas! ¡Me encanta viajar! ¿Tú también?"
Defne la miró con una expresión gélida. "Viajo por trabajo", respondió con un tono impersonal.
Catalina frunció el ceño, un poco decepcionada. "Oh, qué aburrido. Yo viajo para disfrutar, para conocer gente nueva, para vivir aventuras. ¡Espero que este viaje sea increíble!"
Defne no respondió. Su mente estaba en otro lugar, en la misión que la esperaba en las Maldivas, en la seguridad que debía garantizar.