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img img Romance img El lazo de medianoche

Acerca de

Aarón D'Angelo, el implacable CEO de un imperio inmobiliario, rige su vida por la lógica y el control. Su compromiso es con el legado familiar, la perfección de su fachada y la obediencia a las estrictas reglas sociales de su madre, Doña Elena. Su vida es una ecuación perfecta de poder y reputación. Esta ecuación se rompe con la llegada de Valeria Montez. No es una rival de negocios ni una socialité; es la fisioterapeuta de confianza y asistente personal de Doña Elena, convirtiéndose rápidamente en la única confidente de la matriarca. Su posición humilde es su armadura, y su calma, una provocación para el CEO. Lo que Aarón no sabe es que Valeria custodia un secreto explosivo de la familia D'Angelo: la verdad oculta tras una propiedad antigua que es la base de su fortuna. La atracción entre ellos se manifiesta en miradas robadas, conversaciones a medianoche en la biblioteca y la peligrosa necesidad de investigar juntos el misterio que los une. Cada toque, cada palabra compartida, es un acto de traición a la lealtad y un riesgo para la estabilidad de la empresa. Aarón debe elegir entre el imperio que juró proteger y la mujer que representa la única honestidad y pasión que ha conocido. Si el romance sale a la luz, destruirá su reputación. Si el secreto se revela, destruirá el legado. En el frío corazón de la Mansión D'Angelo, el amor se convierte en el más prohibido y peligroso de los negocios.

Capítulo 1 El Regreso del Heredero

El Mercedes-Maybach negro se deslizó con un silencio impasible sobre el pavimento pulido del camino de entrada. Incluso antes de que el vehículo se detuviera por completo, Aarón D'Angelo ya había ajustado el nudo perfecto de su corbata de seda azul medianoche. No era un gesto de vanidad, sino un mecanismo de reajuste. Al cruzar el umbral de su hogar, el traje se convertía en armadura y el CEO en el hijo.

Los últimos diez días en Singapur habían sido una sucesión agotadora de negociaciones implacables que culminaron en la adquisición más importante del conglomerado inmobiliario D'Angelo en la última década. El éxito era palpable, frío y matemáticamente satisfactorio. Aarón se sentía más cómodo en la presión de una sala de juntas que en el silencio opulento de la Mansión D'Angelo.

-Señor Aarón, bienvenido a casa -murmuró el chófer, abriendo la puerta.

Aarón asintió, su rostro una máscara de compostura controlada. Al pisar el mármol italiano, el eco de sus zapatos resonó en el vasto hall de doble altura. La casa era una obra maestra de la arquitectura moderna: cristal, cromo y espacios abiertos que gritaban poder y, paradójicamente, soledad.

En el fondo del hall, emergió la figura que dictaba la temperatura emocional de todo el clan: Doña Elena D'Angelo, su madre. No era una mujer que gritara o hiciera escándalos, sino que manejaba el poder a través de la decepción silenciosa.

-Aarón -su voz era baja y precisa, como el tic de un cronómetro suizo-. Diez días. ¿La adquisición valió la pena la ausencia en el cumpleaños de tu tía Sofía?

El CEO se acercó a besar su mejilla, un gesto que era más un reconocimiento de protocolo que un acto de afecto.

-Madre, sabes que esa adquisición asegura nuestra posición en el mercado asiático por los próximos veinte años. Es un legado.

Doña Elena suspiró, su mirada evaluando su traje, su postura, todo.

-El legado, hijo, es también saber quién eres cuando cierras la puerta de la oficina. Tu compromiso personal también es un pilar, Aarón. Tu prometida llamó tres veces. ¿La has llamado tú?

Aarón desvió el tema con la habilidad que usaba para desviar preguntas incómodas de los accionistas.

-Por supuesto, madre. ¿Y tú? ¿Cómo has estado? ¿Todo bien con la fisioterapia?

La mención de la fisioterapia no era casual. Era la única área donde Doña Elena había cedido el control a un tercero, y por eso, era un punto de interés.

-He estado mucho mejor, gracias. Y es gracias a la dedicación de Valeria. Es una bendición. -Doña Elena sonrió, una sonrisa genuina que Aarón rara vez veía-. Es... diferente a las otras. Es profesional, pero tiene una calma que me hace bien.

Aarón frunció ligeramente el ceño. Las "otras" eran la docena de profesionales altamente cualificados que su madre había despedido por ser demasiado intrusivos, demasiado ruidosos o demasiado charlatanes. La aprobación tan efusiva por parte de Doña Elena era un hecho casi milagroso.

-¿Valeria Montez, dices? -preguntó Aarón, probando el nombre. Era un nombre con un sonido suave que contrastaba con los nombres duros y corporativos que llenaban su agenda.

-Sí. Ella. Ha estado aquí casi dos meses. Está en el ala de la oficina ahora, terminando un informe para mí. Te sugiero que la trates con respeto; no quiero que se vaya. Es indispensable.

La palabra "indispensable" resonó en la mente de Aarón. En su mundo, la única persona indispensable era él.

Se despidió de su madre y se dirigió a su oficina personal, ignorando la necesidad de cambiar su traje. Necesitaba repasar los informes de la casa antes de sumergirse en los reportes de Singapur. El orden era su santuario.

Cruzó el pasillo que llevaba al ala más antigua de la mansión, que se usaba como ala de trabajo y biblioteca. Las luces estaban tenues. El aroma en el aire era de papel antiguo y sándalo, no el habitual perfume de flores y ambientador de lujo.

Al pasar junto a la puerta de la sala de estudio, que su madre usaba a menudo, la vio.

Valeria Montez.

No estaba vestida con un uniforme médico estéril, sino con ropa de negocios sencilla y elegante: una blusa de seda y pantalones oscuros. Estaba sentada a una mesa de caoba maciza, inmersa en una pila de documentos, la luz de una lámpara de cuello de cisne iluminando el perfil de su rostro concentrado. No estaba haciendo estiramientos o ejercicios; estaba analizando información.

Su cabello oscuro estaba recogido en una trenza pulcra, revelando un cuello esbelto y una postura impecable. No era ostentosa; de hecho, parecía la antítesis de todo lo que la familia D'Angelo valoraba superficialmente. Tenía una belleza serena que no buscaba la atención, sino que la obligaba.

Se sentía como si Aarón estuviera espiándola, aunque estaba parado en el pasillo principal. Había una paz en su concentración que era ajena a la tensión perpetua de la Mansión D'Angelo.

Ella levantó la vista de repente, como si sintiera su presencia. Sus ojos, de un marrón profundo y expresivo, se encontraron con los de Aarón.

El contacto visual fue breve -apenas un segundo-, pero suficiente para perforar la armadura de Aarón. No había sumisión ni admiración servil en su mirada, solo un reconocimiento tranquilo.

Valeria asintió cortésmente, una diminuta inclinación de cabeza.

-Señor D'Angelo -murmuró, volviendo inmediatamente a sus documentos.

Aarón, el hombre que dominaba a juntas enteras con su sola presencia, se sintió momentáneamente desarmado. Solo pudo devolver el asentimiento.

Continuó su camino hacia su oficina, pero la imagen de Valeria, trabajando silenciosa e intensamente en el corazón de su hogar, se había quedado grabada. Por primera vez en diez días, su mente no estaba enfocada en acciones, contratos o intereses compuestos. Estaba enfocada en la calma ajena que había irrumpido en su vida perfectamente controlada.

Ella es personal, se recordó. Es una empleada. No es tu problema.

Pero al tomar asiento en su escritorio de cristal, su mano, en lugar de alcanzar el informe de Singapur, rozó inconscientemente la llave antigua que su madre le había dado hace meses, la que supuestamente abría la cerradura del misterio de la "Propiedad Oculta". Una llave que, según Doña Elena, solo Valeria podía ayudar a interpretar.

La barrera profesional acababa de ser trazada, y Aarón ya sentía el impulso irracional de cruzarla.

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